“¿Quién es Kaoutar? ¿La del pañuelo?”
La islamofobia es un fenómeno derivado del racismo en la sociedad occidental y este odio se justifica desde una percepción de la religión basada en tópicos. Esta percepción ha ido en aumento tras cada atentado cometido en Occidente en nombre del Islam, lo que genera un odio irracional hacia los musulmanes. Sin embargo, de las 72.000 víctimas muertas a manos de grupos terroristas entre 2000 y 2016, el 87% fallecieron en países de mayoría musulmana.
En realidad, no se rechaza una religión que apenas se diferencia del cristianismo, se rechaza la religión de “los moros” y todo lo que tenga que ver con ellos. Toda acción negativa que cometa una sola persona leída como musulmana se atribuye a toda la comunidad, negando la individualidad y diversidad de ésta; como si se tratasen de robots con un chip insertado en el cerebro que les obliga a actuar a todos de una misma forma.
Cuando se habla de musulmanes, se entiende que se habla solo de personas árabes/magrebíes, es un estereotipo arraigado al imaginario popular y la realidad es que, ni todos los musulmanes son árabes/magrebíes, ni todas las personas de estas etnias son musulmanas. Estos últimos, aun sin ser practicantes, sufren islamofobia.
Una de las razones por las que el Islam es odiado es por su racialización. Pasa lo mismo con el uso del hijab, una mujer blanca que decide llevarlo se convierte en “mora”, en una persona sin capacidad de decisión, una analfabeta sometida a la voluntad de un hombre, alguien que probablemente está siendo maltratada.
En un pueblo de Madrid, miembros de una asociación propusieron un taller de textil dirigido a todo el público pero con el objetivo principal de reunir a mujeres musulmanas. Y sin consultar a ninguna de ellas, pidieron una subvención a la Comunidad de Madrid como si se tratase de mujeres musulmanas maltratadas en riesgo de exclusión.
Según cuenta Fahima, una chica musulmana de 23 años, el taller no necesitaba ninguna subvención porque cada una compraba su propio material. Al parecer, deseaban hacer un negocio gracias a estereotipos.
Fahima se ha visto en numerosas situaciones incómodas, como aquella vez que fue a examinarse para obtener el carné de conducir y el examinador se negó a llamarla por su nombre porque “ellos” tenían nombres demasiado raros. El mismo que la felicitó por conducir con gran destreza y habilidad durante los 40 minutos que duró su examen, cuando normalmente no superan los 15 minutos, pero después la suspendió.
Tampoco olvida cuando pasó a segundo de Bachillerato con unas notas por encima de la media y aun así le propusieron sacarse el curso en dos años. “Segundo de bachillerato no es una tontería, no es lo mismo que primero”, recuerda que le decían. ¿Cuál era exactamente el criterio de estos profesores? Satisfecha, Fahima aprobó ese curso en un solo año, y una vez más, con altas calificaciones.
Kaoutar es otra chica musulmana de Leganés a la que su profesor humilló repetidas veces en clase por llevar velo. “¿Quién es Kaoutar? Tiene un 6”. Y al levantar la mano, el profesor exclamó: “¿La del pañuelo? Entonces tienes un 5”. Ella preguntó en qué se basaba su criterio de evaluación y el profesor la amenazó con suspenderla si acudía a quejarse a la jefatura de estudios.
Se calló, pero al siguiente trimestre decidió hablar cuando la suspendió teniendo un 7 de media. Formalizó una queja ante la Consejería de Educación y consiguió el aprobado que merecía. No obstante, se sintió presionada por la dirección para no continuar con el procedimiento contra el profesor.
Nahia volvía del médico en autobús con una amiga cuando se sentó detrás de un chico y seguidamente éste se cambió de asiento. Fue tan descarado que decidieron volver a sentarse detrás del chico para saber si ellas tuvieron que ver en su cambio de asiento. El chico volvió a hacer lo mismo pero esta vez con una mirada cargada de hostilidad. Pensó que no le había gustado el color de su hijab, o algo así.
A Shaima en la semana del atentado cometido contra la revista satírica Charlie Hebdo, un hombre se permitió el lujo de pararla por la calle para decirle que debería quitarse el hijab. El señor, ante su negativa, gritó que era una radical y que terminaría siendo una esclava sexual para Daesh. Muy agradable.
Igual de agradable que aquella mañana cuando pasaba con su padre en coche por Atocha y les paró la policía. Le resultó curioso que los viajeros de los vehículos retenidos fuesen personas árabes y mujeres con hijab, y que al resto de conductores que no cumplían con estos perfiles se les permitiera pasar. Les pidieron la documentación, les registraron el coche y estuvieron retenidos durante una hora. El tiempo suficiente para que su padre perdiera la cita que estuvo esperando durante meses con un especialista de la salud. No había ningún motivo aparente para pararles salvo su propia apariencia.
Esto es lo que se denomina islamofobia institucional, el Gobierno no ayuda contra la discriminación si sus medidas para luchar contra el terrorismo estigmatizan a la comunidad musulmana en España. No es de extrañar que ataquen mezquitas, agredan a musulmanes, en especial a musulmanas, que haya manifestaciones en contra de su libertad de credo, su vestimenta y hasta de su existencia. Si incluso el propio Estado les demoniza y son los primeros en ser islamófobos.
Desde las instituciones deberían tomar medidas contra esta lacra social. Es un problema que se está agravando con el paso del tiempo y afecta a una parte de la sociedad en aspectos como su seguridad, integridad y su vida rutinaria.