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El NO de las niñas

Barbijaputa

La cultura de la violación es el término que describe una sociedad en la cual la violación es un problema social y cultural pero es aceptada y normalizada debido a actitudes sociales sobre el género, el sexo y la sexualidad. Los comportamientos asociados con esta cultura pasan desde culpar a la víctima, la cosificación sexual, la trivializacion de la violación y hacer humor sobre agresiones hasta negarse a reconocer que una violación ha sido tal si no ha habido fuerza o violencia de por medio.

En España sabemos mucho de esto. No es difícil ni raro encontrarse comentarios o chistes en el día a día o en las redes sociales acerca de forzar, abusar o acosar sexualmente a mujeres.

Hay gente que se gana la vida con ello, de hecho, como Álvaro Reyes (@alvarodaygame) -al que ya hemos nombrado en varias ocasiones- el cual cobra 300 euros por cursos donde aconseja a otros hombres este tipo de cosas:

Este hombre, con casi 400.000 suscriptores en Youtube, es sólo uno de tantos “gurús de la seducción” que realmente creen que hacen un gran trabajo por el prójimo (si es hombre) enseñándole técnicas abusivas e invasivas para acercarse y acosar a mujeres. En su canal de Youtube enseña desde cómo besar sin mediar palabra a desconocidas que andan por la calle a cómo toquetearlas con falsas excusas. Si Youtube no le ha cerrado el canal o si todavía sigue inventando estas artimañas y ganando dinero con ellas es porque no está socialmente mal visto que esto ocurra. De hecho, sus vídeos suelen estar grabados a plena luz del día en la céntrica plaza de Sol de Madrid. Son muchos los que, como él, siguen visualizando y reivindicando a la mujer como objeto al que controlar, modelar y someter, sin nigún tipo de consecuencia más que alguna columna de alguna feminista cabreada.

Esta semana, una periodista mexicana era acosada sexualmente en un programa de Televisa por su compañero, el cual no sólo invade su espacio ante la reiteradas peticiones de ella de que pare, sino que llega a tocarle los pechos.

Dueño y señor de su compañera, aunque ésta acaba hasta enfadándose delante de la cámara, no sólo no considera oportuno disculparse sino la culpa a ella del enfado: “Estás hormonal”, le reprocha, entre otras lindezas.

Porque así nos ve la sociedad, personas que necesitan instrucciones, niñas que necesitan ser educadas, personas de segunda categoría con las que uno se puede sobrepasar, porque si no, ¿para qué estamos en el mundo? Estamos para su uso y disfrute, y así lo marcan, no sólo ellos, sino la educación patriarcal cuya existencia aún muchos se niegan a reconocer.

Un “experimento social” que se ha viralizado estos días muestra a una actriz que finge estar ebria en mitad de una calle madrileña. El resultado lo pueden imaginar: demuestra una vez más que cualquiera a nuestro paso puede comportarse de esta forma. Hombres de todo tipo, edad o nacionalidad intentan que la chica se vaya con ellos a cualquier sitio, la acosan en grupo o de uno en uno y hasta le proponen comprarle más alcohol, porque así perderá la poca voluntad de decir NO que le queda.

En esta ocasión, la chica ni siquiera inicia la conversación (como sí pasaba en otros países en los que se ha hecho la misma cámara oculta) sino que se limita a beber apoyada en un muro, sin pronunciar palabra. A pesar de tener una actitud completamente pasiva y ni siquiera mirar a nadie directamente, se le acercan multitud de hombres a hacerles proposiciones de todo tipo.

El famoso “las mujeres cuando dicen NO quieren decir SÍ” ha calado tan hondo en el imaginario colectivo que parece imposible que podamos conseguir algún día que los hombres se desprendan de él. Porque tampoco hay voluntad, todo sea dicho: es mucho más fácil seguir como estamos, que ellos sigan acosando a mujeres por la calle, insistiéndoles hasta que digan que sí, y creyendo, cuando lo consigan, que es lo que queríamos decir desde el principio. Es más fácil para ellos, claro, porque así tienen muchas más posibilidades de que la situación acabe como ellos quieren: en sexo.

Vivimos en una sociedad donde la cultura de la violación tiene tantos matices que ni siquiera somos capaces de verlos a simple vista en muchas ocasiones. Lo tenemos inoculado de tal forma que hasta muchas de nosotras hemos visto exagerado en alguna ocasión decir que no doscientas veces a un chico, más exagerado incluso que el hecho de que él lo haya pedido otras doscientas. Quien más y quien menos ha pasado por el trance de decir que no reiteradamente mientras se siente no sólo incómoda sino culpable por no ceder, intentando además no ser grosera o agresiva, porque nos han inculcado que un interés en nosotras es motivo de halago.

Para no ser tachadas de bordes o histéricas hemos incluso desarrollado técnicas como mentir, dar números falsos, esquivar dar información sobre dónde trabajamos, vivimos, etc. Aunque el chico no nos desagrade de primeras, lo hacemos. Y todas, en alguna ocasión, lo hemos hecho de forma cauta y precavida por miedo a represalias. Porque hemos aprendido que hasta el más amable puede volverse un acosador, un agresivo o alguien que, al sentirse ofendido con tu insistente negativa, termine resarciéndose de cualquier forma en el futuro. No siempre es así, claro, en un ambiente donde nos sentimos seguras, muchas hemos sido desagradables y bordes, pero es que en esas ocasiones tampoco es algo por lo que tengamos que pasar.

El día que la sociedad de forma masiva rechace este tipo de comportamiento, por muy sutil que sea, las relaciones entre un hombre y una mujer podrán ser igualitarias: nosotras no necesitaremos mentir, no tendremos miedo y seremos más libres. Incluso los encuentros sexuales serían liberadores y sanos, porque se practicaría entre dos personas que se consideran iguales, sin que él sienta que ella le está “dejando” o “regalándole” algo, sin creer que es un objeto al que usar para su placer o algo que controlar y someter. Y muchas de ellas no se sentirían usadas, no sentirán que el sexo es un regalo que le están “dando” al hombre: algo importantísimo de lo que puedan llegar a arrepentirse.

En una sociedad que no acosa ni oprime a la mujer y que no la humilla cuando intenta liberarse, sino que las trata por defecto con respeto -como a los hombres-, el sexo no sería un acto que nosotras percibiéramos como lo que hoy es: una relación que puede acabar en una crítica o juicio, o en un sentimiento de culpabilidad tanto por haberlo “permitido” como por no haberlo hecho (si no en algo mucho peor). Lo que los anglosajones conocen como slutshaming (culpabilización de la mujer por su actitud sexual) pero que en español aún ni tiene nombre a pesar de que todas lo hemos sentido alguna vez, no tendría cabida en una sociedad así. Un país igualitario donde la cultura de la violación es impensable, el sexo sería simplemente un acto como lo que debería ser y nos estamos perdiendo: algo natural.

Pero a pesar de que cualitativamente todos ganaríamos, lo cierto es que nosotras ganaríamos más, y ellos perderían privilegios como el del control o la posesión, y eso es algo que el machismo imperante no va a permitir fácilmente. Pero para eso estamos nosotras: para escribir, protestar, difundir, pelear y, como este #7N, echarnos a la calle para gritar que nos queremos libres y vivas.

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