La última década larga comenzó, en términos políticos, con la crisis de 2008 y apenas acaba de terminar con la pandemia. Echando la vista atrás, una siente haber vivido una década histórica desde la revuelta de las plazas hasta la moción de censura del gobierno de Rajoy, pasando por las mareas, las PAH, las marchas por la dignidad, los gobiernos municipales y autonómicos del cambio… El ciclo de rebeldía y organización ciudadana de esta década ha sacudido el país de arriba a abajo con resultados que, como reconocía hace unos días el expresidente Zapatero señalando los avances en leyes de igualdad del Gobierno de Coalición, todavía no alcanzamos a dimensionar realmente. En algunas regiones y ciudades, esa ola cristalizó en cambios políticos que han podido echar raíces y tomar sendas de progreso y profundización democráticas que será difícil revertir. Pero Madrid, ¿qué pasa con Madrid?
Seamos claras. Lo calificamos como trumpismo madrileño, encabezado por el Gobierno de Díaz Ayuso, ha logrado renovar el proyecto político de las derechas con enorme eficacia. Lo que parecía en un primer momento una huida hacia delante de los restos del aguirrismo tras ser devorados por su propia dinámica corrupta (Cifuentes), logró sobrevivir en sus cuarteles de invierno de la Corte de Madrid tomando prestados los diputados de Ciudadanos y, finalmente, ha conseguido actualizar los significados de su proyecto con una considerable potencia política, pandemia mediante.
El terreno estaba abonado. La siembra de dos décadas de gobiernos neoliberales en Comunidad y Ayuntamiento, en asalto permanente a los servicios públicos, ha dado como fruto que una parte de la población ha adoptado estilos de vida que rompen con algunos ejes tradicionales de la izquierda: educación pública, sanidad pública, pensiones públicas, transporte público, etc. En Madrid, como punta avanzada del neoliberalismo en el Estado, lo público está en retroceso y pierde el vínculo con clases trabajadoras de rentas medias. El caso de la vivienda pública y social en Madrid (IVIMA), que fue en su día una conquista de las luchas urbanas por la vivienda de los 70 y 80, y que posteriormente ha quedado como algo residual y con carga estigmatizante, empieza a vislumbrarse en otros ámbitos de lo público, especialmente en la educación. No es solo el riesgo de deteriorar lo público, sino también el riesgo de que la sociedad madrileña se divorcie de lo público, al haberlo hecho inviable, y asuma el mercado como estado natural en el que competir por abajo por los recursos escasos. Ese es el verdadero proyecto político del PP-Ayuso en alianza con la extrema derecha.
Ese proyecto ideológico-mercantil también es compartido por el entorno empresarial cercano al partido, incluidos muchos medios de comunicación, en una relación de vasallaje orientada a captar recursos públicos. Se trata de una estructura clientelar bien engrasada en todos los niveles del mini-Estado que ya es la Comunidad de Madrid.
Sin embargo, esta realidad política aparentemente irresistible tiene los pies de barro. Los surcos de un nuevo ciclo apenas empiezan a percibirse y debemos prestarles toda nuestra atención. Durante dos años de pandemia, el protagonismo casi exclusivo de las pantallas para conocer el “afuera” había estrechado nuestra percepción del mundo. No solo la socialización en la calle se había casi anulado sino que la forma de percibir la realidad estaba hegemonizada por redes sociales y un ecosistema comunicativo, al menos en Madrid, dominado por la derecha y la extrema derecha. Tras la retirada de las mascarillas y la caída de muchas restricciones de la pandemia, la vida social brota de nuevo. El encuentro en calles, plazas y barrios nos lleva de vuelta a comprender la riqueza y complejidad de la vida, a percibir los problemas sociales y encontrarnos cara a cara tanto con la empatía y solidaridad ciudadanas como con la desigualdad creciente y la brecha que separa cada vez más el Madrid rico del empobrecido.
Esta recuperación del espacio público y las relaciones humanas también cambia, en parte, nuestras prioridades políticas. Durante las últimas semanas, las movilizaciones están cobrando cierta intensidad, especialmente en sanidad, e incluso hemos visto algún paso atrás de la presidenta en su embestida por el cierre de los SUAP. Estas avanzadillas son verdaderas victorias de donde veníamos, pero no son suficientes. Hemos estado mucho tiempo centradas en los políticos y sus declaraciones más que en hechos y realidades sociales cercanas.
Para vencer al nacional-trumpismo que ha tomado Madrid como bastión debemos alimentar los procesos de lucha y organización social que despuntan por la región. Existe un Madrid posible en las personas que se manifiestan cada tarde ante el cierre de los servicios de urgencias de Atención primaria, en las madres y padres que rodean los centros educativos pidiendo entornos escolares seguros, en los 17.000 excluidos de las ayudas al alquiler que intentaron organizarse pero les cogió la pandemia, en los habitantes de los “nuevos barrios” de Madrid como el Cañaveral, las Tablas, Montecarmelo o los Molinos en Getafe que se organizan para mejorar su vecindario, para hacer barrio, en los trabajadores y trabajadoras de Telemadrid que se rebelan contra la destrucción del servicio público, en las vecinas de Cañada Real que mantienen la lucha por contratos de luz en sus casas, en los taxistas voluntarios para llevar enfermos durante la pandemia y ahora se enfrentan a la desregulación del transporte, en los conductores de Metro o la EMT que van a la huelga para defender lo público y sus puestos de trabajo, en los grupos de consumo responsable, en los colectivos ecologistas, pacifistas, en las feministas, en las luchadoras por los derechos LGTB. Existe un Madrid posible cada vez que convertimos el dolor en rebeldía, la queja en protesta y el futuro en esperanza colectiva.
Me considero activista antes que diputada. Aunque ya lo sabía, tras un año en el Parlamento madrileño soy mucho más consciente de que sin activismo no hay democracia. Las compañeras con las que hablo manifiestan lo mismo. Debemos secarnos las lágrimas y tomar ejemplo de quienes están levantando la cabeza para plantar cara a quienes destruyen lo común. Estoy hablando de alimentar un proceso de incorporación y protagonismo de la sociedad en la construcción de las transformaciones que necesita la región. No es solamente acudir a una, dos o tres movilizaciones de la decena de ellas que se producen semanalmente. Me refiero a articular, a diseñar conjuntamente, a escuchar, pensar y dibujar juntos el horizonte de cambio que tanto necesita esta región. La “innovación social” es una idea con un enorme potencial para desarrollar desde los movimientos sociales en diálogo con instituciones dentro y fuera del Estado, y que no podemos regalar a las escuelas de negocios. Me refiero a apostar por procesos de cooperación entre sujetos sociales dónde compartamos objetivos concretos y alcanzables para, al mismo tiempo, generar las condiciones de posibilidad para un verdadero cambio cuya potencia desborde los ciclos electorales. La democracia es mucho más que el calendario electoral.
Tras 27 años de gobierno autonómico del mismo partido, sacar de las instituciones al Partido Popular es un objetivo prioritario, pero no el único. Hoy el reto es avanzar con todas las fuerzas sociales hacia la reversión del “Madrid de los mercaderes” en un proceso que quizá lleve más tiempo del que nos gustaría. Esperar a que quizás, en el último momento, una suma de siglas sea capaz de generar las condiciones para una victoria electoral es tan cortoplacista como ilusorio. El reto está en incorporar, fortalecer y renovar la acción política desde ese lugar de cooperación ciudadana junto a una mayoría social que va mucho más allá de los partidos y que, en buena medida se siente distanciada de estos o considera que las transformaciones más profundas se producen en lo cotidiano y desde fuera de las instituciones.
Los partidos son imprescindibles, pero son una parte del proyecto que necesitamos construir para derrotar a la derecha en Madrid y que las instituciones de nuestra Comunidad se conviertan en baluartes al servicio de los derechos humanos, los valores progresistas y solidarios. El menú democrático necesita contar con muchos otros ingredientes sociales, además de diálogo, tiempo y cariño.
Grupos políticos, colectivos, ciudadanos, sindicatos, asociaciones vecinales e instituciones por el cambio debemos tener el valor de encontrarnos de igual a igual para compartir objetivos de avance y generar las sinergias necesarias para ganar. Nuestro proyecto político debe ser, en esencia, la cooperación social para el bien común y para detener la distopía de competición salvaje a la que nos quieren conducir.
No son tiempos de resignación. Si nos fijamos bien, tenemos delante de nosotras las pistas para la construcción del cambio en Madrid.