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Principio de urgencia

Vicerrectora de Globalización y Cooperación de la Universitat Oberta de Catalunya —
25 de septiembre de 2021 06:00 h

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Arde Grecia. Llueve en Groenlandia. Miles de peces muertos flotan en el Mar Menor. Se inunda Nueva York. Hay desabastecimiento de comida en Inglaterra. Las materias primas escasean en todo el mundo. Y todo esto junto a una pandemia que dura ya más de año y medio. Puede parecer el inicio de una película apocalíptica, aunque en realidad se trata de las noticias que hemos ido escuchando desde este verano. Sabemos que no, que no es una película pero o parece que no nos queremos dar cuenta o nos sobrepasa la situación de tal modo que preferimos mirar hacia otro lado. Pero ¿hacia dónde? Se nos acaban las opciones. Sobre todo si tenemos en cuenta que todas estas situaciones extremas las estamos provocado nosotros mismos con nuestra manera de vivir y de convivir. 

Pongamos un ejemplo para tratar de unir algunos puntos. Sabemos que el incremento de la concentración de los gases de efecto invernadero en la atmósfera provoca el incremento de la temperatura terrestre. Este calentamiento global genera, a su vez, cambios en el clima local. Unos cambios que son cada vez más extremos y frecuentes, donde sequías, huracanes o deshielos provocan incendios, inundaciones y aumento del nivel del mar. Pero bueno, nos decimos, el hombre ha aprendido a controlar la naturaleza, así que ya resolveremos los problemas conforme vayan llegando. Y aquí es donde se nos desmonta este principio de la cultura occidental que tenemos grabado a fuego. Porque, aunque en principio la fauna y la flora se adaptan para sobrevivir cuando el clima cambia, algunas especies no lo hacen. De hecho, según la plataforma intergubernamental sobre biodiversidad IPBES un millón de especies está en peligro de extinción. Una pérdida de biodiversidad que nos afecta directamente a los humanos, ya que es una de las causas de aparición de nuevas enfermedades infecciosas al facilitar la transmisión de virus de procedencia animal a las personas. 

Hasta aquí una parte de la línea de puntos. Vayamos ahora a las causas. ¿Todas las personas somos responsables del incremento de gases de efecto invernadero? Pues en cierta manera sí aunque, sin duda, unas bastante más que otras. Es importante tener en cuenta que apenas un centenar de empresas del sector energético, en concreto las productoras de combustibles fósiles, son las responsables de más del 70% de las emisiones globales de estos gases desde 1988. Un centenar de empresas que producen el petróleo y el gas que necesitamos para seguir con nuestro actual modelo de vivir y de convivir. ¿Seguimos mirando hacia otro lado?

Que los seres vivos y el planeta somos interdependientes nos lo llevan diciendo los científicos desde hace décadas, aunque no siempre se les ha escuchado lo suficiente. Sin embargo, la dinámica parecía que iba a cambiar en 2015 cuando la Asamblea General de Naciones Unidas aprueba la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Una agenda política global que asumen todos los países que forman parte de la ONU con el objetivo de resolver, antes de 2030, los grandes retos globales a los que nos enfrentamos: desigualdades sociales y económicas estrechamente vinculadas a un daño medioambiental, todo ello provocado por la acción humana. Una agenda política global ambiciosa que, pese a algunas de sus incoherencias y desencuentros, aporta la esperanza de saber qué es lo que deberíamos solucionar. Porque si tenemos claros nuestros objetivos, podemos trazar un plan para alcanzarlos. 

En España tenemos el plan de acción para la implementación de la Agenda 2030 desde hace 3 años, una Estrategia de Desarrollo Sostenible desde hace unos meses y un Ministerio con el encargo de ejecutar ambos. Las Comunidades Autónomas y numerosos ayuntamientos también se han volcado en incorporar la Agenda 2030 a sus políticas públicas. Todos estos planes y propuestas se están trabajando en colaboración con entidades públicas y privadas además de con la sociedad civil, como no podía ser de otra manera. Si los retos globales son de todos, debemos abordarlos entre todos. Pero como se reivindicaba en un acto organizado hace unos días por la plataforma Futuro en Común, un colectivo que agrupa a unas 50 organizaciones entre ONG, sindicatos, universidades y otras entidades, a nuestros planes les falta ambición y aceleración. 

Y es que efectivamente parece que en ocasiones sigamos en 2015, con un discurso esperanzador, lleno de posibilidades para un futuro prometedor. Como si una pandemia que ya dura más de año y medio no hubiera sido suficiente para hacernos unir los puntos. Como si no estuviéramos atentos a los científicos del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) y a tantas otras voces de la academia cuando nos recuerdan que nuestro modelo socioeconómico de convivencia es insostenible y que se nos acaba el tiempo para hacer algo al respecto. Quizá deberíamos escuchar más a nuestros jóvenes, quienes se movilizan en movimientos como el Fridays for Future y nos llaman la atención con una huelga global por el clima convocada para este 24 de septiembre. Precisamente ellos reivindican siempre que nuestros gobiernos y administraciones escuchen más a la ciencia.  

Pensemos en el presente y actuemos cuanto antes con políticas públicas basadas en evidencia y con acciones valientes que nos hagan frenar, mitigar y reorientar los daños sociales, económicos y medioambientales que estamos provocando. Los fondos Next Generation y los planes de recuperación son una oportunidad para avanzar en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Necesitamos también un marco de actuación con instrumentos e incentivos que nos permitan ejecutar esos planes y esos recursos. Además, la sociedad española está preparada, como demuestra un estudio reciente del Pew Research Center donde se estima que el 91% de la ciudadanía está dispuesta a modificar su estilo de vida para reducir efectos sobre el cambio climático. Un cambio de modelo de convivencia nunca es sencillo pero la alternativa de seguir con el actual es bastante más desoladora. El principio de urgencia debería ser el principio rector de las políticas que pongamos en marcha a partir de ahora. Nos va el presente en ello.