Exhumar a Franco y enterrar las Cloacas
Ninguna sorpresa viendo el destemplado espectáculo de la exhumación de los restos de Francisco Franco, caudillo de España por la Gracia de Dios y por la desgracia de millones de vidas truncadas, epítome de un país que repite su historia siempre entre la tragedia y la farsa.
Ninguna sorpresa la contenida elegancia del Estado para con los represores, casta de millonarios al calor de la dictadura y los trabajos forzados, grandes de España en su pedestal de papel cuché y título nobiliario. Los conocemos. Son los que hacen lo que quieren. Son los que se libran siempre. Los que lo ganan. Beautiful people con contactos y cuenta en Suiza. Los que lo mismo te llaman a la Casa Real que al Grupo Empresarial Cenyt. Ellos. Los dueños de los símbolos, del dinero, de los laureles. De la patria y la bandera.
Ninguna sorpresa. Epílogo infinito de otra fase de la misma historia. Lo vimos. Lo sabemos. O ganan o ganan. Nos lo recuerdan hoy en Chile o Ecuador: las cárceles, los muertos, los tanques, los generales solo son la defensa de su modelo de sociedad, donde mandan los de siempre, por cualquier medio. Lo decía Donoso Cortés, unos de los principales teóricos del fascismo, al que hace bien poco citaba Pablo Casado en su toma de posesión como presidente del PP: “Cuando la legalidad basta para salvar a la sociedad, la legalidad; cuando no basta, la dictadura”. Su legalidad, su sociedad, su país, su ejército, sus banderas. Su dictadura.
Todo atado y bien atado. Las jóvenes élites políticas y económicas del franquismo que enterraron con honores a su tirano ya se reunían extraoficialmente en 'economía y tecnología' bajo el encargo común de que este país 'no se le fuera de las manos' con la ayuda de Dios y de la embajada americana, un grupo en el que un joven Carlos Solchaga ya brillaba por su prepotencia y buena financiación. Todos lo tenían claro: el business debía continuar. Preparar una transición que cambiara la cara a un régimen senil, pero que no tocara ni un resorte del poder ganado en la rebelión militar del 36, con Su Majestad de símbolo y garante.
Así vino la verdadera continuidad del régimen franquista, cuando se desindustrializó este país para hacer sitio a Europa reconvirtiendo las entidades públicas en empresas privadas en manos de las familias de siempre, convertidos en magnates y luciendo recién otorgado marquesado. Los viejos amigos de Solchaga, ya ministro, un poco mayor, igual de bien conectado, se quedaron con las empresas y luego las fusionaron para tener aún más poder en lo que hoy configura la mayor parte del IBEX 35, nacido en la década de los 80. Por arriba los marqueses. Por debajo las Cloacas. La vieja Brigada de Investigación Social –la policía política del franquismo- se había hecho sindicalista de sí misma garantizando que cualquier cosa fuera legal para los que están por encima de las leyes a cambio de ser ellos mismo intocables. La mafia. La legalidad.
La legalidad de los que tienen amigos importantes en la policía para gestionar cualquier crisis, que lo mismo te dan los movimientos del banco de un moroso que una cuchillada a una mujer acosada. Los de siempre, los que tienen amigos que te lo afinan, los que invitan a los jueces a dar conferencias en Schola Iuris, los que saben cosas de algunos fiscales, los que tienen engrasado al Ministerio de Hacienda y políticos a porcentaje esperando que la puerta gire, jefes de seguridad en las grandes empresas para que Billy el Niño no pase penalidades, para detener a los sindicalistas que de verdad se empeñaban en defender a los trabajadores. Los de siempre, periodistas siempre con la mejor invitación para el Mundial, con regalos y generosos sobresueldos, los que comen con Adrián, Pepe y Mauricio, esos que siempre están disponibles para sacarte una cuenta falsa o un Informe PISA en el momento más adecuado.
Ninguna sorpresa viendo a la ministra del PSOE, la exfiscal que departía amablemente con Villarejo, atender circunspecta los gritos de “Viva Franco, Viva España” que preceden a la salida del ataúd, coronado con el laurel de la victoria, en un helicóptero del ejército español para trasladar la momia del dictador desde un mausoleo pagado a sangre y fuego por todos los españoles a otro –más modesto- pagado con los fondos del desempleo de los madrileños necesitados. La misma ministra, la que hoy se mantiene firme y respetuosa ante las loas al franquismo, que el pasado mes de mayo se marchaba indignada del homenaje en Mauthausen a las miles de víctimas españolas represaliadas por el nazismo, ante la sola mención de los presos políticos de Catalunya.
Ninguna sorpresa. La legalidad de los límites, de las grietas, de la puerta de atrás, de la monarquía inviolable, de los grupos de poder para obviar las leyes, de la privatización ordenada desde arriba, del control de los medios, de las órdenes judiciales en blanco, del tú te callas y yo me callo, de la voladura controlada del patrimonio de este país para apuntalar el poder total de los que siempre lo tuvieron y que siga pagando la gente normal con su trabajo a ser posible sin enterarse siquiera de qué tiene los salarios más bajos y los precios más altos de Europa.
Sale al fin Franco de su mausoleo, pero sale en nombre de su propia legalidad. Así lo decidió en última instancia un Tribunal Supremo que nunca tuvo nada que objetar a la rebelión –esta sí, con alzamiento violento y público para suspender una Constitución democrática- de un militar golpista, al que ellos mismos consideran su “Jefe del Estado desde el 1 de octubre de 1936”. Ninguna sorpresa.
Pero no nos rendimos. No lo hicimos entonces y no lo haremos ahora. Somos los hijos de los represaliados pero no solo. Porque somos también los hijos de la democracia, los nietos de la justicia, los hermanos de la indignación. Somos los engañados, los exiliados, los precarizados, los asustados, los despedidos, los amenazados. Y tantos y tantos que consideramos que nuestra vida es más importante que sus beneficios o simplemente no estamos dispuestos a vivir y trabajar sin dignidad.
Queremos exhumar la memoria de los que nos trajeron hasta aquí. Con su trabajo, su sacrificio, sus pequeños y grandes heroísmos. Queremos verdad, justicia y reparación. Queremos enterrar a Franco y al franquismo. Y que se abran de una vez las alamedas por donde pase el hombre libre sellando las cloacas que tienen debajo, por cuyas rendijas se escapa la misma peste a resignación y miseria del franquismo, ese olor que nos impide que la democracia tome aliento y este país por fin avance para todos.