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Europa, la libertad y al-Andalus

Profesora de Investigación en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC
Recepción califal en Madinat al-Zahra, según el pintor Dionisio Baixeras (1885).

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Al-Andalus se ha utilizado y se utiliza a menudo como un 'concepto de combate'. Efectivamente, existe no solo como una realidad histórica objeto de estudio con las técnicas y las metodologías de las ciencias históricas, sino también como un concepto de alcance global que se utiliza para hablar de otras cosas, sobre todo de cuestiones relacionadas con el pluralismo religioso, el contacto intercultural y la construcción de diferentes identidades. Esta vertiente ha sido objeto de numerosos estudios. En ellos, podemos encontrar análisis de cómo se ha representado al-Andalus -por ejemplo- dentro de la formulación de la historia nacional española o cómo imaginaron Sefarad los judíos centroeuropeos del siglo XIX quienes, en su esfuerzo por formar parte de las sociedades en las que vivían, vieron en las comunidades judías de al-Andalus un ejemplo exitoso de integración sin pérdida de identidad. También se ha investigado cómo los mismos andalusíes formularon representaciones de sí mismos que han tenido influencias decisivas en la forma de entender al-Andalus en los países árabes e islámicos.

Esta riqueza interpretativa de al-Andalus lo convierte en un terreno fascinante de estudio, pero también en uno en el que los que nos dedicamos a dicho estudio desde el ámbito académico podemos sentir vértigo por la profundidad de las cargas emocionales que a menudo arrastra consigo y que llegan hasta nosotros de manera más o menos contundente o atenuada. Según las audiencias a las que nos dirijamos, a menudo tenemos que actuar como esos malabaristas que manejan varias pelotas al mismo tiempo, obligados a extremar el cuidado para que no se mezclen entre sí. Cuando se nos pide que reforcemos los tópicos y estereotipos que circulan, que consideremos concepciones con las que no comulgamos o respondamos a preguntas que no tienen que ver con la historia sino con anhelos y preocupaciones del pasado o del presente, no siempre nos resulta fácil conseguir delimitar el espacio en el que nos movemos de aquél al que se nos quiere arrastrar porque esa delimitación -para nosotros tan clara- no siempre lo está para el no especialista.

El vértigo se acentúa cuando desde fuera del mundo académico, por ejemplo, desde el político, se hace uso de ese concepto de combate que puede ser al-Andalus para promover determinadas posturas que responden a intereses sectarios o partidistas. Se mezcla así el agua con el aceite, manipulándose elementos del pasado para conseguir objetivos que nada tienen que ver con él o elevándose cuestiones del presente a la categoría de esencias atemporales. El objetivo último suele ser generar discursos de exclusión: yo me arrogo el derecho a decir quiénes somos, a proyectar ese carnet de identidad hecho a mi imagen y semejanza en el pasado y con el precedente que yo mismo he establecido me dirijo a otros miembros de la sociedad en la que vivo para decirles que o piensan como yo o no caben en ella. 

Cuando en esos discursos de exclusión se recurre a al-Andalus, se suele echar mano de una determinada elaboración de la historia nacional que se desarrolló a lo largo del siglo XIX y que estaba destinada a dar una visión del pasado que justificase, por ejemplo, la preeminencia que seguía entonces ejerciendo la Iglesia católica, de manera que los visigodos -por ser cristianos- no podían ser considerados invasores, mientras que los árabes y beréberes -por no serlo- habrían llegado de manera ilegítima, obviando el hecho de que ambos venían de fuera y de que la mayor parte de los musulmanes durante los ocho siglos de existencia de al-Andalus como entidad política fueron descendientes de pobladores locales. Su religión, desde el punto de vista de los historiadores conservadores de entonces para quien España tenía que ser cristiana, les hacía extranjeros. En ese mismo siglo, se formularon otras visiones que reflejaban los planteamientos alternativos que existían en la sociedad. En el siglo XIX -como en el nuestro- había diversas maneras de entender el presente y el pasado y de pensar en el futuro. La aceptación de esa pluralidad es algo que muchos europeos tienen a gala porque ahí está el lugar en el que han decidido situarse: el de las sociedades inclusivas que reflexionan críticamente sobre su pasado y no quieren hacer de él un arma de combate con el que derribar enemigos del presente o infligir heridas a quienes piensan de manera distinta.

¿Es que, por ser musulmanes, los andalusíes no eran ni europeos ni libres ni 'occidentales'? ¿Lo eran los habitantes de los reinos de Asturias, León, Castilla, Navarra, Aragón y las otras entidades políticas que existieron en la Península Ibérica durante los siglos medievales? ¿Con qué vara se ha de medir el grado de europeidad, libertad y 'occidentalidad'? ¿La ausencia de esclavitud? ¿El derecho de las mujeres a tener propiedades? ¿El grado en que los distintos grupos sociales podían tener voz en las decisiones políticas? ¿Formas de producción que aseguraban una subsistencia básica para la mayor parte de la población? Es cuando nos planteamos preguntas como estas cuando ponemos las bases para que el presente no hunda con su peso nuestra aproximación a sociedades pretéritas. Pero aun podemos ir más allá y preguntarnos si tiene algún sentido medir el pasado con las varas del presente. A pesar de todo el peso que acarrea -mejor, precisamente a causa de él- el intentar comprender al-Andalus y por qué esa realidad histórica suscita opiniones tan contrapuestas es un excelente ejercicio para ser hoy europeos que queremos seguir siendo libres. 

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