¿Pero por qué tengo yo que aguantar esto, Cristina?, me respondió hace unos meses Andrea Fernández, diputada por León, cuando juntas pensábamos estrategias para combatir el machismo, la violencia sexual y el acoso que sufre en redes sociales desde que es diputada. Sinceramente, no supe contestarle. No sé por qué las mujeres tienen que aguantar violencia por participar en política.
Recientemente hemos visto en redes sociales una campaña violentísima contra Lilith Vestrynge. Una semana sí y otra también, es contra Adriana Lastra. El acoso que sufre a diario la ministra de Igualdad, Irene Montero, ha traspasado las pantallas para llegar a la puerta de su casa y su vida familiar. Esta violencia no es nueva: Leire Pajín y Bibiana Aído sufrieron un proceso de deshumanización, cosificación y acoso que, más de diez años después, todavía es visible en internet y en las hemerotecas. No parece casual que todas ellas sean mujeres jóvenes de izquierdas. Mujeres que han demostrado inteligencia política, mujeres que tocan, y a veces rompen, los techos del poder. Mujeres con éxitos políticos, con capacidad para generar discurso político.
No tengo duda de la determinación de las mujeres con altas responsabilidades políticas. Son fuertes, aguantan, resisten y continúan con su día a día como si no pasara nada. Lamentablemente, vivimos días en los que insultar a representantes políticos parece gratis, ya sean hombres o mujeres, con el grave desgaste que esto supone para la calidad democrática. Sin embargo, es urgente reconocer que hay mujeres que ejercen su derecho a la participación política, además, en un contexto de acoso y violencia sexual que poco tiene que ver con la legítima, y ojalá constructiva, crítica política.
Violencia política con forma de meme, tuit o editorial que objetualiza y deshumaniza a estas mujeres. Violencia política que centra en cuestiones personales una crítica feroz, escondiendo los resultados políticos que tengan estas mujeres. Violencia que tiene como único objetivo que esas mujeres abandonen el espacio público, porque es evidente que si Adriana Lastra o Irene Montero dejaran sus cargos y se marcharan a sus casas el acoso cesaría de inmediato. Violencia que vincula el poder de las mujeres a favores sexuales con varones. Violencia y acoso que sufren unas mujeres pero que resulta correctiva para todas las demás, ¿qué chica va a querer el poder viendo lo que se puede sufrir? Una violencia que siempre se dirige contra las mujeres que amenazan al patriarcado, que cuestionan las estructuras tradicionales de poder, en términos también de clase. Una violencia insidiosa contra las feministas.
Esta violencia política contra las mujeres quebranta el derecho a la participación política de las mujeres y por tanto, menoscaba la calidad democrática en nuestro país. En España ya aprendimos que la democracia no soporta que representantes políticos tengan que sufrir violencia por representar a la ciudadanía y, por eso, resulta dolorosa la impunidad de la violencia cuando quienes la sufren son mujeres y el motivo de la violencia es sexual. Es dramático para una democracia que esta violencia, por ser frecuente, se pueda considerar por medios de comunicación y actores políticos como normal. No podemos resignarnos a que la participación política de las mujeres tenga que darse en contextos de desigualdad, no podemos normalizar la violencia y el acoso. Me niego a que ese sea un coste que las mujeres tengamos que pagar por participar y protagonizar la política. Y resulta especialmente bochornoso tener que apuntar que el silencio es cómplice también de esta violencia. Ninguna violencia machista debe ser minimizada. Es evidente que la igualdad efectiva de las mujeres en política es mucho más que las listas cremallera y estamos todavía muy lejos de conseguirla.
Sigo sin respuesta a la pregunta de Andrea. No sé por qué las mujeres tienen que aguantar esto, pero tengo claro que no estoy dispuesta a acostumbrarme a esta violencia. Entre no hacer caso a trolls y a misóginos con columnas y editoriales y normalizar esta violencia política hacia las mujeres tiene que existir un espacio que no atisbo a encontrar. Desconozco qué estrategia es la perfecta para abordar esta violencia pero tengo algunas certezas. Las mujeres estamos en política por derecho propio y vamos a quedarnos. Los derechos políticos de las mujeres se arrancaron con vidas de mujeres que se entregaron, que pusieron el cuerpo al servicio de los derechos de futuras generaciones de mujeres, y eso es lo que vamos a seguir haciendo, abrir más camino. Y para que no nos cueste tanto dolor, tanto cansancio, tanto desgaste, necesitamos mucha solidaridad feminista. 'Si nos tocan a una, nos tocan a todas' tiene que ser mucho más que un lema, tiene que ser una forma de estar y hacer política. Sabemos que el silencio no nos protegerá. La respuesta, compañeras, siempre estará en el feminismo.