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Tribuna Abierta

Mentiras y verdades en las crisis de Ucrania

Fundación Alternativas. Miembro del Consejo Asesor del Observatorio de Política Exterior, del Consejo de Asuntos Europeos y del Consejo de Asuntos de Defensa. General de brigada retirado
Vladímir Putin y Emmanuel Macron.
12 de febrero de 2022 22:22 h

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En cualquier conflicto, sea latente, híbrido, de intensidad baja o alta, o de cualquier clase, la guerra psicológica es un ingrediente fundamental. Y como dice el bien conocido aforismo, su primera víctima es la verdad, que es deformada, sesgada, ocultada, mutilada o directamente destruida, por todos los bandos en liza, según sus intereses. No es diferente en el caso de la crisis de Ucrania a la que estamos asistiendo estos días. Una mezcla de desconocimiento y manipulación está propagando miedo e incertidumbre en buena parte de los ciudadanos europeos que asisten atónitos a esta especie de recrudecimiento de la guerra fría en el siglo XXI. Es difícil que en la percepción personal de cualquier conflicto internacional no influyan de alguna manera los prejuicios, las simpatías o antipatías por algún país, régimen o líder político. Pero un análisis técnico y objetivo debe aislarse de ese tipo de emociones que pueden contaminarlo, y ceñirse a los hechos, sus causas probables y sus consecuencias previsibles, sin tratar de juzgar la bondad o maldad de sus protagonistas.

El propósito de las siguientes líneas es contribuir modestamente a arrojar un poco de luz sobre esta crisis, mediante el análisis de diez afirmaciones que circulan profusamente y están creando cierta confusión en la opinión pública. De ellas, cinco no son ciertas, o solo lo son parcialmente- lo que es peor pues en este caso la parte verdadera ayuda a que se crea el resto -, y cinco son verdaderas, aunque también tienen algún aspecto que no lo es – lo que puede inducir a mucha gente a no creerlas-.

Estas son las cinco casi mentiras:

1) Rusia ha agredido a Ucrania. En 2010, Viktor Yanukovich, conocido por su afinidad con Rusia, fue elegido presidente de Ucrania, en unas elecciones democráticas. Las relaciones con Rusia eran, en ese momento muy buenas. A finales de 2013, suspendió la firma del acuerdo de Asociación con la Unión Europea, que se venía negociando desde el año anterior. La consecuencia fue la llamada revolución de Maidán, que le desalojó del poder mediante un golpe de estado, puesto que fue destituido sin la mayoría en la Rada Suprema que exigía la Constitución vigente. Una parte de la población prorrusa o rusófona, mayoritaria al este del rio Dnieper, se negó a aceptar al nuevo gobierno y se sublevó. La rebelión, que contó con el apoyo más o menos encubierto de Rusia, con armas, suministros y “voluntarios militares”, fracasó en algunas provincias, pero triunfó en una parte de la región del Donbass, donde los secesionistas proclamaron las Repúblicas Populares de Donetsk y Luhansk, dando lugar a un conflicto civil que aún continúa, y en la República Autónoma de Crimea, que se unió a la Federación Rusa. Rusia no inició el conflicto, pero la parte verdadera es que sin el apoyo ruso los rebeldes probablemente no habrían resistido y Ucrania sería hoy igual que era, al menos en el aspecto territorial, aunque hubiera habido más víctimas entre los prorrusos.

2) Rusia invadió Crimea y se la anexionó por la fuerza. Crimea fue rusa desde 1783, cuando Catalina la Grande se la arrebató a los turcos, hasta que en 1954 fue transferida de Rusia a Ucrania por el Soviet Supremo de la Unión Soviética, junto con Sebastopol, para celebrar el 300 aniversario de la primera unión de Rusia y Ucrania (en realidad un pequeño principado cosaco en aquel momento), y por las dificultades de suministro que suponía la falta de continuidad geográfica de la península con el resto de Rusia. En el contexto de la Unión Soviética, que se dirigía desde Moscú, no pasaba de ser un cambio administrativo, y por supuesto nadie preguntó a los habitantes de Crimea si querían ese cambio o no. En 1992, poco después de disolverse la URSS el Soviet Supremo ruso anuló la transferencia de Crimea a Ucrania. En mayo de ese año, el Consejo Supremo de Crimea aprobó la independencia y una Constitución que fue anulada poco después por el parlamento ucraniano. En 1994, se eligió un presidente prorruso y el parlamento de Crimea restauró la Constitución de 1992, que volvió a ser anulada por el Tribunal Supremo de Ucrania. En 2014, cuando Yanukovich huyó del país y fue destituido, gran parte de la población de Crimea se rebeló, como en otras zonas de Ucrania. Militares con uniformes sin identificación, procedentes probablemente de las bases rusas en la península, se unieron a la población y se apoderaron de importantes centros de poder y comunicaciones En marzo, el Parlamento de Crimea proclamó la independencia, y pocos días después, tras la celebración de un referéndum que dio una amplia mayoría a la unión con Rusia, la República de Crimea y la ciudad de Sebastopol se integraron en la Federación Rusa. Se ha puesto en cuestión la fiabilidad del referéndum, que no contó con observadores internacionales, pero lo cierto es que en ese momento casi el 60% de la población de Crimea era rusa, mientras que los ucranianos no llegaban al 25%. La parte verdadera es que Rusia había firmado en 1994 el Memorándum de Budapest y en 1997 el tratado de amistad con Ucrania, y en ambos reconocía sus fronteras, incluida Crimea, y con la anexión de Crimea los ha vulnerado.

3) Rusia intenta anexionarse la región separatista del Donbass. Los dirigentes de las autoproclamadas Repúblicas Populares de Donetsk y Luhansk pidieron en 2014 su entrada en la Federación Rusa, que les fue denegada por su presidente, Vladimir Putin. Rusia ni siquiera ha reconocido su independencia, por ahora, a pesar de sus peticiones en este sentido. A finales de enero, Putin bloqueó una iniciativa de la Duma, cámara baja del Parlamento ruso, para estudiar ese reconocimiento. Rusia firmó, en febrero de 2015, los acuerdos Minsk II, junto con Alemania, Francia y Ucrania, el llamado cuarteto de Normandía, que debían poner fin a la guerra en el este de Ucrania. Estos acuerdos preveían la restauración de la autoridad de Ucrania sobre los territorios secesionistas, tras un proceso político que incluía una reforma de la Constitución ucraniana y una ley específica para dotarlos de autonomía, además de una amnistía con algunas excepciones. Nadie ha cumplido lo acordado en Minsk II, tampoco Ucrania. Moscú insiste en el cumplimiento íntegro de los acuerdos por todas las partes concernidas, y eso incluye, como hemos dicho, la vuelta a Ucrania de los territorios rebeldes del Donbass. La parte verdadera es que Moscú ha fomentado la rusificación de la zona y ha entregado pasaportes a buena parte de su población.

4) Rusia va a invadir Ucrania y por eso ha desplegado más de cien mil hombres en la frontera y está realizando maniobras en Bielorrusia. La realidad es que Rusia no está en condiciones, ni militares ni económicas, de invadir Ucrania y mantener una ocupación con una buena parte de la población en abierta hostilidad. Tampoco de afrontar las sanciones comerciales y económicas que esa invasión provocaría. Las tropas desplegadas –no en la frontera sino a casi 300 kilómetros– no son en absoluto suficientes para una invasión de un país tan grande. Es más probable que este despliegue obedezca al temor de Rusia a que Kiev intente recuperar el Dombass por la fuerza, a lo que podría estar animándola algún país occidental (y no es EEUU), en lugar de someterse a lo que se acordó en Minsk II. Si este ataque se produjera, probablemente Rusia intervendría para defender a los rebeldes y el conflicto podría extenderse a otras provincias del este y del sur, que también cuentan con mayorías rusófonas. Además, el despliegue tiene probablemente también la finalidad de mostrar fuerza que respalde la posición rusa en su intento de evitar que la OTAN siga expandiéndose. La parte verdadera es que solo el despliegue ya es una medida de presión, y además Moscú podría estar preparando otras acciones, no militares, pero disruptivas.

5) La OTAN se involucra en este conflicto porque defiende la democracia. Uno de los países fundadores de la Alianza Atlántica, en 1949, fue Portugal, que era entonces una dictadura de partido único similar a la franquista, y continuó siéndolo durante 25 años sin que la OTAN se inmutara por ello. La Alianza tampoco reaccionó cuando los militares dieron un golpe de estado en otro estado miembro, Grecia (“el golpe de los coroneles”) en abril de 1967, del que se derivó una dictadura que duró hasta 1974. Ni tampoco por los golpes de Estado en Turquía, en 1960 y 1980 -muy sangriento este último-, o las intervenciones militares en política en 1991 y 1998, con los militares quitando y poniendo gobiernos o prohibiendo partidos políticos Tal vez ahora las cosas hayan cambiado, pero el régimen político de Hungría -miembro desde 1999- no parece muy diferente del ruso en muchos aspectos. Por lo que se refiere al respeto a la soberanía de países independientes, basta repasar la actuación en Latinoamérica, del líder de la OTAN, EEUU, en los dos últimos siglos. La parte verdadera es que la OTAN dio estabilidad y seguridad a las democracias liberales europeas frente a la presión de la URSS durante los 45 años de guerra fría.

Y estás son las cinco casi verdades:

1) Rusia se siente amenazada por la OTAN.  En 1990, el último presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, recibió garantías verbales por parte de Washington de que la OTAN no se expandiría hacia el este si Moscú aceptaba la reunificación de Alemania. Nada se firmó, y, como es sabido, en los siguientes 14 años todos los países del extinto pacto de Varsovia y tres que habían pertenecido a la URSS se integraron en la Alianza Atlántica. En 1997 se firmó el acta fundacional de las relaciones OTAN-Rusia. Moscú interpreta que en esta acta se excluía el despliegue permanente de medios militares de la OTAN en los futuros nuevos miembros, aunque el texto es ambiguo y poco taxativo en este aspecto, salvo en lo que respecta a armas nucleares, en lo que es bastante claro. Lo cierto es que ahora hay despliegues permanentes del sistema antimisiles de EEUU en Rumania y Polonia, y fuerzas militares en otros países, incluidos fronterizos con Rusia, aunque hacen rotaciones. Cuando en 2018 la Alianza Atlántica aprobó en la cumbre de Bucarest la futura integración de Ucrania y Georgia, aunque sin fecha, que fue ratificada en la cumbre de Bruselas en 2021, Moscú creyó llegado el momento de oponerse frontalmente, puesto que en ambos países hay minorías rusas o rusófonas muy importantes, que actualmente están bajo la protección de Rusia y lógicamente se verían afectadas. En el caso de Ucrania, además existen lazos políticos y culturales que datan de muchos siglos, aunque no sean precisamente apreciados por buena parte de los ucranianos, y –sobre todo– hay entre ambos países una frontera de 2.000 kilómetros que sería difícilmente defendible. No obstante, todas estas preocupaciones podrían no ser sinceras y no tienen mucho fundamento, ya que nadie en su sano juicio puede pensar en atacar militarmente a Rusia, que tiene más armas nucleares que las de EEUU, Reino Unido y Francia juntos, y no dudaría en usarlas ante un peligro existencial

2) Los países cercanos a Rusia se sienten amenazados. Sin duda, cierto grado de temor está justificado. En lo que atañe a Georgia y Ucrania, está claro que si no pueden ejercer su soberanía en todo su territorio es por el apoyo ruso a las regiones secesionistas, que ha llegado a la intervención militar, más abiertamente en el primer caso, más solapadamente en el segundo. En lo que se refiere a países limítrofes con Rusia como Estonia y Letonia, que tienen importantes minorías rusas en su territorio, o Lituania y Polonia que limitan con el enclave de Kaliningrado, el temor puede justificarse por los despliegues de armas, sobre todo en este enclave, operaciones intimidatorias como sobrevuelos o maniobras próximas a las fronteras, y acciones disruptivas como ataques cibernéticos u operaciones de los servicios de inteligencia. Lo que matiza está verdad es que ni en Georgia ni en Ucrania fue Rusia quien inició las crisis, sino que reaccionó ante ellas. Y en el caso de países pertenecientes a la OTAN, nadie en su sano juicio puede pensar que Rusia atacaría militarmente al territorio cubierto por la Alianza Atlántica, arriesgándose a iniciar una guerra total.

3) Los vetos a la libre alianza o asociación de cada país son inaceptables. El mantenimiento de zonas de influencia con soberanía limitada es una reliquia de la posguerra y la guerra fría, anacrónica en este siglo. La carta de Naciones Unidas, el acta final de Helsinki, el acta fundacional OTAN-Rusia antes mencionada, garantizan la soberanía de todas las naciones, y eso incluye la libre determinación de su política exterior y de sus alianzas. Es inadmisible que Moscú intente dictar quien puede entrar o no en la OTAN, esa potestad no se le va a reconocer jamás, al menos de una manera explícita. Lo que matiza esta verdad es que los principios están muy bien... siempre que no choquen con valores superiores, y no solo para Rusia. Es más que probable que EEUU no permitiera que Rusia desplegase en Cuba un sistema antimisiles como el que ellos han desplegado en Rumanía, y en este caso tal vez no habría muchas voces en la OTAN que defendieran la soberanía de Cuba.

4) La Unión Europea ha quedado al margen. Putin ha querido desde el principio negociar primero con EEUU, y luego con la OTAN, consciente de que, en la estructura actual de esta organización, lo que dice Washington, es lo que se hace, ningún otro miembro va a plantarle cara. En lo que respecta a la UE, es evidente que no dispone aún de una política exterior y de seguridad común suficientemente desarrollada, y mucho menos aún, de una política de defensa común, sino que hay sustanciales diferencias en estos campos entre los Estados miembros, diferencias que en la OTAN se suavizan bajo la autoridad de EEUU. Por ello, Putin, a pesar de la importancia que tiene para Rusia la UE en términos económicos, la ignora en términos de seguridad. Washington y Moscú discuten sobre el futuro de Europa, como en los viejos tiempos, y los europeos se cobijan de nuevo bajo el paraguas americano. De hecho, esta crisis está suponiendo una revitalización de la OTAN, muy debilitada por la presidencia de Donald Trump y por la caótica retirada de Afganistán, que vuelve al papel de protagonista cuando hay una crisis seria ante la falta de alternativas europeas. Lo que matiza esta verdad es que ciertamente Washington ha consultado con dirigentes de los países europeos más importantes o más afectados, y al menos uno de ellos, el presidente francés Emmanuel Macron, ha tomado la iniciativa de dialogar directamente con Putin. 

5) Una solución negociada es posible. Es probable que esta crisis pase –o más bien que se enfríe y quede en estado de latencia– sin mayores consecuencias, pero eso no resolverá el problema de fondo. Rusia existe, está ahí, tiene fronteras con la UE, las relaciones económicas son muy importantes, en especial para los rusos, y la dependencia energética de Europa también lo es. No tiene derechos sobre los países de su entorno inmediato, pero es necesario reconocer que puede tener intereses y preocupaciones por las decisiones que estos tomen o que otros tomen sobre ellos. En este tipo de situaciones lo que se hace es dialogar, consultar, conocer las preocupaciones del otro, para tenerlas en cuenta a la hora de adoptar decisiones, y si es posible llegar a acuerdos que satisfagan en mayor o menor medida a todos, y mantengan la estabilidad. Rusia no puede vetar, como hemos dicho, la entrada de Ucrania y Georgia en la OTAN. Pero esto no obliga tampoco a la OTAN a admitirlos, o al menos a admitirlos ahora, si su admisión va a crear más inestabilidad y más inseguridad al conjunto, y también internamente a esos países. Es necesario llegar a un nuevo acuerdo con Rusia que -además de otros aspectos de la seguridad común- estabilice de una vez por todas la zona que ha quedado en tierra de nadie tras la ruptura de la Unión Soviética y la expansión de la Alianza Atlántica, es decir los seis países de la Asociación Oriental de la UE: Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Azerbaiyán, Armenia y Georgia, que tienen relaciones muy diferentes con la Federación Rusa y con la UE, pero no están integradas en ninguna de las dos. En él se podría contemplar un estatuto de neutralidad para estos países, al modo de Austria o Finlandia, con el compromiso por todas las partes de respetar su seguridad y su soberanía. Este acuerdo de seguridad en Europa sería mucho más sólido si formara parte de otro más amplio que contemplara también las relaciones políticas, económicas y energéticas, y sustituyera al Acuerdo de Cooperación y Colaboración de 1994, que tenía diez años de vigencia. Por eso debería ser suscrito entre Rusia y la UE, no la OTAN, aunque requiriera también el consenso de esta última. Una solución de este tipo es necesaria para la paz, la seguridad y el progreso tanto de Europa como de Rusia, así como para la estabilidad global, y habrá de hacerse antes o después, aunque haya algunos a los que no les guste o no les interese. El matiz a esta verdad es que para llegar a una solución de este tipo es imprescindible una sólida unidad de percepciones y estrategias en los Estados miembros de la UE, que hoy por hoy, todavía no existe. Primero hay que hacer los deberes en casa.

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