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La mejor solución para proteger a las ballenas del impacto del tráfico marítimo, al alcance de la mano

Ballenas en las aguas de Hermanus, en Sudáfrica.

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No cabe duda de que el progreso técnico contribuirá, o al menos debería contribuir, a aportar soluciones prácticas a los retos a los que nos enfrentamos como sociedad. Sin duda, esto también es aplicable para abordar las dos principales crisis que sufre el planeta: el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad. Pero también sabemos que el progreso técnico por sí solo no bastará para resolver estos problemas, ni será la única solución. Así pues, en el contexto de ambas crisis, debemos pensar de forma más amplia y práctica. Y a menudo, las medidas más avanzadas y eficaces están justo delante de nosotros y son mucho más fáciles de aplicar de lo que cabría esperar.

En particular, cuando se trata del transporte marítimo. Éste es sin duda la columna vertebral del comercio internacional y, por tanto, de la economía mundial, pero es también indiscutible que se trata de un sector con un creciente impacto medioambiental negativo sobre el clima, la salud pública y la biodiversidad. 

A causa de su casi total dependencia del uso de combustibles fósiles como fuente de energía, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) del transporte marítimo, así como de diversos contaminantes atmosféricos y de carbono negro, van en aumento; la cavitación producida por las hélices provoca una grave contaminación acústica de los océanos; la navegación a través de las zonas de reproducción o alimentación de la gran megafauna provoca colisiones que la mayoría de las veces acaban siendo mortales para el animal golpeado. La lista podría continuar.

Tan larga como la lista anterior, se puede encontrar una enumeración de medidas potenciales de lo que se puede hacer para abordar cada uno de esos impactos ecológicos. Sin duda, muchas de esas medidas serán de carácter técnico, relacionadas con el funcionamiento de las hélices, el diseño de los buques, el tipo de pintura, los combustibles de cero emisiones, entre otras. Pero ¿qué ocurre si hay una medida práctica que se puede aplicar hoy mismo y que reduce la huella ecológica per se sin apenas coste económico? Sí, eso existe: es la reducción de la velocidad de los buques, una medida que genera múltiples beneficios medioambientales. 

Entre las diversas medidas operativas disponibles, la reducción de la velocidad ha demostrado ser la forma más rentable de reducir el impacto ambiental del transporte marítimo, ya que permite reducir de forma muy significativa y con efecto inmediato las emisiones de gases de efecto invernadero y de contaminantes atmosféricos como los óxidos de azufre (SOx), los óxidos de nitrógeno (NOx) y el carbono negro, así como el ruido submarino.

De hecho, esta medida se aplicó de forma generalizada en la flota mundial durante varios años como consecuencia de la crisis económica de 2008. Así, el tercer estudio de la OMI sobre emisiones de GEI resume que “la actividad de la flota durante el periodo 2007-2012 demuestra la adopción generalizada de la navegación a baja velocidad. La reducción media de la velocidad de navegación respecto a la velocidad de diseño fue del 12% y la reducción media del consumo diario de combustible fue del 27%. Muchas categorías de buques de diferentes tipos y tamaños superaron esta media. La reducción del consumo diario de combustible en algunas categorías de tamaño de petroleros fue de aproximadamente el 50% y algunas categorías de tamaño de portacontenedores redujeron el uso de energía en más del 70%”. Pero una vez superada aquella crisis, la industria se apresuró a acelerar de nuevo y así la contaminación acústica de los océanos siguió aumentando casi a escala mundial, por ejemplo, las emisiones de ruido submarino en aguas europeas se duplicaron entre 2014 y 2019.

La publicación de un nuevo artículo científico suele brindar la oportunidad de prestar atención a un determinado fenómeno. He aquí uno de enero de 2023. El artículo científico “Large-Scale Simulation of a Shipping Speed Limitation Measure in the Western Mediterranean Sea: Effects on Underwater Noise”, realizado por un grupo de científicos franceses, concluye que la limitación de velocidad es una medida de mitigación eficaz para reducir el ruido del transporte marítimo submarino. El efecto más significativo se demostró con una reducción de la velocidad a 10 nudos en entornos de aguas profundas.

Parecen muy buenas noticias. Pero hay otro aspecto que da a estos hallazgos una perspectiva positiva. La zona de la investigación científica, el Mediterráneo noroccidental, forma parte de un área que cuatro países (España, Francia, Italia y Mónaco) han propuesto designar como Zona Marítima Especialmente Sensible (ZMES). La propuesta ya ha sido aceptada en principio, pero está pendiente de aprobación formal en la próxima reunión del Comité de Protección del Medio Ambiente (MEPC) de la Organización Marítima Internacional (OMI), que tendrá lugar en julio de 2023. La llamada ZMES tiene un objetivo claro: reducir el riesgo de colisión de los buques con los rorcuales comunes y cachalotes, especies en peligro de extinción que habitan esa zona.

Ser arrollado por un buque supone la principal amenaza individual para estas dos especies en esa área. Pero, a diferencia de lo que ocurre en otras zonas, los conocimientos científicos sobre la distribución y el uso del hábitat de estos grandes mamíferos marinos no ofrecen orientaciones claras sobre por dónde podrían pasar las rutas marítimas para reducir el riesgo de colisión con las ballenas, y se ha demostrado que sólo existe un método para reducir ese riesgo: disminuir la velocidad.

Reducir la velocidad de los buques a unos 10 nudos sería la forma más eficaz de evitar que estos animales en peligro de extinción sufran choques mortales y, como acabamos de ver, también supondría una reducción apreciable de la contaminación acústica de los océanos, otra amenaza a la que se enfrentan estas especies, entre otras de la fauna marina.

Y hay más buenas noticias. Casi al mismo tiempo de la publicación de las conclusiones científicas citadas, STOLT-NIELSEN, el mayor operador mundial de buques cisterna para productos químicos, hizo pública una declaración en la que confirma que reducirá la velocidad de sus buques en tres regiones y cambiará su ruta de navegación por otra. La decisión se ha tomado tras un proceso de asesoramiento para aplicar medidas que reduzcan el riesgo de colisión con ballenas en peligro de extinción.

Más detalladamente, las medidas adoptadas por esta empresa son, por un lado, desviarse 15 millas náuticas más al sur del actual corredor de tráfico marítimo frente al sur de Sri Lanka para evitar colisiones con ballenas azules; y por otro, reducir la velocidad de los buques en un 20%, de 12,5 a 10 nudos, en el Mediterráneo noroccidental, para evitar los rorcuales comunes y cachalotes; en las aguas que rodean la isla de Vancouver, para las orcas; y en la costa este de EE.UU., para las ballenas francas del Atlántico Norte y las jorobadas.

Cabe destacar que STOLT-NIELSEN reconoce que ralentizar la marcha de sus buques también reducirá la contaminación acústica submarina y contribuirá a alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 14 de la ONU:  Conservar la vida bajo el agua

Pero incluso con actores tan importantes tomando medidas, cabe preguntarse: ¿por qué no lo hacen otros? y ¿por qué es tan difícil conseguir que los gobiernos se pongan de acuerdo en el seno del principal organismo de la ONU que regula el transporte marítimo, la OMI? También cabe preguntarse por qué el conjunto de medidas propuestas por los cuatro países citados para la designación de una amplia zona del Mediterráneo noroccidental como ZMES no incluye la única medida eficaz científicamente probada: un límite de velocidad obligatorio, o incluso una cierta reducción de la velocidad por categoría de buque.

Las medidas de carácter voluntario -como demuestra la situación actual- sencillamente no producen el resultado esperado o necesario. Sólo la adopción de una reducción obligatoria de la velocidad de los buques en toda la zona reduciría eficazmente el riesgo de colisión con grandes ballenas, al tiempo que crearía unas condiciones equitativas para todas las compañías navieras. Es la única manera de evitar desventajas económicas, especialmente para aquellas compañías que estén dispuestas a reducir por sí mismas su huella ecológica.

Así que, si no es por el bien de las ballenas o del ecosistema marino en general, ¿qué tal hacerlo por el bien de la salud humana? ¿O para combatir el cambio climático que amenaza nuestra propia existencia? 

Digámoslo así: hay una necesidad urgente de reducir las emisiones de GEI del transporte marítimo -un sector con más de 1.000 millones de toneladas de emisiones de estos gases al año en todo el mundo y actualmente el sector más rezagado a nivel mundial en su proceso de descarbonización- y existe una medida eficaz que podría ponerse en práctica hoy mismo. Su hipótesis es correcta: es la reducción de la velocidad de los barcos.

En colaboración con Nicolas Entrup, Director de Relaciones Internacionales de OceanCare

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