America the beautiful

8 de noviembre de 2020 21:03 h

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El tuit con el que Joe Biden se estrenó como presidente electo incluía una promesa y una canción. La promesa era ser también el presidente de quienes no le han votado. La canción era America the Beautiful en la hermosa versión de Ray Charles.

America the Beautiful suena cada día en escuelas, iglesias y estadios. Se escucha a menudo en actos de campaña y Mitt Romney llegó a cantarla en uno de sus mítines. Es uno de los pocos símbolos que siguen uniendo a las dos mitades de una nación dividida. Hace décadas que muchos la perciben como una especie de himno oficioso del país.

La canción tiene una historia azarosa. La autora de la letra es la profesora Katharine Lee Bates, que escribió sus estrofas en el verano de 1893 deslumbrada por la belleza de las montañas de Colorado y las publicó en una revista religiosa dos años después. Aquellos versos patrióticos, que Bates fue retocando con los años y que reflejan el espíritu combativo de su autora, atrajeron la atención de las congregaciones de Nueva Inglaterra, que transformaron el poema en una canción con decenas de melodías distintas que fueron cayendo en el olvido y que nadie utiliza hoy.

Once años antes de que Bates escribiera el poema, un humilde organista llamado Samuel Ward creó una melodía para un himno religioso mientras viajaba en ferry de Coney Island a Nueva York. Siete años después de su muerte, un editor unió la melodía de Ward y los versos de Bates y creó la canción que todos conocemos hoy.

Ward murió sin conocer el éxito de su melodía y el New York Times llegó a definir en tono despectivo como “una buena poeta menor” a Bates, que apenas recibió cinco dólares por sus versos y renunció a cualquier derecho sobre su reproducción. A veces el éxito lleva su tiempo. Biden lo intentó dos veces sin éxito antes de derrotar a Trump.

Se han publicado muchas versiones de America the Beautiful pero ninguna tan especial como la de Ray Charles, que grabó la canción en abril de 1976, coincidiendo con el bicentenario del país. La versión de Charles no arranca con la primera estrofa dedicada a la naturaleza sino con la tercera, que celebra la emancipación de los esclavos negros y el triunfo del Norte en la Guerra de Sucesión: “Oh, hermosa [América] por los héroes que en una guerra liberadora demostraron amar más a su país de lo que se amaban a sí mismos y más la compasión que su propia vida. América, América, que Dios refine tu oro hasta que todos tus éxitos sean nobles y todas tus conquistas sean divinas”. Los versos de Bates nos recuerdan que Estados Unidos es un país imperfecto cuyos avances dependen del combate cotidiano de sus ciudadanos y sobre el que sigue pesando el pecado original de la esclavitud.

La versión que ha elegido Biden es un símbolo de esa promesa. Ray Charles la interpretó como invitado sorpresa al final de la convención republicana de 1984 y volvió a cantarla en el estadio de los Yankees en octubre de 2001, apenas seis semanas después de los ataques contra las Torres Gemelas. Fue un homenaje a una ciudad golpeada por la tragedia y un bálsamo para un país que aparcó su división para llorar a los muertos de Nueva York.

Son detalles que ayudan a entender por qué Biden ha elegido esa canción (y esa versión) en su primer tuit como presidente electo. America the Beautiful es el hilo invisible que une las dos mitades de un país dividido y una de las pocas canciones que pueden cantar juntos demócratas y republicanos de California, Michigan o Tennessee.

La brecha que divide Estados Unidos no es nueva. Ha ido creciendo durante décadas por la segregación ideológica de los ciudadanos, que viven en ciudades y vecindarios cada vez más homogéneos. También por la creciente desigualdad económica y por la deriva ideológica de los republicanos, que explotan desde hace décadas el resentimiento de un sector de la población blanca con un discurso retrógrado y racista, de espaldas a la realidad multiétnica del país.

Es innegable, sin embargo, que esa brecha se ha hecho más profunda en estos cuatro años por el ascenso de un personaje peligroso y miserable, que ha ofrecido oxígeno a neonazis y misóginos y ha hecho aflorar el alma más siniestra del país.

Los cínicos se apresuran a decir que nada cambiará cuando Trump abandone la Casa Blanca. No pensarán lo mismo los niños migrantes a quienes encerró en jaulas y separó de sus padres, los mexicanos a quienes retrató como violadores, los musulmanes a quienes presentó como terroristas o las mujeres que le acusan de agresión sexual. Durante cuatro años Trump ha disparado contra instituciones independientes y ha insultado a jueces, científicos, periodistas y funcionarios de carrera. Se ha mofado de mujeres y discapacitados. Ha difundido mentiras, ha amplificado problemas inexistentes y ha proyectado la peor versión de sí mismo sobre la sociedad.

Muchos de los males que hemos sufrido estos años preceden a la victoria de Trump y no se van a esfumar en los próximos días. Pero será más sencillo atenuarlos ahora que su derrota ayudará a silenciar su retórica de matón.

Al presidente le quedan aún dos largos meses en la Casa Blanca pero el paisaje ya ha empezado a cambiar a su alrededor. Sus mentiras ya no copan los titulares, sus tuits desaparecen de nuestros teléfonos móviles y su poder se evapora empujado por la marea electoral. Una mujer negra relevará ahora a un homófobo. Un presidente que tiende la mano a quienes no le votan sustituirá a quien ha sembrado odio y división.

Ahora que el país empieza a despertarse de la pesadilla, merece la pena volver a los versos de America the Beautiful y recordar que Estados Unidos no es un destino sino una promesa, un campo de batalla, un edificio a medio construir.