Cuando en 2014 surgió Podemos, se produjo una intensa discusión sobre la fragmentación de la izquierda. Aunque la actual dirección de Podemos haya cambiado de bando en esa discusión, los argumentos que se usaron entonces son perfectamente aplicables al día de hoy. Desde Podemos repetimos una y mil veces que era absurdo dejar que nos colocaran en el lugar exacto en el que nos quiere el adversario: ese margen que puede aumentar o disminuir un poco pero que, en definitiva, nos arrincona en una posición marginal desde la que no se puede marcar agenda o determinar el mapa político. Los dirigentes más inteligentes de IU no tardaron en ver que mantenerse arrinconados en una esquina del cuadrilátero era un error que implicaba renunciar a ganar. Algunas estructuras de esa coalición y las inercias de cierta burocracia muy anquilosada se resistieron a reconocer lo que para todos los demás era evidente. Pero, al final, cierta sensatez elemental y el compromiso con las mayorías sociales se terminaron imponiendo.
Sin embargo, en los últimos meses se ha producido una importante paradoja. El adversario, con la inestimable colaboración de los actuales dirigentes de Podemos, había conseguido volver a colocarnos en ese margen en el que somos inofensivos. De nuevo habían logrado arrinconarnos es esa esquina (como espejo de VOX) desde la que se pueden pegar algunas patadas al balón, pero se pierde toda capacidad para pintar las líneas del campo.
Con el reciente anuncio de Manuela Carmena e Íñigo Errejón volvemos a colocarnos en ese sitio desde el que se puede configurar el mapa político completo; ese lugar desde el que no sólo se pueden hacer y decir cosas, sino también determinar qué es lo que hacen o dicen los demás. Vemos, por ejemplo, que Ciudadanos ha decidido integrarse plenamente en el bloque nacional ultramontano. Pero es evidente que esa decisión no le pasa la misma factura en un escenario en el que, entre Podemos y VOX, optan por VOX como “mal menor”, y un escenario en el que, entre Manuela y Vox, optan por VOX como “mal menor”. El propio ejercicio de sinceridad de Begoña Villacís (defendiendo el modelo andaluz para Madrid) tiene hoy un coste más alto para ellos que el miércoles por la tarde.
Hay en todo caso una diferencia importante entre la discusión de hoy sobre la fragmentación de la izquierda y la que tuvo lugar en 2014. Hoy no se puede hacer como si aquella discusión no hubiera tenido lugar y no se hubieran alcanzado conclusiones y, sobre todo, no se puede suponer que Pablo Iglesias no entiende lo que en 2014 le explicó a toda España. En aquel momento, cabía suponer a algunos dirigentes de la izquierda cierta ingenuidad y una preocupación honesta. Y, por lo tanto, era injusto insultarles llamándoles “pitufos gruñones” o denunciar que nos les movía más interés que la defensa de unas siglas (y los sillones de los que disfrutaba su menguante burocracia).
Esa presunción de honestidad y preocupación sincera no es fácil defenderla hoy respecto a los dirigentes que esgrimen los mismos argumentos. Desde 2014 han ocurrido muchas cosas. Entre otras, que la fórmula con la que se disputaron los ayuntamientos, y muy especialmente el Ayuntamiento de Madrid, es la que se ha demostrado como la más exitosa de todas las ensayadas. De hecho, se trata de la única fórmula con la que es realmente posible ganar. Y el secreto es sencillo: hay una inmensa mayoría de madrileñas y madrileños que no quieren ser gobernados por VOX. Y unir políticamente a esa mayoría social no pasa por sumar siglas y partidos, cada uno con sus procesos privados de primarias y componiendo el conjunto con acuerdos de despacho. Hace falta sumar a mucha gente, sumar a esa mayoría que quiere un Madrid más abierto, más alegre, más moderno y más respirable (en todos los sentidos). Un Madrid que pueda ser ejemplo de la Europa que queremos para el siglo XXI. Sumar a mucha gente venga de donde venga. Venir de un partido concreto (con sus intereses orgánicos particulares) no puede ser un obstáculo, pero tampoco puede ser un requisito. Eso dejaría fuera a mucha gente independiente (empezando por la propia Manuela) que compone esa amplia mayoría de progreso que necesita estar unida para construir juntos y juntas un Madrid del que sentirnos orgullosos.
La unidad necesaria no se construye desde la cúpula de los partidos (como quedó claro tras el bochornoso espectáculo de la suspensión de militancia de los concejales de Gobierno del Ayuntamiento de Madrid), sino desde un espacio amplio en el que sea bienvenida cualquier persona dispuesta a componer este bloque social de progreso en un proceso de primarias únicas y conjuntas.
La opción de Más Madrid tiene además una ventaja añadida que a nadie se le escapará. No sólo se ha demostrado como el mayor acierto en términos electorales. Además (y como resultado de esto), puede hoy presentar el balance de 4 años de gestión ejemplar. No se trata de presentar un programa hermoso que nadie sabe si se cumplirá o no. Aquí no hay margen para la duda: lo que se promete se ha demostrado ya que se puede hacer. Es posible reducir drásticamente la deuda y aumentar el gasto social. Es posible construir una ciudad más abierta, más diversa, más libre y más inclusiva. Una ciudad que proteja a los más débiles y que impulse (en vez de entorpecer) las fuerzas vivas de sus ciudadanos y ciudadanas. Y no lo decimos nosotros. Lo dicen los hechos.
Extender el modelo a la Comunidad de Madrid es una exigencia. Es una exigencia sacar del gobierno a un partido que, entre tamayazos y financiación ilegal, lleva décadas sin ganar limpiamente unas elecciones; parar el latrocinio al que estamos siendo sometidos los madrileños y las madrileñas; y, por supuesto, obligar a que paguen la factura correspondiente todos los partidos que no sumen sus votos (sean muchos o pocos) a ese cambio.
Contra esta opción de Más Madrid que nos proponen Manuela Carmena e Íñigo Errejón, sólo hay dos argumentos que se pueden defender en voz alta: o bien que se trata de algo que no puede funcionar electoralmente (cosa que resulta muy poco verosímil) o bien que no representa una verdadera opción de cambio (lo cual es absurdo viendo el ejemplo del Ayuntamiento de Madrid). Hay otros argumentos que pueden tener mucha fuerza en el cenáculo de un partido, pero no los escucharemos porque, sencillamente, no soportan la luz pública.