Estimada presidenta Ursula von der Leyen
Me he enterado de que ha sido usted galardonada con el “premio Global Citizen para líderes mundiales” en diciembre de 2020.
He sabido además, por su cuenta de Twitter, que es usted una presidenta de acción. Hay fotos de usted llamando a líderes mundiales de todos los campos, desde la política hasta la medicina pasando por referentes de los negocios internacionales, de la seguridad, y muchos más.
También he tomado nota de su apoyo vehemente a las sanciones impuestas contra Bielorrusia tras el brutal trato dado a los civiles por el dictador Lukashenko.
Observo también en su currículum que es médica y madre de siete hijos.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, he pensado que usted puede ser la persona adecuada a la que escribir sobre el siguiente asunto.
¿Podría usted levantar su teléfono una vez más y utilizar su considerable influencia para detener las palizas sistemáticas que en varios países miembros de la Unión Europea están dando a los migrantes las fuerzas de las patrullas fronterizas?
Durante la última semana de noviembre de 2021, tuve el privilegio de acompañar al doctor Marco Aparicio, respetado profesor de Derecho de la Universidad de Girona y especialista en Derechos Humanos, así como a una ONG serbia muy resolutiva llamada ClikActiv (apoyada, en parte, por organismos progresistas españoles) mientras asistían y prestaban asesoramiento jurídico a refugiados en seis emplazamientos no oficiales de la frontera serbia con tres estados miembro de la UE: Croacia, Hungría, y Rumanía. En su mayoría, los refugiados con los que pudimos hablar huían del caos y de la violencia en Siria y en Afganistán.
En torno a las sencillas hogueras y tiendas de campaña que habían improvisado en los bosques hablamos con ellos en grupos formados por dos o tres personas. En algunas ocasiones había hasta una docena a la vez.
Hubo un momento especialmente memorable. Después de escuchar sus historias, pregunté en un grupo si todos habían sido agredidos por las fuerzas de la patrulla fronteriza. Varios se echaron a reír. Qué pregunta tan extraña les pareció. Por supuesto que todos habían sido golpeados. Y muchas veces. Me miraban como si fuera un extraterrestre de otro planeta: ¿cómo no iba a saberlo?
Me vienen a la mente muchas caras pero la del joven Alí era especialmente sombría y cansada. Mientras hablábamos de sus intentos de cruzar a Hungría desde Serbia, me contó su experiencia en una frontera anterior, en el cruce de Turquía a Grecia. Navegaban en un pequeño bote en el río Evros y unos comandos griegos los arrojaron al agua. Alí pudo llegar al lado griego pero su primo Sarbast Mustafa desapareció y no se ha vuelto a saber de él. Se supone que se ahogó. Los comandos griegos destrozaron el teléfono de Alí, le robaron el dinero y luego, para humillarlo aún más, le quitaron la ropa y lo mandaron en calzoncillos de regreso a Turquía. Pero Alí volvió, atravesó Grecia, Macedonia, Kosovo, Serbia y ahora enfrentaba la última barrera, la triple alambrada de Hungría, sus patrullas fronterizas y sus perros.
A medida que el sol se ponía y un frío helado se apoderaba de todos, muchos se preparaban para el siguiente intento en la frontera. Un signo revelador eran los grupos de personas acurrucadas con bolsas de plástico en los brazos, muchas de ellas bebiendo a sorbos una bebida energética para la batalla que les esperaba. Lo llamaban “ir al juego”. '¿Vas al juego?' resonaba alrededor de las hogueras en múltiples idiomas, desde el árabe hasta el pastún.
George, de 21 años, venía de Camerún huyendo del grupo terrorista Boko Haram. No sé cómo consiguió atravesar medio continente africano, los desiertos y el mar Mediterráneo. Contemplando el río helado aquel anochecer, nos pareció una hazaña inabordable. “Voy a nadar esta noche”, dijo. Se alegró de que yo conociera al famoso futbolista camerunés Samuel Eto'o, considerado uno de los mejores delanteros del mundo, que en su día llevó la elegancia de su juego al Nou Camp del Barcelona. Parecía agradecer un poco de charla ligera antes de comenzar un juego de un tipo más letal.
A él también le habían pegado en varias ocasiones, le habían destrozado el teléfono, le habían robado el dinero. Pero su experiencia más aterradora fue haber sido encañonado con armas de fuego a una distancia de quemarropa por guardias de la patrulla fronteriza gritándole que le iban a disparar.
¿Cree que es una exageración? En noches consecutivas hablé con jóvenes activistas de dos inspiradoras ONGs: No Name Kitchen (fundada por activistas españoles) y Collective Aid. Tres jóvenes de Italia, la primera noche; y tres jóvenes del Reino Unido, la siguiente. Una joven doctora de Florencia describió la desgracia de la sarna entre los refugiados y habló de la imposibilidad de mantenerse limpios. El picor les volvía locos y rascarse constantemente les provocaba infecciones. Libby, una joven de Bristol licenciada en Geografía, explicó lo difícil que era tratar las heridas provocadas por el alambre de espino, con puas tan afiladas que cortaban la carne y dejaban heridas profundas. Las infecciones provocadas por la mordedura de los perros eran otra preocupación seria.
Una vez más, ambas organizaciones confirmaron el carácter sistemático de la violencia contra los refugiados con palizas ocasionales, teléfonos destrozados, dinero robado y documentos destruidos. Vi a varios jóvenes calzando sandalias de plástico totalmente inapropiadas para el frío. Muchos habían perdido sus botas después de que las patrullas fronterizas las rajaran en busca de dinero oculto. No Name Kitchen y Collective Aid hacían todo lo posible por encontrar botas que les sirvieran. Cada prenda era recibida con gratitud como un regalo valioso.
Los teléfono destruidos y el dinero robado tienen consecuencias catastróficas para el refugiado y para sus familias en casa. Una vez más tendrán que pedir prestado, vender posesiones o mendigar más dinero para enviar a su hijo, hija o pareja allí aislados. La crueldad y las consecuencias se multiplican al estar en tierras lejanas.
Todo lo anterior ha hecho que me pregunte, presidenta von der Leyen, si usted y todos sus colegas de la Comisión Europea saben que esto está ocurriendo en sus fronteras.
Veo en su currículum que entre 2013 y 2019 fue usted ministra de Defensa en Alemania. Me atrevo a imaginar que tiene usted contactos de primer nivel con las fuerzas de seguridad y de inteligencia.
Tras una búsqueda rápida en Internet encuentro un montón de evidencias que respaldan las afirmaciones de los refugiados que conocimos la semana pasada en la frontera. En particular, el trabajo de la Red para la Vigilancia de la Violencia en la Frontera (https://www.borderviolence.eu), formada por varias ONGs que trabajan en los puntos conflictivos de la frontera. Como probablemente sabrá alguien como usted, con un alto conocimiento de la actualidad, en diciembre de 2020 la Red publicó el Libro Negro de las Devoluciones con 12.654 casos de abusos cometidos en las fronteras de Grecia, Croacia, Eslovenia y Hungría, la infame Ruta de los Balcanes, como es conocida.
Otras organizaciones de Derechos Humanos de buena fe tienen pruebas que respaldan lo anterior. Como usuaria frecuente de Twitter, habrá visto usted las imágenes de palizas propinadas por las patrullas fronterizas que valientes testigos e investigadores suben a la red.
Creo que podemos dar por sentado, presidenta, que usted y sus colegas tienen conocimiento del carácter sistemático de la violencia estatal europea. ¿O tiene usted el descaro de Lukashenko para hacer de Poncio Pilatos?
Esto plantea algunas preguntas sencillas.
¿De dónde viene la orden? Sería ingenuo esperar encontrar un rastro visible, pero me parece una pregunta fascinante. Tal vez todo se reduzca al clásico asentimiento y guiño: 'ustedes saben, yo sé... no hace falta hacer ninguna pregunta'.
Las organizaciones jerárquicas llevan la idea del orden metida en el código genético. Alguien tiene que estar dando las órdenes, con lo que está permitido y lo que no, a la patrulla fronteriza, a la policía, al ejército, y a los comandos que cumplen sus turnos cada día y cada noche. Los comandantes deben estar en contacto con sus políticos nacionales, y los políticos nacionales están en contacto permanente con sus socios europeos. ¿O esperan que creamos que los miles de personas que integran las fuerzas de seguridad en múltiples países se han transformado espontáneamente en matones? Qué sensación de impunidad deben sentir estas fuerzas si pueden abusar con tanta ligereza de tantas personas. ¿Cuántos Sarbast Mustafa han sido asesinados?
¿Un guiño y un asentimiento? Por supuesto, a las civilizadas capitales de Europa, a la Comisión Europea, y también al Reino Unido, les viene bien que todo el trabajo sucio sea ejecutado cuando cae la noche en bosques, ríos, mares y montañas.
Pero hay algo que no entienden usted ni todos los que asienten y guiñan el ojo, los diseñadores de la política del alambre de espino, de los sistemas de visión nocturna, de las porras y de toda la infraestructura de mil millones de dólares invertidos en crueldad intraestatal.
Se puede ver en el brillo de los ojos de George cuando abre de golpe una bebida energética para ir al 'juego'. Es un valor indescriptible, es una esperanza más allá de las evidencias, es una desesperación tan profunda como los océanos por los que han cruzado, es la fuerza vital misma. No se van a dejar disuadir. “Si vuelvo a Siria me matan, ¿qué opción tengo? Me voy al juego”, me dijo Yasser, de Siria, tiritando en la gélida noche del 24 de noviembre junto a una fábrica de leche abandonada frente a la valla fronteriza húngara.
Lo que está ocurriendo en nuestras fronteras es una pequeña muestra de nuestro mundo cambiante. La forma en que tratamos a los refugiados es una pequeña muestra de nosotros mismos. Decenas de miles huyen de la guerra y ahora muchos más van a huir de los efectos del cambio climático. Después de que la sequía haya destrozado sus cultivos, muchos en el Sahel africano ya se están desplazando. O se van o mueren.
La COP26 de Glasgow dejó muy claro que el mundo se enfrenta al reto interconectado del cambio climático y las migraciones masivas. Son riesgos gigantescos de enorme complejidad.
Nos enfrentamos a una pregunta que se responde por sí misma. ¿Tenemos un plan humano racional (hay muchas organizaciones trabajando intensamente en el desarrollo de políticas prácticas), cooperamos entre naciones, compartimos recursos, imaginamos soluciones, respetamos el derecho internacional? ¿O provocamos más dolor y ejercemos más crueldad sobre nuestros más vulnerables hermanos humanos, que en muchas ocasiones también son víctimas?
Estimada presidenta von der Leyen, cuando el número de refugiados aumente, porque va a aumentar, ¿cuánto tiempo pasará antes de que el juego se vuelva más letal? ¿Cuánto tiempo pasará antes de disparar a matar?
Inimaginable, ¿no? Es hora de levantar ese teléfono.
(Paul Laverty es el guionista de las películas 'Yo, Daniel Blake', y 'El viento que agita la cebada', dirigidas por Ken Loach y ganadoras de la Palma de Oro en Cannes; y de la película 'Tambien La Lluvia', dirigida por Iciar Bollain y ganadora del premio Panorama en el festival de cine de Berlín).
PD: Si algún lector desea saber más sobre las organizaciones mencionadas o hacer una donación, estas son las direcciones de sus páginas web:
https://www.nonamekitchen.org
https://www.collectiveaidngo.org
https://klikaktiv.org