Patriotas
Albert Rivera tiene un problema. Solo ve españoles. Le da igual peperos corruptos que funcionarios honrados. Él ve españoles. Banqueros rescatados que familias desahuciadas. Españoles. Trabajadores precarios o blanqueadores de capital. Da igual. Españoles al fin y al cabo.
Porque no ve mujeres –salvo para liderarlas- que si no vería igual mujeres españolas víctimas de la violencia machista que a sus maltratadores. Serían todos igual de españoles.
Rivera, que antes de presentarse en coalición con la ultraderecha Europea se afilió a las juventudes del PP, que nunca fue capaz de encontrar las diferencias entre su partido y el ultraderechista Vox, solo hay una cosa que no ve: a Podemos en el Gobierno.
No lo esconden. Quizá porque a eso le deben el favor de medios y encuestas. Un Podemos de derechas, como decía aquel influyente banquero. Podemos no. El resto son españoles.
Acabado el aquelarre nacionalista made in las mejores agencias de publicidad, Twitter trataba de explicárselo recordando al Primo José Antonio, a Mussolini, o a Trump. La realidad era más fácil y más española. Lo explicó en su día el bueno de Manolo Escobar: “Si al grito de viva España no le responde otro viva, si es hombre no es español y si es español no es hombre”.
En realidad Albert Rivera no tiene un problema. El problema lo tenemos nosotros. Resulta que ahora que el himno y la bandera les pertenecen, ya pueden empezar a repartir los carnets de españoles. Y no es broma. Rivera ve españoles... y cuando no los ve los manda a la cárcel: titiriteros, independentistas, twitteros, raperos... no son pocos los que Rivera no ve. Y entonces, de golpe, carecen de derechos. ¿Por qué? Obvio. Porque no son “verdaderos españoles”.
Rivera los mira... y no los ve. Rivera no anda bien de la vista. A Rivera le parece mucho más español un francés xenófobo como Manuel Valls que cualquier representante de Podemos. Y esto no es de ahora. Pero lo de ahora se veía venir. La derecha tan ultraliberal como ultranacionalista siempre piensa que “las dictaduras no tienen libertad, pero tienen paz y orden”. Y como en todas las dictaduras, a Rivera le sobra gente.
Gente que no puede salir de casa sin que la persigan y acosen, gente que no puede hacerse una ecografía ni, mucho menos, comprarse una casa bonita sin que le caigan todo tipo de mentiras y acusaciones al tiempo que deslizan su dirección entre los grupos fascistas que, por supuesto, piden entusiasmados el voto para Rivera. ¿Fascistas he dicho? No. Españoles.
Nada es casualidad. Cuando las encuestas no pueden ocultar más el ascenso de Podemos empiezan los seguimientos, el acoso, las publicaciones. Te preparan un informe PISA, una cuenta en las Granadinas o llenan tu casa de nazis. Ya se sabe. Hay que probar cosas nuevas. Hay que prepararlo bien.
Nada es casualidad. Aparece primero en el boletín de la cloaca. Luego la información se va escalonando en función del público. En seguida una casa de tres habitaciones a 40 km de Madrid se convierte en un chalet de lujo pagado con dinero negro de un banco independentista que ofrece condiciones preferentes a cambio de crímenes inconfesables.
Se preparan los argumentarios. Se buscan las referencias. A estas alturas la casa es ya un chalet de lujo. Sobre todo si eres de Podemos. Todo Galapagar se convierte en una urbanización cerrada. Los titulares se encanallan, se persiguen las críticas, Irene y Pablo son incoherentes. Podemos está en contra de las casas, de las piscinas, de la propiedad privada y de las vitro-cerámicas.
¿Para qué criticar la realidad cuando puedes entendértelas con la caricatura que tú mismo has hecho? De pronto da igual comprar tu tercer ático aprovechando la bajada de precios de la crisis que buscar un poco de protección para la infancia de tus hijos. De pronto es lo mismo un escrache a quien legisla los desahucios que señalarle a la jauría fascista su próxima víctima.
El resto ya lo saben. Cuestión de horas. Cuestión de dinero. Todo vale. No tienen derechos. Ni Rivera ni sus admirados compañeros de Vox, ni sus amigos de la cloaca consiguen verlos como españoles. Puedes mentir, calumniar, instigar, perseguir, acosar… todo está permitido.
Ya nada sorprende excepto la capacidad de una pareja primeriza, embarazada de mellizos, para aguantar de pie defendiendo su dignidad. ¿Por qué? No es fácil explicarlo. Se llama compromiso. Compromiso con tu país y con tu gente. ¿Merece la pena? Seguramente no. Ni personal, ni vital, ni económica, ni profesionalmente. En cierto modo se trata de eso. Se trata de asustar y callar a un país que no entra al trapo de su bandera privatizada. De expulsar de la política –de su España- a la ciudadanía aún dispuesta a defender un proyecto plural, abierto, justo y enriquecedor. O simplemente a no callarse ante la podredumbre de los amos del cortijo.
Claro. Es fácil ser patriota cuando te sacan guapo en las fotos y arriba en las encuestas. Cuando sabes que los medios pondrán sordina a tus investiduras y jamás osarán siquiera preguntarte por la financiación irregular de tu partido. Lo difícil es seguir peleando cada mañana -desde Vallecas o desde Galapagar, desde los barrios ricos de Cádiz hasta los más modestos de La Isla, desde todas partes y cada uno a su modo- por un país nuevo, por un país digno, donde los cuatro poderosos de siempre –y sus herederos- no puedan desposeerte con sus cloacas de todos tus derechos y hacer de tu vida algo insoportable.
Pablo e Irene han puesto su credibilidad en manos de su gente. De la gente de Podemos. No les juzgará un tabloide financiado por las cloacas. Le juzgaremos nosotros y nosotras. Yo he votado que sigan. Lo digo con orgullo, pero mi orgullo sólo vale un voto.
Sí sale que NO sé que se irán, y quizá la vida sea mucho mejor para ambos. Pero si sale que SIGAN sé también que lo harán. Y también sé por qué. Por patriotismo. El patriotismo de verdad, el que no tiene honores, ni sobresueldos, ni reverencias. El que se practica con el mismo sacrificio en los bares de pueblo que en las moquetas de los parlamentos, sin buscar en ningún sitio la amable sonrisa de los poderosos.
Un patriotismo donde caben los diferentes y las diferencias, los símbolos comunes y los particulares, las lenguas, los acentos, las dudas. El patriotismo del respeto al otro. Libre, abierto, plural, discutido, crítico y transversal.
El patriotismo que no ve Rivera. El del país que viene.