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El pequeño Sam no encontró posada

Miguel Ángel Vázquez

Escritor y activista por los Derechos Humanos en el Movimiento Matria —

Estos día me ha removido profundamente la foto de Olmo Calvo en la que aparece el pequeño Sam, un niño recién nacido en un barco de rescate al que hubo que evacuar en helicóptero por su frágil estado de salud. La cercanía de las fechas y lo icónico de la imagen -tumbado sobre una manta azul, con la pinza umbilical recién puesta, sostenido por varias manos- evocan inevitablemente la escena navideña del portal de Belén. Sin embargo, más allá de la poderosa fotografía, son varias las circunstancias que rodean la recientísima vida de Sam las que me llevan a esta evocación y me interpelan.

Sam nació en un barco, en medio del mar, porque en Europa “no le daban posada”. Nació “al calor del aliento” de los voluntarios de la sociedad civil que esta Nochebuena la pasarán en el mar rescatando vidas (acordémonos de ellos esta noche al brindar). Nació flotando en medio de la nada quizá porque su familia huía “de un rey genocida” como hace 2000 años, según el relato, otra familia huyó a Egipto buscando refugio.

Es inevitable leer el relato navideño en clave de actualidad desde la vida de Sam y la de tantos otros que llegan a nuestras fronteras como ese niño refugiado que fue el Jesús histórico. La responsabilidad de los que se dicen creyentes es responder ante ese relato hoy y no sólo celebrar por la inercia de la costumbre como si fuera un inspirador cuentecillo pasado. Lo revolucionario del mensaje contenido en los evangelios si no se actualiza es folklore. Sigue ese mensaje (de acogida, de defensa del vulnerable, de amor frente al miedo y el odio) el que lo pone en práctica con hechos (aunque no crea ni falta que le haga) más que el que dice seguirlo mientras actúa de manera contraria.

Decir 'feliz Navidad' hoy es decir que en una realidad tan difícil como la de Sam somos capaces de encontrar esperanza -luz- y reivindicarla. Decir 'feliz Navidad' hoy, para aquellos que queremos -intentamos- creer, es decir que en ese niño recién nacido en los márgenes de nuestro sistema encontramos a Dios y acogerlo -adorarlo-. Por eso me rechina tanto la profunda contradicción que hay entre quienes sacan pecho de sus creencias a la par que critican con saña que un nuevo barco con 300 personas migrantes rescatadas del infierno del mar vaya a llegar a nuestras costas.

Veo totalmente incompatible el nuevo soniquete este de “celebrar los valores tradicionales de la Navidad” a la vez que se afirma con contundencia que hay que cerrar las puertas a toda esta gente desesperada. No hay por donde cogerlo. Que no lo digo yo, que lo dice el propio Papa en su reciente mensaje para la Jornada de la Paz: “No son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza”.

Me ha recordado esta enésima polémica en torno a la envoltura que las tradiciones y los siglos le han querido dar a un mensaje revolucionario a aquella vez que coincidió el estreno del belén municipal de Botella con el derribo de chabolas en El Gallinero. Era el invierno de 2013 y, a la misma hora que la entonces alcaldesa Ana Botella convocaba a la prensa para dar por inaugurada la Navidad institucional, las máquinas excavadoras dejaban a la intemperie a 22 niñas y niños sin previo aviso. No sirvió la prohibición de Naciones Unidas que impide ejecutar desahucios en meses de climatología adversa. Adorar a un Niño Jesús de barro mientras destrozas “pesebres” y dejas a 22 niños y niñas Jesús en la calle.

“Poner el belén” en vez de atender a los belenes cotidianos que nos rodean. Hacer de ello trinchera. Qué absurdo. Qué estéril.

Sin el anuncio -entonces de “los ángeles”- de que sigue naciendo la esperanza para dar libertad al pueblo no hay Navidad. Sin la poderosa imagen de que en lo más pequeño y vulnerable -ese motor de cuidados- podemos encontrar claves para vencer el miedo y el odio, a pesar de una noche que se prevé larga, no hay Navidad.

Si en estos días escucháis a gente de misa diaria, o a quienes se reivindican como profundamente católicos, diciendo que a Sam y a su familia hay que devolverles “a Herodes” o dejarles tirados en el mar, repetidles con paciencia el relato porque ahí tampoco hay Navidad. Acaso “belenes”. Y costumbres. Pero no Navidad.