¿Hemos vencido la pandemia? Aún no lo sabemos, pero todo indica que vamos por el buen camino. La buena ciencia, la buena economía y la buena política se han alineado por una vez, como astros en el firmamento, para que esta historia tenga un final feliz.
Efectivamente, en primer lugar, la ciencia, básica y aplicada, ha hecho posible disponer de varias vacunas en un tiempo récord y con una fundamentación científica innovadora, que aún no nos lo acabamos de creer. No es magia, es ciencia duramente labrada, “golpe a golpe, verso a verso”, con sudor e ingenio, aprovechando las palabras del poeta. Asistimos a una revolución científica en el campo de las vacunas que esperemos nos traigan otras alegrías, como por ejemplo frente a la tuberculosis (alrededor de 1,5 millones de muertes cada año) o el paludismo (500.000 muertes cada año, el 90% en África). Un reto pendiente que la ciencia puesta al servicio de la pandemia pueda ayudar a conseguir. Invertir en ciencia es la mejor manera de hacer frente a las amenazas, presentes y futuras, para la salud de las personas.
En segundo lugar, las empresas farmacéuticas han hecho posible que el fruto de la investigación y la innovación, financiado en la mayoría de las ocasiones por fondos públicos, pudiera producir millones y millones de dosis, y en las condiciones de calidad y seguridad adecuadas para que la eficacia demostrada en los ensayos clínicos -cuya logística han asumido-, siempre en condiciones ideales, casi de laboratorio, pudiera ser igual de efectiva en las condiciones habituales en las que vivimos las personas. Liberar las patentes, en determinadas circunstancias, es una opción a medio y largo plazo, pero a corto plazo son los países ricos los que deben proveer los fondos necesarios para que las vacunas seguras y de calidad lleguen en cantidades suficientes a los países de renta media y baja.
Pero todo ello, realmente necesario, no habría sido suficiente si no dispusiéramos de instituciones públicas, con capacidad para comprar esas vacunas, gracias a los ingresos que generan los impuestos, y con ello ponerlas gratis al alcance de miles y millones de personas. Además, los Estados, el español y otros europeos, han podido endeudarse con el apoyo del Banco Central Europeo. Algo que no todos los Estados pueden hacer. Posiblemente, la existencia de Estados frágiles en el mundo, algunos fallidos, sea el punto más débil de la lucha contra la pandemia. Algo que no resuelve ni la liberación de las patentes ni la financiación de ingentes cantidades de vacunas. Pero es donde nos jugamos más para que lo conseguido en los países como el nuestro sea definitivo. Fortalecer las instituciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud es otro paso necesario para afrontar el futuro en mejores condiciones.
Finalmente, en este análisis sobre los determinantes que están haciendo posible este final feliz, hay que mencionar al increíble esfuerzo logístico que está haciendo el Sistema Nacional de Salud. El componente estrella, junto al sistema educativo y de seguridad social, del estado de Bienestar, que existe, volvamos a recordarlo, gracias a los impuestos y a su adecuada administración.
Si en la primera fase de la pandemia fueron los hospitales los que aguantaron ejemplarmente la embestida de la pandemia, junto a las políticas de restricciones de la movilidad y la adopción de medidas preventivas no farmacológicas; en esta fase final, esperemos, está siendo la atención primaria la que da el do de pecho, como todos podamos comprobar cuando nos citan para vacunarnos, y cuando llega el momento más deseado todo trascurre con una normalidad que sorprende por su eficiencia. Disponer de sistemas sanitarios robustos es una condición sine qua non para que las vacunas se materialicen en vacunaciones.
La sociedad existe y, a través de la adecuada coordinación de sus instituciones científicas, económicas y políticas, puede y sabe organizarse para conseguir vencer a la pandemia. Una lección que no debemos olvidar para cuando esta pandemia esté definitivamente vencida.