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Ni vagas ni malcriadas: mujeres y feministas

La ministra de Igualdad, Irene Montero, y la ministra de Derechos Sociales y secretaria general de Podemos, Ione Belarra, en el acto "Feminismo para cambiarlo todo".

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Hemos cerrado un mayo trágico en cuanto a violencia contra las mujeres. El fin de semana pasado una mujer fue asesinada en Córdoba a manos de su pareja; otra fue herida de gravedad en la provincia de Cádiz; y en el lapso de pocos días, hubo dos agresiones sexuales múltiples en Valencia. Cada semana que pasa, en cada caso que conocemos, nuestra sociedad se pone frente al espejo. La mayoría —gracias a décadas de trabajo feminista de sensibilización y concienciación— vemos todavía un machismo hediento con el que debemos acabar; pero hay también una minoría tan ruidosa como infame que prefiere hacer caja electoral con el sufrimiento de las mujeres.

No hablo solo de la ultraderecha negacionista que ahora, gracias al PP, tiene cargos de gobierno desde los que esparcir su odio. Hablo también de la presidenta de la Comunidad de Madrid que, en un ataque de bilis y ganas de polémica, ha tildado a las feministas de “malcriadas” por defender la aprobación de las nuevas leyes del Ministerio de Igualdad, como la del “solo sí es sí”, que buscan proteger y evitar precisamente que nos asesinen por ser mujeres.

Malcriadas por querer volver a casa sin pasar miedo, cuando queramos, como queramos; borrachas o sobrias, solas o acompañadas. Malcriadas por querer pasar una fiesta sin preocuparnos de que nos vayan a echar algo en el vaso. Malcriadas, en definitiva, por no querer ver a nuestras amigas, madres, hermanas o hijas, sufrir violencia.

Pero la insensibilidad de Ayuso no acabó ahí. En la sesión de control del jueves pasado, cuando le pregunté por derechos laborales y la ausencia de ellos en su modelo económico, también se atrevió a llamarnos vagas. Esta vez por haber logrado el reconocimiento a la baja por menstruación dolorosa. Algo que no solo cimenta un nuevo derecho laboral histórico en Europa, sino que rompe con un estigma que nos persigue a las mujeres desde siempre. No solo tenemos que aguantar en el puesto de trabajo con dolores que nos dejan dobladas, o sangrados que nos obligan a ir al baño a cada rato, o pedir perdón —y rogar comprensión— por menstruar, sino también que la presidenta de la Comunidad de Madrid nos llame vagas. Pues ni vagas, ni malcriadas: mujeres y feministas. Y que se vaya acostumbrando porque estas conquistas han venido para quedarse. Ya está bien de aguantar insultos por defender una sociedad en igualdad.

No olvidemos que solo juntas y combativas podremos lograrlo. Hubo una primera ola feminista que nos trajo avances tan básicos como el derecho al sufragio —gracias al que Ayuso, por cierto, es presidenta—; una segunda, donde dejamos claro que lo “personal es político”, y que como sociedad debemos ocuparnos tanto de los asuntos públicos como de lo que pasa en casa; la tercera ola abrió nuevas cuestiones como que la violencia machista intersecciona con los atributos raciales o de clase social; hoy vamos por la cuarta, y yo solo deseo que la resaca de esta ola se lleve lejos, bien lejos, ideas tan injustas, envenenadas e hirientes, como las que pregona Ayuso. Porque solo cuando nos liberemos de ese lastre, estaremos en condiciones de alcanzar una igualdad real.

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