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Amigos, ¿lo oyen?

Rajoy y los grandes empresarios españoles del Círculo Empresarial por la Competitividad, la pasada semana

Olga Rodríguez

En un artículo publicado en 1975, Julio Cortázar recordaba a Catón el Viejo y su exigencia, Delenda est Cartago (Cartago debe ser destruida), con la que terminaba todos sus discursos en el Senado romano durante los últimos años de las Guerras Púnicas, para reclamar la invasión de Cartago. Con ese ejemplo, Cortázar reivindicaba una insistencia similar contra el dictador chileno Augusto Pinochet:

“Estoy despierto a lo que me rodea como historia y por eso, una vez más, Delenda est Pinochet. (...). Un escritor latinoamericano tiene la obligación de ser Catón, de repetir hasta el hartazgo: Delenda est Pinochet”.

Eran tiempos de represión e infamia en Chile, mientras grandes sectores satisfechos con las medidas económicas neoliberales implantadas por el dictador, miraban hacia otro lado.

También por aquella época Argentina vivía días de terror, pero eso poco importó a la hora de seguir adelante con la celebración del Mundial de fútbol en suelo argentino en 1978. En el país latinoamericano los vuelos de la muerte, las descargas eléctricas, los robos de niños, las torturas, asesinatos y desapariciones se mezclaron con celebraciones en el estadio de fútbol, con vítores y goles.

Buena parte de los países occidentales miraron hacia otro lado, sin importarles el horror y las violaciones sistemáticas de derechos humanos que se estaban cometiendo en aquél país. Con su participación en el Mundial legitimaron la dictadura argentina, más de lo que algunos, con EEUU a la cabeza, lo habían hecho hasta entonces. Entre varios exiliados argentinos instalados en Francia se organizó una campaña de concienciación, bajo el título de “Amigo, ¿lo oyes?”, que Cortázar divulgó en sus artículos.

Vuelvo al presente. En este país hay familias con todos sus integrantes parados de larga duración que no obtienen ni un euro en ingresos, ni subsidios, ni pensión, ni paro. Hay hogares amenazados con una carta de desahucio, y gente -mucha- que ya ha sido expulsada de su casa, despojada de su derecho a una vivienda digna. Mientras, se paga con dinero público la deuda de los bancos y el Gobierno dice que construirle al rey un pabellón de caza de 3,4 millones de euros es de “interés general”.

Hay políticos y empresarios con cuentas en paraísos fiscales para evadir el pago de impuestos, mientras la gente corriente paga los suyos y la subida del IVA y el IRPF. Hay viviendas con frigoríficos vacíos en las que las familias se acuestan en cuanto se va el sol para poder afrontar el pago de la calefacción a final de mes. Mientras, el Gobierno gastará cuatro millones de euros en publicitar la factura de la luz. Todo muy lógico.

Las pensiones bajarán más de tres puntos en poder adquisitivo, es decir, 3.000 millones de euros aproximadamente hasta 2017. Se congelan salarios, se recortan servicios públicos y ayudas, se privatizan empresas y hospitales públicos levantados con el dinero de todos, crece la pobreza y la desigualdad.

Se despide a gente para contratar más barato, se expropian azoteas para instalar antenas de telefonía pero se impide la expropiación de viviendas propiedad de los bancos para dárselas a la gente sin casa, se venden a fondos buitre viviendas de titularidad pública, se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias.

Nos gobiernan los lobbies que no se presentan a las elecciones y que dan palmaditas en la espalda a Rajoy por haber cumplido bien con los recados, “por lo bien que lo está haciendo”, como ha dicho Botín. Mientras, el paro juvenil es del 56% y miles de jóvenes preparados, formados y con ganas, se ven obligados a emigrar o a reinstalarse en casa de sus padres para poder mantenerse.

En los últimos años se ha perpetrado un golpe de Estado silencioso, ideológico y económico, para deleite de un poder financiero insaciable que, si no se le pone freno, será capaz de fagocitar todo lo que encuentre a su paso. Por ello mismo tenemos que señalar a los culpables de este expolio. Hay que fotografiarles y explicar los beneficios que extraen despojando a la gente de sus derechos.

Es hora de gritar bien alto: “Amigos, ¿lo oyen?”. ¿Oyen ustedes a las madres que no tienen con qué mantener a su hijos? ¿Oyen a las parejas condenadas a vivir bajo el mismo techo aunque no lo deseen porque no pueden afrontar los gastos de una separación? ¿Oyen a las personas desahuciadas o a aquellas amenazadas con perder su casa? ¿Oyen a esos parados de larga duración a los que este sistema no les ofrece más que humillación?

¿Oyen a la gente que trabaja al menos diez horas diarias y no llega ni a los 800 euros al mes? ¿Oyen, mientras tanto, el enjambre de dinero acumulado en los sacos de las grandes fortunas? ¿Oyen la desigualdad de oportunidades? ¿Oyen las ventajas de los más ricos para pagar menos impuestos? ¿Oyen las mentiras que cuentan? ¿Lo oyen, amigos? ¿O prefieren seguir ignorándolo?

Es tiempo del Delenda est que gritaba Cortázar desde su exilio. La desigualdad y la pobreza no son catástrofes naturales que caen del cielo por castigo divino. Detrás de ellas hay responsables y deben ser señalados, a través de las urnas y de la calle, con la protesta, con la denuncia, con el voto. Es hora de decir, frente a ellos, Delenda est este gran expolio. Delenda est. Ya está bien. Ya está bien.

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