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El dinosaurio

Rajoy abandona el restaurante donde estuvo reunido la tarde del jueves con sus ministros

Lorena Ruiz-Huerta García de Viedma

Diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid —

Dicen los decires que, mientras en el Congreso pasaba lo que pasaba, él le dio la vuelta a un solomillo de vaca rubia gallega a la brasa con ‘foie’ y trufa, poco hecho, en el reservado de un conocido restaurante madrileño. Uno de los caros: 60 euros el menú degustación. Ciento y pico, a la carta.

Luego, pidió al ‘maître’ que le trajera unos puritos. Encendió uno y sacó el tema de la dimisión. La de Zidane. Dijo no entender nada de lo que sucedía: marcharse precisamente cuando había conseguido superar la crisis. Y después de ganar tres ‘champions’ seguidas. Le parecía absurdo. Incomprensible. Quizá era solo una pesadilla. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no sabía de quién estaba hablando: si del entrenador, o de él mismo. Un vaso es un vaso y un plato es un plato, se dijo. Y pidió una ‘crème brûlée’, de postre. Ligera.

Por eso, le molestó tanto la llegada de Cospedal con noticias del Parlamento: la moción de censura era ya imparable. Se sintió incomprendido, como uno de los grandes personajes de la Historia. Como Sócrates. Bueno, como Sócrates no, recapacitó mientras apuraba el último trago de Vega Sicilia que quedaba aún en su copa.

Le vino a la memoria un cuento breve de Augusto Monterroso: “Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. ¿O era al revés? Una extraña nube de humo y melancolía le nublaba la vista.

Y, al caer la tarde, preguntó al escolta que dónde había dejado aparcado el coche. “Al menos, me voy sin pagar la factura”, pensó.

 Mientras, en el hemiciclo, un bolso negro llevaba casi ocho horas ocupando su escaño.

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