¿Gobierno de coalición o elecciones?
Las elecciones del 28 de abril pasado generaron una enorme esperanza en muchas ciudadanas y ciudadanos de nuestro país. Por dos razones. Por una parte, el triunfo del Partido Socialista con una amplia mayoría para gobernar en base a los dos partidos de la izquierda española, PSOE y Unidas Podemos (UP), con apoyos de terceros y algunas abstenciones. Y porque las derechas habían sufrido una importante derrota sin posibilidad alguna de gobernar. Cualquier fórmula de gobierno debía girar necesariamente alrededor del Partido Socialista y de su secretario general, Pedro Sánchez, como presidente.
En este escenario inmediatamente se produjeron dos hechos significativos. El “¡Con Rivera no!” que gritaron las bases socialistas la noche electoral, y poco después la consideración de UP como socio preferente, con lo que se quería dejar claro que los acuerdos centrales para formar gobierno serían con esta formación.
El triunfo del PSOE y el acuerdo con UP significaba, y significa, la posibilidad real de revertir las reformas regresivas del PP, que el Gobierno de la moción de censura no pudo sacar adelante; y de abordar con perspectiva de izquierdas los grandes temas que tiene el país: el empleo y los derechos laborales y sociales, el poder adquisitivo de las pensiones y la sostenibilidad del sistema, la creciente desigualdad social, una reforma fiscal solidaria, la transición ecológica y la lucha contra el cambio climático, el compromiso con el feminismo y la igualdad de género, la revolución tecnológica, trabajar por una Europa más integrada y solidaria, frente al incremento de los nacionalismos y frente a neoliberalismo predominante…
Todo ello sin obviar la cuestión catalana, con la inmediata sentencia del procés y la necesidad de seguir avanzando en el diálogo con la perspectiva futura, hoy aún no posible, de la reforma federal de la Constitución y del propio Estatuto de autonomía de Cataluña, que permita en un momento determinado una votación por parte de las catalanas y catalanes de un acuerdo que profundice en el autogobierno de Cataluña.
Las alternativas eran entonces dos: un Gobierno progresista del PSOE, con apoyo parlamentario de UP y otras fuerzas, basado en un programa de investidura pactado previamente y con garantías de su cumplimiento, como en Portugal; o un Gobierno de coalición PSOE-UP.
La dirección del PSOE se inclinó inicialmente por la fórmula a la portuguesa y ha vuelto a esa vía como la única salida al bloqueo y a las elecciones, tras una importante oferta de coalición en julio que UP sorprendentemente rechazó. Y lo ha hecho con una propuesta de programa común progresista y abierto a la sociedad, siempre mejorable, pero sólido, de izquierdas y realista, acompañado de fórmulas ciertas de control por UP de su cumplimiento. Ese programa solo se puede llevar a cabo con UP, y no con otras fuerzas que podrían ser alternativas.
Los argumentos del PSOE para el rechazo actual a la coalición son conocidos: por un lado, un Gobierno socialista sería un Gobierno más cohesionado y estable para hacer frente a los retos inmediatos, y por otro, tras el fracaso de la investidura en julio, la desconfianza abierta con UP impide hoy una coalición de Gobierno, además de la sensación de que UP quiere tener un gobierno propio dentro del Gobierno, lo que evidentemente es inaceptable y generaría una ruptura a corto plazo. Probablemente un Gobierno a la portuguesa sería mejor para el país.
Pero UP ha rechazado cualquier fórmula que no sea la coalición, no habiendo mostrado interés en las reuniones de negociación por discutir el programa de investidura, sino solo su presencia en el Gobierno. Incluso con propuestas sorprendentes como la reciente de un Gobierno a prueba.
En esta tesitura de bloqueo, en que la alternativa es Gobierno de coalición o elecciones, creo que la primera opción, sujeto a ciertas condiciones, es hoy una fórmula menos mala para la gente que necesita nuestras políticas, y para los socialistas, que ir a un proceso electoral siempre arriesgado, cuando no simplemente inútil.
Es cierto que entre PSOE y UP hay un clima de desconfianza que parece creciente. Pero la confianza ha de construirse progresivamente, además de que el acuerdo siempre la genera. Acabamos de ver en Italia cómo dos partidos que habían tenido un muy duro enfrentamiento en las últimas elecciones, muy superior al que hemos podido tener PSOE y UP, con descalificaciones mutuas de enorme gravedad, han llegado a un acuerdo de Gobierno en diez días para impedir unas elecciones que dieran el poder a la derecha. Y ya empiezan a notarse positivamente los resultados de ese pacto.
Un Gobierno de coalición es por definición menos homogéneo y cohesionado que uno de un solo partido, pero ha funcionado y funciona en muchos países y en todo caso responde también a la voluntad de los ciudadanos. Recordemos que los gobiernos franceses de Mitterrand y de Jospin fueron gobiernos de coalición con fuerzas a su izquierda y en algún caso también a su derecha.
Por ello en este momento un Gobierno de coalición, que debe servir también para que UP conozca y aprenda lo que es gobernar, debe someterse a algunas condiciones clave. La primera es el previo pacto de un programa común de Gobierno, para el que el PSOE ha hecho una excelente propuesta. La segunda es el sometimiento a la disciplina del acuerdo, pactando, como decía Bobbio, el consenso y el disenso, incluso la metodología y supuestos del posible disenso; en tercer lugar, que el tema catalán no puede ser objeto de disenso público. Y por último, que los ministros de UP no los impone esta formación, sino que se pactan con el presidente, con decisión última de este. Porque la Constitución española da unas amplias facultades al presidente del Gobierno, entre ellas la de nombrar y cesar a los ministros y ministras y disolver las cámaras.
Muchas personas no entienden bien por qué lo que en julio era válido ahora no lo es. De ahí que el problema de desconfianza más grave no es el que exista entre ambos partidos, sino el que se puede generar entre la ciudadanía y los políticos y la política si no hay acuerdo y se convocan de nuevo elecciones. A esa desconfianza responde el eslogan que ya circula por las redes de “Yo ya he votado”.
Porque ir a nuevas elecciones en mi opinión o es inútil o es una irresponsabilidad. Inútil porque la mayoría de las encuestas dicen que los resultados no serían muy diferentes a los actuales, con ligera subida socialista y bajada de UP, pero sin mayoría suficiente del PSOE para gobernar solo, necesitando de nuevo a UP. Incluso con posibilidad de perder el Senado si las derechas se aúnan. Y para ese viaje carece de sentido convocar de nuevo elecciones.
Pero hay un riesgo mayor: que una parte de la izquierda, muy sensible a la división y el desacuerdo entre sus organizaciones, se retranquee y se abstenga, y que ganen las derechas. No es cuestión menor, ya hemos visto lo ocurrido, por ejemplo, para el Ayuntamiento de Madrid, en el que el desencuentro entre las izquierdas ha sido, sin duda, una de las causas de la abstención de nuestra gente, junto al incremento del voto de las derechas. Creo que con las actuales fuerzas parlamentarias sería una responsabilidad histórica no hacer posible un Gobierno de izquierdas, con todas sus dificultades, y que ganaran las derechas. Y esa responsabilidad, aun siendo de ambas fuerzas, recaería en mayor medida en el Partido Socialista, no solo por ser quien aspira a seguir gobernando al tener una representación mucho mayor, sino por su historia y tradición, teniendo en cuenta que UP es hoy por hoy una fuerza meramente coyuntural.