Imaginario político de verano

Catedrático de Economía Financiera de la Universidad Autónoma de Madrid —

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Imagínese usted como ciudadano, que al celebrarse unas elecciones, los votos en blanco pudiesen convertirse en escaños vacíos, por ejemplo, en el Congreso de los Diputados. Dada la falta de credibilidad y de confianza de muchos ciudadanos en la clase política y en los partidos, se trataría de que todos aquellos a los que no les gustase ninguna de las formaciones políticas que se presentan a las elecciones, pudiesen así votar en blanco, y ello sirviese para que una parte de los escaños quedasen vacíos y sin adscripción por tanto a ningún grupo político.

Sería conveniente, por otra parte, que en todas las papeletas electorales, además de los candidatos, hubiese una casilla específica y claramente visible para los votos en blanco, y que marcando la misma el ciudadano sabría que su voto podría así ser útil y por supuesto legítimo, y que a su vez estaría de alguna forma deslegitimando al conjunto de la clase política y sus eventuales representantes parlamentarios. Como es sabido, la actual legislación electoral española considera válidos los votos en blanco (a diferencia de los votos nulos), si bien no son computables a efectos de la atribución de escaños, por lo que en buena medida pierden su utilidad positiva, aunque sirvan para dar un voto negativo contra la clase política. 

Sería necesario, por tanto, que se modificase la legislación electoral, y pasasen a ser computables dichos votos en blanco a efectos de la atribución de escaños, de forma que si los votos en blanco alcanzasen un número equivalente a 14 o 15 escaños, por ejemplo, quedasen estos escaños vacíos en el Congreso de los Diputados, lo cual, aparte de visualizar la imagen de la desafección y un cierto castigo de los ciudadanos a la clase política, ahorrarían a la vez al erario público una importante cantidad de dinero, ahorrándonos así los sueldos, complementos, dietas de viaje, etc. de esos diputados, así como el amplio conjunto de asesores, asistentes, y otros gastos que rodean a cada diputado. Paralelamente se podría acordar que ese dinero ahorrado en los escaños parlamentarios, se pudiese destinar a Sanidad, Educación, Investigación científica, etc., lo que podría suponer una mayor utilidad social que pagárselo a los diputados y sus allegados, cuya utilidad y eficiencia está cuestionada por muchos ciudadanos.

Y puestos a generar en esta época veraniega nuevos imaginarios, podríamos también imaginar que en unas elecciones, en lugar de listas electorales cerradas según la legislación actual, los votantes pudiéramos excluir y tachar aquellos nombres que deseásemos en dichas listas (incluso el primero o primeros de las mismas), teniendo así algo más que decir y de participación en las elecciones, y por tanto en la democracia. Sería igualmente necesario en este caso modificar la normativa electoral para incluir esta posibilidad de listas abiertas o al menos desbloqueadas, combatiendo así de alguna manera la enorme partitocracia que hay en este país, ya que estamos a merced de unos partidos políticos en los que se evidencia falta de meritocracia y democracia interna al elegir los integrantes de las listas electorales, así como el orden de los mismos, cuestiones éstas que suelen decidir muy pocas personas dentro de las formaciones políticas.

Las dos anteriores son solo algunas de las numerosas medidas que podrían mejorar la participación efectiva de los ciudadanos en las decisiones y resultados electorales, y esperemos que algún día no muy lejano los políticos se pongan a la altura y al servicio de los ciudadanos, y puedan darles así un mayor grado de participación en la elección de sus representantes, y que no queden por ello estas propuestas como unos simples sueños de una noche de verano.