De aquellos polvos
No sé si a algunos les pasa como a muchos, que estamos aburridos de que se lancen descalificaciones entre partidos y, mucho más grave, entre personas.
Cansados estamos de que lo que para todos es norma casi sagrada del respeto a la Constitución, clave para la democracia y para la convivencia, para otros se haya convertido en navío a la deriva.
Es categórico el mandato que el artículo 568 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, “ajustada” a la Constitución, impone a los Presidentes del Congreso y del Senado adoptar las medidas necesarias para que la renovación se produzca en plazo.
¿A cuento de qué el legislador, que tiene la obligación específica de respetarla, conservarla, reformarla y, en todo caso, cumplirla y hacerla cumplir, lleve más de dos años y medio agrediéndola?
En este tiempo, que se presta a la conversación con otros y con uno mismo, me viene a la cabeza el soneto imperecedero de Lope de Vega, que parafraseo: “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras, que interés se te sigue poder mío, que, a las puertas, cubierto de rocío, pasas las noches de dos años a oscuras?”
¿Qué interés se persigue por quienes, alegando incumplimientos ajenos, no cumplen con la obligación constitucional de llegar a un acuerdo -que de esto va la política-, para que otros órganos igualmente constitucionales puedan seguir cumpliendo sus obligaciones? ¿Será verdad que el Parlamento es el “templo del debate y la escucha”? (Pilar Llop, ex Presidenta del Senado y actual Ministra de Justicia)
Hoy no estoy por reflexionar sobre quién ni cómo debe hacerse. Hoy solo y simplemente quisiera recordar que las presidencias de los órganos legislativos están incurriendo en grave responsabilidad por no despertar a los partidos políticos, que están durmiendo en la irresponsabilidad desde hace largo tiempo. Asumiendo el reto que la Presidenta del Congreso, Meritxell Batet, nos ofrece en el “canal fundamental de comunicación con la ciudadanía”, necesitamos que despierten, que ya está bien de somnolencia, letargo, abandono y falta de diligencia.
Habrá que pensar por qué en un lustro no da tiempo a encontrar las fórmulas necesarias para que se produzca la renovación automática de los órganos a los que la Constitución les otorga un periodo de “legitimidad” democrática, propiciando su descalificación, su desprestigio y el desafecto de la ciudadanía.
¿Es razonable seguir haciendo declaraciones de una irrisoria preocupación por la falta de cariño de los ciudadanos?
De aquellos polvos (con perdón) vienen estos lodos. !Qué rico nuestro refranero!
Y a quien le pique que se rasque, pero hasta que sangre de dolor y descubra que los ciudadanos llevamos tiempo desangrándonos de indiferencia.
0