La contemplación de las estrellas es uno de los mayores espectáculos que nos ofrece la naturaleza. En las noches despejadas me gusta salir afuera antes de irme a dormir y aguantarle la mirada al cielo nocturno. Y digo aguantarle porque a veces el espectáculo que ofrece la bóveda celeste es tan impresionante que cuesta trabajo quedarse ahí quieto, con la mirada fija, sin llegar a marearse.
Por norma general, los habitantes de la ciudad no suelen prestar demasiada atención al firmamento. Y es un error porque ahí arriba pasan muchas cosas y muy interesantes. A lo largo de su historia el ser humano ha mirado al cielo nocturno para orientarse, seguir el ritmo de las estaciones o hallar respuestas a sus preguntas existenciales. El firmamento era a la vez el navegador y el almanaque, el mapa del tiempo y la bola de cristal. Y sigue siéndolo.
Alzar la mirada al cielo oscuro y contemplar el universo nos enfrenta a lo que somos en verdad, a lo que seguimos siendo a pesar de tanta tecnología y tanto desarrollo. Tan solo uno más de los miles de millones de seres humanos que habitan la Tierra: un diminuto planeta del sistema solar. El sistema solar: uno de los más de cien mil millones de sistemas planetarios que forman nuestra galaxia, la Vía Láctea. La Vía Láctea: una de las más de cien mil millones de galaxias que comparten el universo. El universo: cuya dimensión podría ser cien mil millones de veces más grande de lo que sabemos hoy. Eso nos anota la contemplación del cielo oscuro.
Por eso hay mucha gente fascinada por las estrellas y atraída por la interpretación del universo. Algo que cada vez resulta más difícil debido a uno de los tipos de contaminación más sutiles y menos reseñados de todos los que padecemos: la contaminación lumínica.
Los expertos llaman contaminación lumínica al fenómeno que se produce cuando la luz artificial que emite el alumbrado eléctrico, doméstico o urbano, se refleja en los gases y las partículas en suspensión que hay en la atmósfera urbana dando lugar a la formación de una pantalla resplandeciente que impide observar el firmamento. Así, cuanta más luz eléctrica menos cielo oscuro, un patrimonio cada vez más acosado y amenazado.
Para ponerlo en valor la ONU lo declaró en 2010 patrimonio de la humanidad y aprobó la Declaración Mundial en Defensa del Cielo Nocturno y del Derecho a Observar las Estrellas, en la que se alerta de los riesgos para el medio ambiente y la salud de las personas que provoca la contaminación lumínica.
Porque no se trata tan solo del derecho a ver la Osa Mayor en las noches de Madrid, Barcelona o el resto de nuestras grandes ciudades, sino de prevenir los efectos negativos del resplandor eléctrico en el ecosistema urbano, donde altera el ciclo de las plantas, los biorritmos de los animales y acaba afectando a nuestra salud.
Prevenir todas éstas consecuencias y recuperar el medio ambiente nocturno es una tarea inaplazable. Para conseguirlo es necesario iniciar un proceso de desintoxicación lumínica de nuestras ciudades que nos libere de ese exceso de resplandor. Sin renunciar a la seguridad, por supuesto, pero atendiendo a lo que señala la declaración de la ONU.
Una declaración a la que el alcalde socialista de Vigo, el very very happy Abel Caballero, no ha prestado ningún tipo de consideración al hacer instalar en las calles de su ciudad nueve millones (¡9.000.000!) de bombillas navideñas para alumbrar la ciudad y deslumbrar el cielo. Y no, nadie pone en duda la entrañable atmósfera que recrean las luces de Navidad, pero lo que no tiene ningún sentido es que el fulgor de las estrellitas de luz nos oculte las verdaderas estrellas del cielo.
El alumbrado navideño de Vigo es tan exagerado que no solo oculta la bóveda celeste a los habitantes de la ciudad y toda su comarca, sino que pone en peligro el certificado Starlight del Parque Nacional das Illas Atlanticas: una prestigiosa distinción de la que gozan apenas una quincena de espacios naturales en el mundo y que reconoce la excelente calidad de su cielo nocturno para observar a las estrellas. Será que al bueno de don Abel el cielo nocturno le parece demasiado vulgar.