Quizás haya quien piense que la palabra “terrorismo” ayuda a darle a la violencia machista toda su importancia. Sin duda es una palabra terrorífica en nuestro imaginario, como también, sin ninguna duda, es una realidad que muchas mujeres hemos vivido o vivimos verdadero terror ante el machismo, ya sea en casa o en la calle. Pero la palabra “terrorismo” está cargada de una densidad semántica que dudo mucho que nos ayude a las mujeres, sometidas al control, la dominación o la humillación que nos impone una sociedad patriarcal, a sentirnos identificadas como víctimas de esa estructura.
La violencia terrorista es una violencia pública, realizada ante la vista de todos, y reivindicada por sus propios autores. Su naturaleza es completamente distinta a la de la violencia machista, que se lleva a cabo lentamente, a veces gradualmente, en la invisibilidad de unos gestos que no son reivindicados como violencia por quienes los cometen y que normalmente no son vividos como violentos por las que los sufrimos.
El principal obstáculo de la violencia machista es que las mujeres, la sociedad –e incluso los agresores– debemos hacernos conscientes de ella, que es silenciosa y subterránea y que debe ser sacada a la luz y ser vista por quienes la viven y condenada por quienes la pasan por alto. La violencia machista la hemos tenido delante de nuestros ojos mucho tiempo, pero aún estamos aprendiendo a verla. Avanzamos frente a ella cuando la desenmascaramos, le ponemos nombre y la visibilizamos hasta en sus gestos más ocultos y normalizados, cuando salimos a la calle a denunciar las violencias machistas en plural, cuando identificamos como machismo no solo los asesinatos, no solo la violencia física sino todos los gestos y comportamientos que sostienen una desigualdad.
La pregunta políticamente relevante es esta: ¿Nos ayuda a las mujeres y nos ayuda a la sociedad a abrir los ojos y ser más conscientes de nuestra ceguera estructural y compartida decir que lo que hay que combatir es “terrorismo”? ¿Le ayuda a una adolescente a la que su novio controla el móvil invitarla a que se identifique como víctima de terrorismo? ¿Le ayuda a las mujeres a ser conscientes de su situación el denominar a su marido terrorista? ¿Ayuda a esa comunidad de vecinos a la que hay que hacer partícipe, el invitarles a que denuncien a su vecino por terrorista? Y, sobre todo, ¿conseguimos hacer a la sociedad en su conjunto responsable del problema y responsable de la solución cuando trazamos una distancia abismal entre ella y el agresor como la que separa a la sociedad del terrorista?
En nuestro país el terrorismo ha sido una pieza clave del imaginario político, como lo ha sido y lo sigue siendo en el contexto político internacional. Es abyecto el uso que desde algunos gobiernos se ha hecho y se sigue haciendo de este término y los fines a los que ha servido la identificación de los terroristas y de los distintos “ejes del mal”. Me preguntaría si las feministas queremos legitimar y consolidar el uso que se ha hecho de la noción de terrorismo. Este es, además, un concepto que siempre apunta y sugiere una solución judicial y penal, si no policial o militar. Es ese enfoque penal y policial de la violencia de género el que a menudo ha desplazado y ocultado otras perspectivas necesarias, el que ha invisibilizado que la falta de recursos y los recortes presupuestarios posteriores a la reforma de la Constitución –como el enfoque ideológico del PP sobre los contenidos educativos– nos han dejado totalmente faltos de herramientas de prevención.
Nuestra gran tarea pendiente es la de poner en marcha políticas públicas destinadas a prevenir una violencia machista cada vez más presente en la población adolescente. En esa tarea ha habido falta de voluntad política y dudo que la concepción del problema como un problema de terrorismo nos acerque a ella. La idea del “terrorismo machista” nos acerca, sin duda, a toda esa retórica del “pacto de Estado” que tanto el PP como el PSOE van a escenificar como un apretón de manos entre políticos y jueces.
Pero para combatir la violencia machista no necesitamos pactos entre partidos políticos y las esferas altas del estado, como son los pactos que se han escenificado contra el terrorismo. Necesitamos un pacto social y ciudadano que implique al conjunto de la sociedad, a los movimientos sociales vinculados, a las trabajadoras sociales a las que nunca se incluye, a los medios de comunicación, a la comunidad educativa, a las propias mujeres víctimas a las que jamás se pregunta y, en definitiva, al conjunto de la sociedad.
Porque este problema no se enfrenta con pactos por arriba frente a enemigos externos, sino haciéndonos conscientes a todos y a todas de que formamos parte del problema y, por tanto, también de la solución. Dudo mucho que la identificación de este problema colectivo con la palabra “terrorismo” sirva para identificarlo como un problema común y para abordarlo en común. Y estoy segura de que la solución pasa por ahí.