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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Cuando las madres coraje son negras

Hay mujeres que huyen con sus hijos de situaciones de violencia.

Hay mujeres que arropan a sus niñas con una capa de amor para que no vean el horror de las fronteras.

Las podemos ver cruzando el Sáhara con sus grandes vientres de madres, y protegiendo a sus bebés del cansancio del camino. Algunas veces marchan caminando entre la arena llevando en sus espaldas a los hijos queridos.

Otras murieron con ellos en brazos presas de la sed y del sol abrasador del desierto.

En los semáforos de muchas ciudades del Norte de Africa las madres piden limosna para comprar pañales, arroz, algún yogur… medicamentos para cuando las niñas caen enfermas.

Puedes verlas viviendo en los bosques próximos a Melilla, huyendo con sus hijos durante las redadas. Reconstruyendo sus vidas después de que todo lo que tenían haya sido arrasado por el fuego de los militares.

De noche bajan acantilados con sus hijas atadas al pecho antes de entrar en la patera.

Hay madres coraje que son negras.

Women's Link nos ha desvelado la historia de Oumo, una mujer costamarfileña que protegió y amó a su hijo durante el tránsito migratorio, pero que le fue arrebatado por las políticas racistas de la Frontera sur.

Cinco meses, con sus horas, sus minutos y sus segundos interminables, lleva esta madre separada de su niño.

Un crío feliz a pesar del camino migratorio, a pesar de vivir en un ghetto, a pesar de los pesares. Porque de que el niño mantuviese una sonrisa permanente se encargaban su madre y su tía. Se había criado con las dos.

Oumo, enferma, asediada por las redadas en los montes de Nador, decidió un día que el niño intentase llegar a Melilla junto a su hermana. No se perdona esa decisión que tomó con el único fin de protegerle.

El pequeño entró en la patera, el pequeño vio cómo la Guardia Civil intentaba devolverles en caliente, el pequeño gritó cuando su tía cayó al agua, el pequeño suplicaba a los guardias que no pegasen al hombre que le llevaba en brazos.

La tía se despertó en el hospital, la llevaron al CETI, pero allí no estaba su sobrino. La informaron de que le encontrarían en el Servicio de Protección de Menores de Melilla. Pidió verle y no la dejaron, pidió un test de ADN y no lo hicieron.

Oumo, enferma, desesperada, asediada por las redadas, decidió coger otra patera. Pero la embarcación no iba a Melilla. Intentaron llegar a la Isla de Alborán, y allí sufrieron un naufragio. Vio morir a tres personas, dos de ellas, una madre y su hija.

Cuando llegó a las costas andaluzas, aún bajo el shock de haber visto la muerte cernirse sobre ella, lo primero que gritó fue el nombre de su hijo. Contó la historia, y la policía la llevó al Centro de Internamiento de Algeciras.

Desde allí llamó de nuevo a su hermana y también en el CIE explicó el relato y el dolor de estar separada de su niño.

La administración le pidió documentos para demostrar su maternidad, y ella los tenía todos. Los acompañó de cientos de fotos. Para las autoridades de Melilla esto no era suficiente, ni siquiera para dejarle hablar por teléfono con el niño. Fue su cumpleaños y no pudo llamarle.

Pidieron un test de ADN y Oumo hizo dos, uno con saliva y otro con sangre. Los resultaron fueron positivos.

No era suficiente. Menores en Melilla quería sólo la muestra, no aceptaban los resultados del test hecho en otra Comunidad.

De la diligencia debida, las administraciones pasaron al maltrato, al racismo encubierto bajo la excusa de la protección del interés superior del menor.

No es el único caso de madres que gritan pidiendo sus hijos perdidos en la violencia institucional de las fronteras.

Una mujer nigeriana recuperaba hace poco a su bebé de apenas un año, del que fue separada cuando un test de ADN dio negativo. Sorprendía el resultado porque la madre mostró fotos embarazada, el certificado de haber dado a luz, y muchas imágenes de ella y el bebé mientras este crecía. Separados durante un mes y medio, mientras se pedía una segunda prueba, ni siquiera los servicios de protección la dejaron ver al niño bajo supervisión. El segundo examen dio positivo y desveló que la administración española había cometido un fallo en la cadena de custodia y por eso el primer resultado había sido negativo.

Melilla debe devolver su hijo a Oumo cuanto antes. Muchas personas sabemos que esa ciudad se ha convertido en un agujero negro para los derechos humanos, donde el maltrato, el racismo y la desprotección de las personas que llegan a su territorio es palpable.

Pero no sólo eso, el Estado español debe además reparar el daño hecho a estas madres y a sus hijos e hijas. Y la justicia tiene la responsabilidad de investigar y condenar a los responsables de ejecutar políticas que atentan contra los derechos fundamentales.