Unidos ante nuevos desafíos
En este año, marcado por una crisis sanitaria y económica sin precedentes, se conmemora el 25 aniversario del Proceso de Barcelona. Un proceso con el que, si se me permite esa perspectiva personal, siempre me he sentido muy vinculado, desde que, en 2008, asistiera como Presidente del Gobierno de España al nacimiento de la Unión por el Mediterráneo en París y supusiera un motivo de orgullo para nuestro país acoger la sede de su Secretariado en Barcelona.
Tras dejar atrás las obligaciones gubernamentales, viajo a los vecinos mediterráneos en todas las ocasiones posibles. Siempre es un estímulo compartir ideas, reflexiones y nuevas iniciativas, tanto gubernamentales, empresariales o de la sociedad civil. Siempre quedan muy presentes en mi recuerdo la valentía y el esfuerzo de mujeres y hombres que trabajan por el progreso, la democracia y la igualdad.
Si echamos la vista atrás, comprobaremos que el compromiso merece la pena. Los 25 años del proceso de Barcelona y de la Unión por el Mediterráneo han generado grandes avances y progresos. Se han creado universidades para educar a nuevas generaciones con una visión euromediterránea única. Se han brindado oportunidades laborales y formación a cientos de miles de jóvenes, y se ha apoyado al desarrollo de miles de pequeñas y medianas empresas. El diálogo regional a nivel ministerial en materias tan clave como la acción climática, la protección ambiental, la igualdad de género, el desempleo, la digitalización y la conectividad regional, entre otras, ha puesto sobre la mesa una hoja de ruta común para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el Mediterráneo. Pero aún vemos demasiados conflictos, demasiada desigualdad, pobreza y aspiraciones truncadas.
Pienso con preocupación en los conflictos en los países que rodean nuestro querido Mediterráneo. Tengo presente, por supuesto, a Siria y Libia; el conflicto entre palestinos e israelíes y cómo el terrorismo sigue hiriendo nuestras poblaciones. Sin olvidar el gran número de refugiados que buscan una vida segura y cómo Europa no ha sabido encontrar aún el modo de recibirlos.
Y, naturalmente, pienso en las graves consecuencias que traerá la nueva amenaza de la COVID-19, las oportunidades perdidas de los jóvenes, la lucha cotidiana de muchos para alimentar a sus familias, el desafío de encontrar respuestas a graves situaciones económicas, junto al riesgo de que resurjan el nacionalismo y el odio entre pueblos. Pero hay esperanza.
Las primeras reacciones a la pandemia fueron unilaterales: países cerrando fronteras, pugnando por material médico. Sin embargo, hemos empezado a ver señales más positivas. La conferencia de financiación del pasado mes de mayo, impulsada por la Unión Europea, ha sido una clara muestra de cómo la comunidad internacional debe luchar contra la COVID-19. La unión de grandes empresas y países, la puesta en común de recursos, es un primer paso hacia una respuesta que no puede ser sino global a un problema que es global.
Para ello, debemos escuchar la poderosa voz de la sociedad civil, reclamando vacunas y tratamientos para todos, y demandando un alto el fuego indiscriminado, para que juntos podamos combatir la epidemia.
La Unión por el Mediterráneo es una unión para la defensa de la paz y del desarrollo sostenible en la región. Conviene tenerlo muy presente ahora, cuando esta pandemia vuelve a evocar la necesaria rectificación de la relación entre una determinada concepción del progreso económico y nuestro ecosistema.
En estos días hemos podido leer informes tan impactantes como los que señalan que, en los últimos 40 años, al tiempo que la población en la tierra se duplicaba, se destruían la mitad de nuestros ecosistemas. Cuando concluya esta crisis y logremos poner a salvo todas las posibles vidas que hoy están amenazadas, tendremos que reflexionar sobre esta vinculación entre el equilibrio de las especies, los ecosistemas y el riesgo de que los seres humanos padezcamos nuevas pandemias. Una reflexión que hay que situar en el marco más amplio de la lucha contra todas las consecuencias del cambio climático. La propia Unión por el Mediterráneo ya está abordando, bajo este contexto climático, la relación entre el impacto de la Covid-19 y la garantía del acceso al agua en diversos países del Mediterráneo.
La Unión Europea y la Unión por el Mediterráneo tienen que fraguar una visión común, clara y de largo alcance para asegurar la estabilidad y la prosperidad de nuestros países. También para reanudar los intercambios comerciales e impulsar una nueva era global, sana, democrática y digital. Aprovechemos con tal fin este aniversario, para enarbolar la solidaridad con medidas valientes, dentro de nuestras fronteras y en toda Europa, en el Mediterráneo y en todo el mundo.
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