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Día del refugiado, también de los que no llegaron

Helena Maleno

Investigadora especialista en migraciones y Trata de Seres Humanos —

Miro a Amadou y me gustaría poder explicarle por qué le han sido violados una lista infinita de derechos, entre ellos el derecho a la vida. No logro, sin sentir vergüenza, mencionar las políticas de externalización de fronteras. Intento buscar las palabras para transmitirle lo perverso del sistema europeo de control migratorio, ese que el 20 de junio “celebra” el día de las personas refugiadas.

Amadou está sentado en una silla de ruedas, los pies tremendamente hinchados hacen contraste con su cuerpo delgado y lleno de escaras. Tiene los labios y los ojos envueltos en llagas.

Amadou, 17 años, ha sobrevivido una semana en el mar. Salió con siete compañeros más en una embarcación de plástico a remos, desde Tánger, el domingo 4 de junio.

Al día siguiente de su partida murieron tres de sus amigos al ser tragados por las olas cuando la patera volcó. Quedaron cinco personas a la deriva, en medio del Estrecho de Gibraltar.

La doctora escucha su relato y le explica a Amadou que tiene que ser hospitalizado inmediatamente, tiene mucha fiebre y seguramente una infección interna. 

Amadou se rompe en un llanto recordando a su madre, como lo haría cualquier adolescente, y rememora cómo bebía agua del mar y sus orines para sobrevivir. Está acompañado de otro amigo que también compartió la travesía, aunque él no está tal mal como Amadou.

Ambos cuentan cómo perdieron el teléfono en el mar y no pudieron llamar para pedir auxilio. Los cinco náufragos soportaron tres días a la deriva. Entonces, relata que el miércoles 7 de junio vieron una embarcación, que según sus declaraciones, pertenecía a la Guardia Civil española. Los dos chicos dicen que algunos de los guardias se les acercaron en una zodiac  y les dieron tres botellas de agua y unas galletas. Estuvieron un tiempo a su alrededor, calculan que varias horas, pero dicen que después partieron dejándoles de nuevo a su suerte.

En la categoría establecida por Europa para las personas refugiadas Amadou es, a simple vista, un “inmigrante económico”. Las autoridades deberían hacerle una entrevista en la que tendría que desnudar su vida y aportar de forma cronológica, detallada, sin fisuras, una historia que justifique, según cánones europeos, la salida de su país. Pero él por el país de procedencia, por la forma de atravesar la frontera, parece, a priori, quedar fuera de la categoría de refugiado. 

Las palabras de los cuatro supervivientes de esta tragedia, que aseguran que los agentes les grabaron, describen la falta de asistencia en el mar por las autoridades españolas, denunciada por otros supervivientes de naufragios, de inmensa gravedad: ¿se dejó llevar la Guardia Civil, por la lógica del control de la frontera? ¿Es posible haber llegado a una situación tal que ni siquiera el derecho más básico a la vida deba ser respetado, mientras Europa celebra de forma hipócrita el derecho al asilo?

Quedan muchos interrogantes sobre esta tragedia y por ello Ca-minando fronteras ha presentado una queja a la Defensoría del Pueblo a petición de los supervivientes.

Tras oír el testimonio de estas personas, quiero pensar que los agentes españoles no les abandonaron del todo a su suerte, que llamarían al Centro de Operación Indalo que gestiona Frontex, o directamente a la Marina marroquí, para proceder a su devolución a Marruecos. Pero, sucediese como fuera, la verdad es que ningún estado socorrió a Amadou y sus amigos, como muchas otras veces, en esa frontera invisible y asesina del Mar Mediterráneo. 

Amadou y sus compañeros están vivos, pero saben que nadie les escuchará, ni les creerá, ni les reparará en su dolor, ni castigará a aquellos que lo causaron. Son ellos mismos quienes anunciarán la muerte a las familias de sus cuatro amigos fallecidos en el naufragio.

El concepto de asilo y el derecho que le asiste no han servido para proteger más a los refugiados, ni siquiera España ha cumplido con las cuotas de reasentamiento de aquellas personas a las que Europa sí les reconoce el acceso a ese derecho.

Un derecho de asilo hecho por y para europeos cuando más de 60 millones de civiles se desplazaron después de la II Guerra Mundial. Obsoleto ante las nuevas realidades y violencias del capitalismo global. ¿Cómo proteger, por ejemplo, a los miles de personas expulsadas del sistema porque éste se ha apropiado de los recursos y de las tierras? ¿Dónde está la protección a las personas sometidas a las esclavitudes del siglo XXI? ¿Quién protege a los seres humanos expulsados por sistemas económicos que permiten la concentración extrema de la riqueza y la destrucción de la biosfera?

El sistema de asilo es viejo, al igual que lo es Europa. Pero ni siquiera llegan a cumplir los políticos europeos sus anticuadas y eurocéntricas normas. Es más, de forma violenta, los distintos estados han usado el término de refugiado para ponerlo al servicio de la desprotección de otras personas que se mueven, aquellas que no llegan a esa categoría. Los llamados “inmigrantes económicos” quedan fuera de todo atisbo de ciudadanía y de protección, porque la pobreza es vendida como un pecado que cometen los propios pobres.

Sigo mirando atónita a Amadou, que se consume por la fiebre. Cuando, según él, la Guardia Civil les vió en el mar, aún eran cinco. La cuarta víctima falleció el domingo día once por la noche. “Me desperté e intenté despertarlo a él también, entonces me di cuenta de que estaba muerto”, relata el adolescente.

El lunes 12 de junio un barco de mercancías les avistó. Pasaron horas hasta que les rescataron. Dice Amadou que discutían a bordo, hasta que ellos, desesperados, pensando ser abandonados de nuevo, como había sucedido con la guardia civil, se tiraron al agua. Fue en ese momento cuando les lanzaron cuerdas, les sacaron del mar y avisaron a la Marina marroquí.

Trasladados a Larache, en Marruecos, los supervivientes del naufragio, durmieron en el suelo de dependencias policiales. Ninguna asistencia médica hasta cuatro días después.

Amadou intenta explicarme por qué salió de su país, justificar por qué necesita una protección que no ha recibido. Explicarme que es un adolescente medio muerto, pobre, negro y también un refugiado.