Algo a lo que agarrarse
Caer debe ser uno de los miedos más comunes del ser humano. ¿A quién no le ha despertado de golpe alguna vez la sensación de haberse precipitado al vacío? Quizás tenga algo que ver con un recuerdo traumático de la experiencia de la gravedad por parte del bebé. El caso es que la imagen de la caída forma parte de los iconos de nuestro tiempo, desde la silueta de James Stewart cayendo de una torre en Vértigo de Hitchcock hasta la secuencia que acompañaba los títulos de crédito de Mad men.
En las montañas de Brasil existe un sapo del tamaño de un sello de correos que, ante la amenaza de un depredador, se lanza voluntariamente al vacío. En su caída abre las manitas -que son adhesivas- confiando en sujetarse a cualquier cosa sólida que encuentre al paso: una hoja, una rama, un saliente de la roca.
El momento político que vivimos tiene mucho de caída libre. Igual que el mini-sapo mientras cae, vemos pasar las cosas ante nuestros ojos a una velocidad que las deforma. También como el sapito uno extiende las manos para agarrarse a lo que puede: a su familia o a la literatura, a sus amigos o al gimnasio, a un trabajo decente o a cualquier ocupación precaria. Sin embargo, a diferencia de otros animales, las personas vivimos en sociedad y como sociedad caemos al vacío en grupo. Las ramas a las que agarrarnos deberían ser por tanto las más básicas y fuertes, las que puedan sostenernos a todos, las que establezcan los principios de una sociedad más igualitaria y justa.
Casi todas estaremos de acuerdo en que una de esas ramas esenciales sería la de la sanidad pública. El sistema de asistencia médica en España tuvo un desarrollo envidiable y sólo desde esa excelencia se explica que, a pesar de los continuos recortes del Partido Popular, todavía siga en pie. O casi. Esta semana escuchábamos a un sanitario del hospital La Paz de la Comunidad de Madrid decir que la situación había llegado a un punto insostenible: “Yo me traigo el tensiómetro de casa. Cada vez que esto sale en los medios contratan a unos cuantos para ver si nos callamos”. La falta de personal y de material no son asuntos puntuales sino los problemas estructurales de un sector que se está desmantelando. Contratar cuatro auxiliares de enfermería durante un par de semanas no soluciona nada.
Otra rama esencial sería precisamente esa, la del empleo y la justicia social. La Unión Europea ha señalado que España es uno de los países con mayor desigualdad económica solo detrás de Lituania y Bulgaria. Sin embargo aquí continuamos escuchando discursos vacíos, pura retórica sobre que la mejor forma de luchar contra la exclusión es crear puestos de trabajo. Lo sería, si fuera cierto. Pero esos puestos de trabajo no se crean nunca o son empleos precarios. Un 13% de trabajadores en nuestro país son pobres. Propuestas como la renta básica, o/y la reducción de jornada, o/y el reconocimiento del trabajo doméstico se estrellan contra la apatía de quien no quiere cambiar nada. Solo mirar el gesto cansino de Alberto Nadal, Secretario de Estado de Presupuestos y Gastos, diciendo que cualquier ley de ingresos mínimos sería inasumible en términos de déficit y deuda transmite esa desgana. Ya sabemos que el trabajo del PP va en otro sentido, y que por ello en lugar de subir los impuestos a las rentas más altas anuncian rebajas fiscales. Lo peor es cuando se recurre a otro tipo de excusas, como por ejemplo decir que esas iniciativas pondrían en peligro la inversión en educación. La inversión en educación. ¿Qué inversión? (La escuela pública, descuidada, también se cae a pedazos. El I+D sigue disminuyendo, también en caída libre).
La educación, más que otra rama, debería ser el tronco de todo esto. Educación en el sentido más amplio: educar en la igualdad real entre mujeres y hombres, es decir, en feminismo, atacar de raíz la corrupción y el odio al diferente. Educación también en el cuidado del medioambiente, porque a este paso no quedarán ni árboles ni ramas reales que sostengan la vida en este planeta. No vivimos en una sociedad idílica y tampoco puede decirse que la vida sea un camino de rosas. Por eso, seamos realistas: la estrategia de la ranita es amortiguar el golpe, no evitarlo.