Milei y Ayuso contra la tradición liberal
Las recientes visitas de Milei a España –la primera, para participar en el acto de la extrema derecha europea y mundial, traído por Abascal, y la segunda, por Ayuso, en una especie de competición a ver cuál de los dos es más amigo de Milei, más ultraliberal, más de extrema derecha y puede vender mejor su coincidencia ideológica– han generado dos tipos de controversias. La primera, derivada del hecho de que un jefe de Estado desde una tribuna en España insulte al presidente del Gobierno de España y a su mujer, con la consecuencia que ha tenido en las relaciones entre ambos países. Pero la segunda, a la que creo se ha dado menos importancia, es la del discurso político que ha venido exponiendo, la ideología que lo sustenta, el modelo de sociedad que postula y defiende.
Además del acto organizado por Vox y toda la ultraderecha europea, y de la entrega de una medalla de Madrid por Ayuso, Milei intervino en otros foros, a alguno de los cuales asistió complaciente la antigua presidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre. Uno para recibir el premio anual que concede el Instituto Juan de Mariana, un think tank ultraliberal que se atribuye como misión “dar a conocer las ideas de la libertad” y “la promoción de una sociedad abierta y una economía de mercado”. Posteriormente acudió a Alemania, donde recibió otro premio de la Sociedad Hayek, que lleva el nombre del economista austriaco ultraliberal defensor del “orden espontáneo del mercado” que actúa como una “mente racional” que no debe ser importunada ni corregida por el Estado.
En todos ellos utilizó Milei un lenguaje directo y sin matices para decir lo que piensa: tras considerarse “un humilde divulgador de las ideas de la libertad”, y “un defensor del liberalismo”, proclamó que “la justicia social es aberrante”, “un monstruo horrible y empobrecedor” creado por los socialistas, que “es profundamente injusta, porque implica un robo, porque implica un trato desigual frente a la ley” y que los que están a su favor “en el fondo están siendo guiados por pasiones humanas de las más bajas, como la envidia, el odio y el resentimiento”. Sin obviar que en su opinión la justicia social “conduce a un modelo totalitario”.
Además, reiteró sus ideas de que “el control de capitales es inmoral” o “los impuestos son un robo” y que la redistribución de la riqueza se basa en el “resentimiento” y la “envidia” de quienes menos tienen frente a los que están “ganando plata”, los empresarios y los emprendedores a los que considera los verdaderos “héroes” que benefician a la sociedad con su éxito económico, “aunque ello implique inevitablemente aumentar la desigualdad.”
Como complemento de lo anterior no dejó de hablar contra los sindicatos, contra las políticas de igualdad hombre-mujer o contra el aborto, mostrando así una relación entre un capitalismo descarnado que abandona al pobre a la suerte del mercado y el conservadurismo moral más retrógrado.
Estas ideas no son nuevas. Además de Abascal, aquí en España, en Madrid, las viene repitiendo machaconamente Isabel Díaz Ayuso, quien recientemente también había arremetido contra “la justicia social, un invento de la izquierda para promover el rencor” y castigar a la “gente de bien”, insistiendo en que sólo promueve “la cultura de la envidia, del rencor y de buscar falsos culpables”.
Hay quien ha tildado estas ideas como anarcocapitalismo, como el propio Milei, o como capitalismo libertario, sin duda un capitalismo brutal, sin un mínimo de sensibilidad por esa mayoría social que vive en condiciones laborales de dependencia y muchos de ellos en la pobreza.
Pero lo que quiero resaltar es que sus autores, Milei, Ayuso, E. Aguirre, se proclaman liberales, defensores de la libertad, partícipes de la tradición liberal. Pero, ¿es así? ¿De qué libertad hablan? Desde luego no de la libertad de todos, sino únicamente de los poderosos, del capital –como insiste Milei–, de aquéllos que tienen la capacidad patrimonial de invertir y de beneficiarse de su éxito económico, pero no de la libertad de la inmensa mayoría, de los trabajadores y trabajadoras, las capas medias de la sociedad que, en el lenguaje del viejo Marx, sólo tienen su capacidad y la venta de su fuerza de trabajo y que necesitan del Estado.
A todos ellos Milei los deja al albur de un mercado sin Estado. Ya lo vimos en Ayuso durante la pandemia cuando, sin sensibilidad alguna por las víctimas, dejó morir del covid sin asistencia médica a 7.218 ancianos que no tenían seguro privado, al impedir que fueran trasladados a un hospital público “porque se iban a morir igual”. Que hubieran comprado servicios médicos en el mercado, porque el Estado no se iba a hacer cargo de ellos.
La tradición liberal
Tal planteamiento es en mi opinión profundamente contrario a la tradición liberal española y europea del siglo XX, a la mejor tradición del liberalismo político. Desde luego es muy lejana al pensamiento liberal de nuestro país, a Ortega, Marañón, Madariaga o Julián Marías. Este último publicó un libro llamado “La justicia social y otras justicias” en el que afirmaba que la justicia social “es algo indiscutido; todo el mundo la pide; nadie la niega, menos se atrevería a oponerse a ella”, concluyendo que “bastaría que un partido político, un grupo un gobernante, declarase ser adversario de la justicia social para que automáticamente quedase descalificado”. Desde luego Marías no conoció, ni siquiera los previó, a estos nuevos enemigos de la justicia social.
Pero las ideas de Milei y Ayuso están también muy lejanas de los grandes pensadores liberales europeos del siglo XX, de Popper, de Aron, de Isaiah Berlin o de Darhendorf, por citar a los más importantes. Desde luego Karl Popper, el gran divulgador de la idea de la sociedad abierta frente a los totalitarismos, contradiciendo a F. Hayek se mostró partidario del welfare state, de un estado de bienestar que haga frente a algunos problemas sociales como la pobreza, la desigualdad y la discriminación y, en definitiva, que asuma activamente los objetivos de bienestar para la sociedad.
Más claro es aun Raymond Aron. En su famoso libro 'Ensayo sobre las libertades' desarrolla la distinción entre “los derechos políticos que son libertades y los derechos sociales que son capacidades”, de donde concluye que la democracia liberal necesita de una economía mixta y del welfare state, de “organizaciones de seguridad social”, que le parecen “el mejor compromiso entre las diversas libertades que la sociedad moderna ambiciona dar a los hombres”. En su particular debate con Hayek y el concepto que éste tiene de libertad, Aron llega a afirmar que la libertad concreta que sirve de modelo a Hayek es “manifiestamente, la libertad del empresario y del consumidor”, concluyendo que “ni el obrero de una cadena de producción ni el empleado de una vasta organización” son libres según el concepto de Hayek.
Isaiah Berlin fue otro de los representantes relevantes del liberalismo europeo, que planteó en su obra 'Dos conceptos de libertad' la distinción entre libertad positiva y la negativa. Al referirse a esta última –entendida como la ausencia de obstáculos a la acción de los individuos– señaló que su perversión era “el laissez faire económico, por el que los propietarios estarían autorizados a destruir la vida de los niños en las minas” y los patronos de las fábricas a “quebrar la salud y el carácter de los trabajadores de la industria”. Para Berlin los fundamentos de la ética liberal son la igualdad de liberad, el kantiano no tratar a los demás como yo no querría que me trataran a mí y “justicia en su sentido más simple y universal”, lo que llamamos justicia social. Llega a decir, a mucha distancia de los Milei, Ayuso y compañía, que “la libertad no es el único fin del hombre” y que “si otros han de estar privados de ella –si mis hermanos han de seguir en la pobreza, en la miseria y en la esclavitud–, entonces no la quiero, la rechazo con mis dos manos y prefiero infinitamente compartir su futuro”.
Por último, Ralf Dahrendorf, quizás la más grande figura liberal europea del siglo XX, que a sí mismo se denominaba liberal-erasmista y que durante toda su vida mantuvo un “compromiso apasionado e inquebrantable con la libertad individual”, como escribió en su obra 'Reflexiones sobre la revolución en Europa', siempre insistió en lo que llamaba “el suelo común” de la sanidad, la vivienda y la enseñanza, sin el cual los hombres y mujeres carecerían de igualdad de oportunidades en la vida, lo que para él era un factor esencial para una versión madura y moderna del liberalismo (en 'La tarea futura del liberalismo. Una agenda política'), atribuyendo aquellas funciones al Estado.
En los inicios del presente siglo XXI el pensamiento liberal europeo ha continuado vinculando su concepción de la libertad con la justicia social. Así, la polaca Anne Applebaum o el inglés Timothy Garton Ash, un “internacionalista liberal” como se autodenomina, quien en su reciente 'Europa. Una historia personal' y ante la constatación de la desigualdad económica, social y cultural de nuestras sociedades, señala que “la igualdad es un componente esencial de cualquier ideología liberal digna de tal nombre”, que no significa sólo igualdad de derechos y de oportunidades, sino también “igualdad de respeto e interés” por todos los miembros de la sociedad.
He recogido esta larga referencia a los pensadores liberales europeos más relevantes para dejar constancia de que ni Milei, ni Ayuso, ni Abascal, ni Esperanza Aguirre pertenecen a la tradición liberal, ni siquiera a lo que M. Albert ha llamado “capitalismo renano”, sino que a lo sumo son ultracapitalistas, defensores de un modelo de capitalismo libertario –Milei dixit– que apuesta por la libertad del empresario y el emprendedor, dejando abandonados a la gran mayoría social. Algunos más suavemente los denominarían neoliberales, pero creo que incluso este término queda muy insuficiente para definir su pensamiento, hoy en la extrema derecha de nuestro mundo.
La tradición socialista
Yo no participo de esa tradición liberal, sino de la socialista, para la cual no hay verdadera libertad, libertad igual para todos, sin igualdad. El socialismo nació en el siglo XIX como una reacción política y ética contra la desigualdad de clases, que aún habiéndose hoy atemperado en gran medida en los países de occidente precisamente por la extensión del estado de bienestar, sigue generándose allí donde el capitalismo, libertario, neoliberal e incluso el renano, impera.
En su conocido libro titulado 'Derecha e Izquierda' Norberto Bobbio afirma que “el criterio para distinguir la derecha de la izquierda es la diferente apreciación con respecto a la idea de igualdad”, de manera que los que se declaran de izquierdas dan mayor importancia en su actitud moral y en acción política a fomentar la igualdad, o a atenuar y reducir la desigualdad.
Ya Fernando de los Ríos había escrito que “hablo de la libertad en un sentido distinto de cómo lo hace el capitalismo. Al capitalismo le interesa no la libertad de conciencia, que es la que a mí me interesa, sino la libertad económica” que propone que la mercancía vaya por libre para jugar con su precio y hace que los hombres sean esclavos. Y mi maestro el profesor Elías Díaz también ha insistido que entre los signos de identidad de la izquierda está “una mayor predisposición para políticas económicas redistributivas, basadas más en el trabajo que en el capital.”
Quizás quien mejor ha expresado entre nosotros este criterio y este ideal ha sido Luis Gómez Llorente, en unas líneas que merece recordar: “Si alguien me pregunta: ¿Qué es lo diferenciar específico del socialismo? Le respondería sin vacilar La Igualdad, la igualdad entendida como igual libertad para todos. Creo que el socialismo surge precisamente de la crítica al concepto liberal de la libertad por cuanto éste se reduce a esa forma de democracia formal que consiste en la afirmación de las libertades individuales y el Gobierno representativo (…). Los grandes pensadores socialistas asumieron la reforma liberal del estado como un paso positivo en la historia, pero fueron más allá, porque se dieron cuenta de que con eso, y sólo con eso, una gran parte de los seres humanos no son real y verdaderamente libres.
Por eso, aunque no participe de la tradición liberal, sino de la socialista, siempre me ha parecido importante el diálogo con aquélla. No sólo porque algunos socialistas, como Prieto, afirmaron aquello de que “Soy socialista a fuer de liberal”, sino porque, como dice Gómez Llorente, entendemos que la democracia liberal es el marco político necesario, aunque insuficiente, para cualquier acción política en favor de la igualdad. Pero resulta claro que ni Milei, ni Ayuso forman parte de esa tradición liberal, sino de la extrema derecha anarcocapitalista, hoy también llamada iliberal.
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