Que esta pandemia iba a agudizar la lucha de clases siempre existente fue algo claro desde su inicio. La gente que vivía de trabajos informales se ha quedado sin ingresos y muchas personas trabajadoras que aún mantienen su puesto ven que no tienen más remedio que asumir riesgos de salud si no quieren perderlo.
A partir de ahora -y durante al menos los próximos 14 días- en los barrios ricos y mejor cuidados de Madrid sólo tendrán permiso para tomarse una cañita aquellas personas que no procedan de las áreas confinadas. Si eres de Parla o del barrio de Villaverde, por ejemplo, solo puedes acceder a las zonas nobles de la capital para servir, para trabajar o para una urgencia médica o jurídica, pero no para ir al cine o al teatro, ni para encontrarte con amigos, sentarte en una terraza o caminar por un parque.
Admitámoslo, la medida podría tener un tufo a apartheid inquietante. Me temo que si no se invierte en cursos de formación acelerados en derechos humanos nos arriesgamos a ver a agentes policiales pidiendo la documentación en el centro de la capital a personas estigmatizadas por su aspecto físico, su vestimenta o su color de piel. Es algo que en cierto modo ya ocurre, pero esto sin duda lo multiplicará.
Dice la tradición judía que en cada generación hay 36 hombres justos que sostienen la dignidad y la bondad del mundo desde lugares más bien desapercibidos. Y los hay, sin duda, mujeres y hombres. Pero el esfuerzo sobrehumano de luchar contra los elementos de injusticia y precariedad que marcan nuestra cotidianidad es enorme y, mientras las estructuras actuales se mantengan, el resultado será demasiado pequeño, demasiado frustrante.
Merecemos algo mejor que un sistema en el que quienes quieran proporcionar ayuda y eficacia tengan que remar a contracorriente desde sus respectivos puestos de trabajo, como vemos que lo hacen tantas personas en el sector de la educación y la sanidad públicas. ¿Quién no conoce a un profesor o una médica que ejercen su labor con compromiso, con cariño, con enorme eficacia y humanidad, luchando contra la burocracia y la precariedad?
El PP ha dado claras y múltiples muestras de que sus políticas consisten en privilegiar la sanidad y educación privadas a costa de lo público. Dicen que no hay médicos, cuando lo cierto es que la precariedad y la falta de recursos ahuyenta a muchos. La medicina de Ayuso es restricción, multas, control policial, medidas que de alguna manera invitan a desviar la mirada hacia ‘los otros’: los migrantes, los parados, los pobres, los menores no acompañados, los okupas, que en sus relatos se multiplican como los panes y los peces.
Compartir comparecencia pública con alguien que apuesta por la segregación y el punitivismo tiene sus riesgos. Entre ellos, contribuir a la normalización de un discurso con voluntad alarmista y estigmatizadora, como las palabras que ayer pronunció Ayuso ante Pedro Sánchez. Más allá de los tacticismos políticos y las escenificaciones, están los derechos humanos y las necesidades urgentes de tantas personas que se asfixian trabajando sin conseguir lo suficiente, que no llegan a fin de mes, que no logran cita médica, que se quedan fuera.
Si queremos que los derechos sociales se mantengan y fortalezcan algún día vamos a necesitar que esos 36 hombres y mujeres justos ocupen por una vez la primera línea de los puestos de poder y tengan el arrojo de mover estructuras. De lo contrario todas aquellas personas que intentan hacer bien las cosas, de forma justa, igualitaria, solidaria, trabajando duro, dejándose la piel, serán como la orquesta del Titanic, que seguirá tocando de forma conmovedora hasta que el barco se hunda y no haya ni bote salvavidas ni tabla para todos, ni nada: con estas palabras me lo expresaba hace dos días una sanitaria en el transcurso de una entrevista. Y vi en sus ojos tantas ganas y a la vez tanta tristeza que por un lado me sentí reconciliada con toda la especie humana y por otro quise abrazarla para llorar desconsoladamente.
Como un viajero loco, nuestro mundo ha llegado a una confluencia de caminos con dos direcciones:
Una, hacia un mayor saqueo de lo público, con grandes dosis de darwinismo social y neoliberalismo, en la que solo los ricos y privilegiados tendrán pleno acceso a derechos y libertades.
Otra, hacia el sentido común, la solidaridad, la decencia, lo que implica grandes cambios de fondo y no solo parches. Nos mantienen desde hace tiempo en el PAUSE porque saben que la primera elección puede arrojarnos a una distopía de consecuencias quizá excesivas incluso para la elite. Toca darle al PLAY y variar el rumbo. Elegir es atreverse a hacer frente al sálvese quien pueda, es decir, a las dinámicas que han regido buena parte de las cuestiones humanas de las últimas décadas.