Desde hace unos años un nuevo concepto, la España vacía, se ha instalado en nuestras vidas. Mientras las grandes ciudades no paran de ganar población por la migración constante del campo a la ciudad, miles de pueblos languidecen por la ausencia de habitantes en una agonía lenta que no conseguimos detener. Cataluña no es ajena a esta situación. Al menos 33 municipios se encuentran en alerta roja por desaparición y cada año la situación se vuelve más crítica.
La despoblación en España y Cataluña es sinónimo de pérdida de biodiversidad y de recursos hídricos, de erosión, de incendios y de mala calidad de vida. Pero sobre todo es sinónimo de desigualdad porque afecta con más fuerza a los colectivos más vulnerables a la pobreza y a la exclusión como son la infancia, la juventud y las mujeres. Los niños y niñas que viven en zonas despobladas se desplazan grandes distancias para asistir al colegio y su acceso a recursos culturales y tecnológicos está muy limitado. Poco se ha hablado de cómo ha vivido el confinamiento la infancia de las zonas rurales tomando en cuenta que el 60% de los municipios no tiene acceso a banda ancha, algo que dificulta no solo la actividad escolar, también el teletrabajo y el emprendimiento de las familias.
La despoblación se ensaña también con los jóvenes, que ven limitadas sus oportunidades laborales y los recursos tecnológicos para innovar, y hace más pobres a las mujeres que soportan techos de cristal más bajos y tasas de desempleo que se alzan hasta el 42%. Las mujeres que viven en zonas rurales son las grandes perjudicadas por el envejecimiento de la población porque los cuidados de las personas dependientes recae por norma general sobre ellas, limitando su participación laboral, política y social.
Es urgente adoptar medidas y éstas pueden llegar de la mano del federalismo cooperativo, proyectos que consideran la participación de todos los niveles administrativos y agentes interesados, integrando territorios heterogéneos económica, cultural y demográficamente. Proyectos que no solo repercuten en mejoras sociales y económicas sino que refuerzan la colaboración y la solidaridad entre territorios.
El retorno a entornos rurales que ha motivado la pandemia tiene el peligro de ir en la dirección de un capitalismo aún más individualista, uno que plantea una existencia idílica en una vivienda aislada y con buena conexión a Internet pero sin la indispensable comunicación y colaboración que implica la vida en sociedad. La lucha contra la despoblación tiene que ir aparejada a un modelo de vida comunitaria, uno que sirva de laboratorio para desarrollar proyectos e innovación en torno a cuestiones urgentes como son el cambio climático, la generación de energía, la desertización o la producción de alimentos.
Louis Brandeis popularizó a principios del siglo XX el concepto de Laboratorios de democracia para describir una de las ventajas del federalismo que es la de permitir que un territorio experimente unas determinadas políticas innovadoras que si dan resultado pueden extenderse a otros. La llegada de fondos europeos representa una gran oportunidad para convertir la España y la Cataluña vacía en laboratorios donde canalizar recursos que permitan combatir la despoblación generando un nuevo modelo productivo que garantice un crecimiento sostenible que no deje a nadie atrás. Es indispensable abandonar la inacción de los últimos años y convertir esta cuestión por fin en una prioridad política.