Para frenar la pandemia no basta con hacer más de lo mismo: hay que cambiar la estrategia
En las postrimerías del verano España enfrenta una situación epidemiológica preocupante que precisa esfuerzos extraordinarios para ser resuelta porque ya no basta con hacer más de lo mismo.
El pasado 10 de septiembre, mientras en España la cifra de contagios batía otro récord diario, el inefable presidente de los Estados Unidos de América Donald Trump se cebaba con nuestro país y lo ponía como ejemplo de rebrote masivo. Al mismo tiempo médicos de atención primaria de Madrid convocaban una huelga en protesta por sus condiciones de trabajo para hacer frente a la pandemia. Por su parte, el anuncio de la suspensión de los estudios de Fase III del proyecto de vacuna de Oxford/Astra-Zeneca ante el surgimiento de una complicación en uno de los voluntarios, nos situaba, de golpe, ante la realidad de que, en cualquier caso, se necesita un tiempo prudencial para desarrollar una vacuna eficaz y segura, y que diciembre del 2020 tal vez sea un horizonte demasiado optimista para contar con las primeras dosis.
Y, sin embargo, el mensaje oficial seguía siendo de tranquilidad pues, según los análisis del Ministerio de Sanidad “la mitad de las provincias españolas estaban estabilizadas o en fase de descenso” y la Comunidad de Madrid, que seguía dando cuenta de casi un tercio de los casos declarados, “había implementado medidas muy importantes en las últimas semanas y da la impresión de una cierta estabilización”. Al día siguiente, el ministro de Sanidad afirmaba que su planteamiento era que “la situación no se desbordara y de momento, salvo casos puntuales, se está consiguiendo”.
Ese día, al contrario, España batía el récord de contagios diarios notificados desde el inicio de la pandemia (12.183), alcanzaba una incidencia acumulada de 250 por cien mil habitantes en las últimas dos semanas, el doble que Francia, tenía un porcentaje de positividad a las PCR realizadas de 11%, el doble de lo que la OMS considera un umbral de seguridad en la transmisión comunitaria del virus. la ocupación de camas de hospital iba en aumento y en la Comunidad de Madrid era del 18%, más del doble que la media del país y con un incremento de 10 veces en el último mes
Más aún, en Murcia había sesenta pacientes ingresados en UCI, una cifra superior a la que tuvo la región durante todo el estado de alarma, la Xunta de Galicia retrasaba una semana más el comienzo de las clases, diversas medidas de confinamiento selectivo se aplicaban o se prorrogaban en varias localidades, y el consejero de Salud de Melilla reconocía estarse planteando solicitar el estado de alarma en la ciudad para dar mayor seguridad jurídica a las actuaciones dirigidas a frenar la epidemia.
Sin desconocer que otros países como Francia, Alemania e Inglaterra sufren también importantes repuntes en el número de casos, cada vez más voces, tanto dentro como fuera, se preguntan qué está pasando para que España sea el país de Europa occidental más golpeado por los repuntes. del coronavirus. Por lo general, las explicaciones han sido las mismas que se habían dado con antelación: una polarización política que ha impedido el necesario acuerdo para adoptar medidas más firmes y unificadas; retirada demasiado temprana (y con pocas exigencias a las regiones) del confinamiento general que terminó el 21 de junio; alta densidad de población en algunas ciudades y regiones (casi toda la población española se concentra en el trece por ciento del territorio) unida a un fuerte grado de hacinamiento en los barrios de renta baja de las grandes ciudades; realización de un mayor número de pruebas con la consiguiente detección precoz de un mayor número de casos (si bien la positividad de las mismas muestra el claro aumento en la transmisión); comportamientos familiares y sociales muy gregarios y poco cuidadosos (la mitad de los nuevos contagios se producía en los hogares y una buena parte se desataba en torno al ocio nocturno); y escaso entusiasmo de muchas Comunidades Autónomas para implantar las medidas que se han demostrado efectivas en otros lugares: en particular el rastreo de contactos, la identificación de positivos asintomáticos y su posterior aislamiento (con algunas notables excepciones como Lleida, Zaragoza, ciertas zonas del área metropolitana de Barcelona y unas cuantas localidades de menor tamaño).
Lo cierto es que tampoco han existido indicadores comunes para que, ante situaciones epidemiológicamente similares en cualquier territorio de España, los servicios de salud de las Comunidades Autónomas pudieran adoptar medidas de control, también similares.
Estos análisis subrayan que aunque por el momento solamente el cinco por ciento de los casos conducen a hospitalización y tan solo un 0,4 por ciento de los ingresados fallecen; la presión va en aumento: las tasas de infección aumentan en casi todas las provincias y en todos los grupos de edad, las camas ocupadas por pacientes de Covid-19 crecen en diez Comunidades Autónomas y los fallecimientos han pasado de diez en la primera semana de julio a doscientos cuarenta y seis en la primera de septiembre. Algunos expertos se preguntan si España acabara siendo un caso aislado o está marcando una tendencia que más pronto o más tarde será seguida por el resto de Europa.
Además, y como era de esperar, pese a las reiteradas declaraciones oficiales en sentido contrario, la mayoría de los alumnos que han vuelto a las aulas lo han hecho con modelos semipresenciales (solo cinco Comunidades garantizan a día de hoy la plena presencialidad), y el número de incidentes en los colegios de las doce Comunidades que el pasado viernes, día 11, habían reabierto sus puertas, aunque proporcionalmente pequeño, fue significativo: se notificaron 120 incidencias, la gran mayoría entre profesores. Estos incidentes previsiblemente continuarán durante la semana próxima cuando se incorporen los alumnos de las Comunidades y los niveles educativos que faltan y, seguramente, recibirán una gran atención mediática que amplificará la preocupación social.
Por tanto, visto lo sucedido, es difícil pensar que la tendencia expansiva de la pandemia en España se revierta si se sigue actuando como hasta ahora. Se requiere un cambio sustancial en los planes de actuación conjuntos contra la pandemia.
El primer cambio debería ser precisamente ese: que los planes fueran conjuntos para todo el sistema y que cada Comunidad Autónoma dejara de ir por su lado. El Gobierno y las Comunidades tienen en esto una gran responsabilidad y no la pueden eludir. Estamos frente a una pandemia que no entiende de fronteras artificiales y, cada vez más los ciudadanos valoran la situación en clave de país más que exclusivamente en clave de su Comunidad Autónoma.
El Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud de la semana próxima debería marcar un punto de inflexión y adoptar una serie de resoluciones claras y precisas, fácilmente comprensibles y cuya aplicación pueda monitorizarse de forma fehaciente por los expertos y la ciudadanía, mediante la definición y difusión de indicadores cuantitativos de publicación periódica (a poder ser diaria). Las medidas acordadas últimamente sobre criterios de vacunación y algunos otros aspectos son demasiado tímidas para la lucha intensificada que se requiere aquí y ahora.
¿Cuáles deberían ser esas medidas? Para responder a esta pregunta solo basta con mirar lo que ha funcionado y plantear su aplicación allí donde la incidencia de la enfermedad crece de manera acelerada: en Asturias (la Comunidad con la incidencia más baja de España) se apostó desde un principio por reforzar las capacidades de la atención primaria para hacer frente a la pandemia; en Lleida y en Zaragoza se han aplicado estrategias contundentes de rastreo y aislamientos efectivos de casos y contactos de riesgo, incluyendo confinamientos poblacionales de localidades y “zonas calientes” cuando se estimó necesario, y se ha logrado revertir la curva de contagios; en varias zonas periurbanas de Barcelona se han realizado, (y se anuncian para dentro de unos días), cribados poblacionales muy selectivos con PCR en las poblaciones y barrios más golpeados y los ayuntamientos adoptaron algunas medidas alternativas de aislamiento (si bien todavía insuficientes) a quienes carecían de condiciones para aislarse en sus residencias habituales; en varias ciudades y pueblos de la geografía española se he regresado por dos semanas a niveles de movilidad semejantes a los de la fase 1 del estado de alarma; en otras más las medidas de separación en bares y restaurantes se han ampliado y el ocio nocturno se ha reducido a mínimos o incluso se ha suprimido; ciertas Comunidades y Ayuntamientos han endurecido la vigilancia y las sanciones a los infractores de las normas sanitarias (algo que, por ejemplo, se está haciendo de manera contundente en un país tan democrático y descentralizado como Alemania); y, desde luego, hay que volver a poner el foco en las residencias de mayores donde se concentra un buen número de los fallecimientos actuales.
No todos lo están haciendo igual de bien y hay que aprender de quienes mejor lo están haciendo.
Muchas de estas medidas requieren una amplitud y un carácter anticipatorio que demanda una seguridad jurídica que, como la experiencia de las semanas pasadas ha demostrado solo puede lograrse con la declaración de estados de alarma localizados, tal y como el consejero de Melilla se ha declarado dispuesto a solicitar. Y en último lugar, pero no menos importante, dado que la mayoría de contagios se están produciendo en el ámbito familiar y en los domicilios, se requiere una intensa campaña de concienciación ciudadana, de ámbito estatal, sobre los hábitos de protección individual en ese medio.
Como puede verse el catálogo no es nuevo y es bastante amplio. Lo que se requiere es abandonar la dispersión y realizar un esfuerzo conjunto de país, liderado por el Ministerio de Sanidad, en el marco de la co-gobernanza (aunque sea implementado por cada cuál en su ámbito de competencias), de una manera consistente y sinérgica durante las próximas semanas,
No podemos pensar que haciendo más de lo mismo y del modo como se viene haciendo se logrará frenar la transmisión comunitaria intensificada que se ha producido en varias Comunidades Autónomas y amenaza con acabar afectando al resto. Hay que modificar la estrategia, actuar con mayor contundencia y prontitud. En nada ayuda adoptar un relato tranquilizador que subestime o endulce la verdadera dimensión del problema.
Corren tiempos en los que solo cabe la objetividad, la coherencia ante los hechos y el liderazgo imaginativo en el marco de la co-gobernanza. Solo así revertiremos este repunte de la transmisión. Lo que pedimos un segundo y definitivo esfuerzo conjunto. Y pronto. Todo, menos seguir haciendo más de lo mismo.
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