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Nadie sabe lo que va a pasar mañana, pero...

Madrid vive sin incidentes ni aglomeraciones la salida de los niños

Guido Stein

Profesor del IESE —

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“Si sabe cuál va a ser su carácter, sus deseos, energías y, por lo tanto, cuáles serán sus reacciones ante lo que vaya a pasar” escribía Ortega en 1923 hablando de la previsión del futuro en El tema de nuestro tiempo, un libro de una actualidad inusitada que además enriquecerá el lenguaje del lector, condición necesaria para pensar, que por nuestros lares se hace poco y no siempre bien. En vez de profetizar, lo que parece más cabal es prolongar hacia el futuro las tendencias que se apuntan, apoyándonos en lo que ya ha acontecido, como si fuéramos profetas vueltos del revés.

A estas alturas de la pandemia, el enemigo letal ya no es sólo, ni principalmente, un microorganismo, sino la posibilidad de que vivamos de espaldas a lo que nos está ocurriendo, que es justamente como reaccionó la inmensa mayoría de la tripulación y pasaje del Titanic, cuyo hundimiento previsible pero sorprendentemente inesperado conmemoramos.

El domingo pasado fue el gran día de ruptura de una clausura que ya nos pesaba con pesar; traducida en una salida deseada con toda el alma para pasear con nuestros hijos más pequeños, nos regalaba imágenes coloridas de calles y plazas reconquistadas por la algarabía infantil con tonalidad familiar, todo ello envuelto en torrentes de vitalidad embalsada que velozmente desbordaron el frío rigor del BOE por sus cuatro costados. Mis hijos, desconocedores de aquel eslogan, “small is beautiful”, le dijeron a su madre de vuelta a su confinamiento, que es el nuestro: “¡qué ganas teníamos de ver el barrio!”. En efecto, somos capaces de ver con ojos renovados, lo que antes pasaba inadvertido; ¿cuánto nos durará la frase lapidaria “nada volverá a ser igual”?

Esas instantáneas dominicales, apropiada expresión por la brevedad de la aventura, pujaban por ofrecer la maravillosa embajada de una primavera a borbotones, que se resiste a llegar. El invierno vírico y gris que nos ha envuelto el corazón insiste en negarnos la recuperación de la vida del día de cada día.

Nos habíamos ganado a pulso el “permiso”, con más mérito que muchos reclusos; sin embargo, tras su disfrute me ha asaltado con fuerza una preocupación que, desde que se empezó a hablar del desconfinamiento escalado, barruntaba, aunque desdibujada y lejana: ¿Somos conscientes de que la gravedad de la situación persiste o hemos empezado a olvidarlo prematuramente? ¿Necesitamos que nos ilustren sobre lo que supondría un terrible segundo confinamiento? Nada más lejos de mi intención que servir de eco a un agorero que llama a los males y atrae las desgracias; sin embargo, dudo de si nuestra mirada de corto alcance nos quiere ahorrar la realidad más contumaz: el camino aún es largo y no caben más que dos modos de recorrerlo, uno muy esforzado y el otro peor; confío en que, justamente, no empeoremos con la comprensible insensatez de nuestros actos lo que ya es duro pero abrigado de esperanza.

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