Andalucía: Susanazo en toda regla
Los resultados de las elecciones andaluzas no se han alejado demasiado de lo que decían las encuestas. Y esa es la noticia: que vivíamos –vivimos- en tal incertidumbre perpetua, con encuestas, rumores y vaivenes electorales tan pronunciados, que unos resultados previsibles (o, al menos, según lo previsto) suponen, en sí, una sorpresa.
El PSOE se jugaba mucho en este adelanto electoral. Flaquear en el máximo bastión, que es también la comunidad autónoma más importante (la más poblada, la que más escaños reparte en unas Elecciones Generales), habría dejado muy tocados a los socialistas de cara al maratón electoral que nos espera, y que hoy apenas hemos empezado. La apuesta, sin duda, le ha salido muy bien a Susana Díaz. Los resultados pueden resumirse en que, en apariencia, al PSOE (al PSOE andaluz) no le ha afectado en absoluto la gestión de Gobierno en estos tres años, ni los casos de corrupción. Como ya le ocurriera a Zapatero en 2008-2011, la crisis se la come, fundamentalmente, quien manda en el gobierno central, no los barones autonómicos. Los dirigentes autonómicos, si saben jugar bien sus cartas, pueden salir indemnes o casi indemnes… siempre y cuando le echen convincentemente la culpa a quien esté en Madrid.
Susana Díaz ha mantenido los resultados de Griñán en 2012, pero esto es prácticamente lo único que nos recuerda a aquellos comicios. El PP se ha hundido en la miseria, Podemos ha sacado un resultado magnífico (pero que ni de lejos basta para amenazar al PSOE), Ciudadanos también ha cosechado excelentes resultados (y, en este caso, por menos esperados, admiten una lectura más positiva), … Los números dicen que el PSOE se mantiene y que será (como siempre, con una fortaleza electoral que comienza a adquirir proporciones mitológicas) el partido que gobierne los próximos años en la Junta de Andalucía, con menos incertidumbre de la esperada (pues puede permitirse negociar a varias bandas).
Resumiendo: el PSOE resiste el tirón, el PP se hunde, aparecen Podemos y Ciudadanos, IU cae a la mitad y UPyD desaparece del mapa. Eso dicen los números. Pero… ¿Qué significan? Desde mi punto de vista, y pensando en sus efectos en el conjunto de España, fundamentalmente significan dos cosas:
Fortalecimiento del bipartidismo. El escenario más apocalíptico (en términos electorales) que delineaban algunas encuestas ubicaba al PSOE en una situación complicadísima, entre un PP cómodamente recluido en su núcleo duro de votantes y Podemos como peligrosísima alternativa, que crecía más y más a costa de exvotantes socialistas. El PSOE se ubicaba, cada vez más a menudo, como el tercer partido en liza, por detrás de PP y Podemos.
No podemos extrapolar, sin más, lo sucedido en Andalucía al resto de España, pero lo que está claro es que el componente hasta ayer más enfermo del bipartidismo ha pasado a ser el PP. Y que tanto el PSOE como el propio PP están, por ahora, aún muy lejos de los partidos que se postulan para sustituirles: Podemos y Ciudadanos. Y cualquier resultado electoral que aboque a Podemos y Ciudadanos, a las alternativas, a funcionar como mero complemento secundario de los dos partidos “principales” (los de siempre: PP y PSOE), a convertirse, en suma, en partidos bisagra, es una muy buena noticia para el bipartidismo. Porque ya sabemos, por la experiencia histórica, lo difícil que es mantenerse en España como partido bisagra. Al final, la marea bipartidista se lo acaba llevando todo por delante. Y si no me creen, échenle un vistazo a los resultados de IU y UPyD, que hasta hace un año eran las principales alternativas al bipartidismo.
Evidentemente, no es que los resultados de Podemos y Ciudadanos no sean importantes, ni que el bipartidismo sea invulnerable a lo que está pasando estos años; es, sencillamente, que Susana Díaz ha utilizado con tino el control de la agenda política que podía manejar (la convocatoria de elecciones al parlamento andaluz). Un margen de maniobra que aplicó en su beneficio con objetivos evidentes: mantener el poder en Andalucía y desinflar a Podemos como alternativa. A la vista de los resultados, ha logrado ambos objetivos. Mantendrá el poder (aunque sea en precario), y deja muy atrás a Podemos. Un 15% está muy bien, es lo que cabía esperar, de hecho… pero supone un retroceso, en términos mediáticos y de percepción pública, para un partido que se postula como sucesor del PSOE en un nuevo sistema bipartidista.
Lo curioso es que, en el camino, es el otro componente del sistema, el PP, el que queda debilitado. Por el hundimiento en Andalucía y por lo que le espera, pues es previsible que en los próximos meses este partido continúe perdiendo votantes y cotas de poder en España. Sin embargo, de nuevo nos encontramos con una alternativa al partido mayoritario (en este caso, Ciudadanos) que se ubica, por ahora, muy lejos del partido al que en teoría aspira a suceder. Y mientras no haya un sorpasso electoral, o al menos una situación de empate técnico, el núcleo del sistema no correrá peligro. A veces, dos más dos no es igual a cuatro. No es lo mismo un sistema tetrapartidista que un sistema de dos partidos centrales y otros dos complementarios, cuya aspiración es pactar con los anteriores.
Giro a la izquierda. Los resultados también muestran que los votantes andaluces han virado considerablemente hacia la izquierda en sus posiciones políticas. Los números se resumen rápidamente: PSOE+Podemos+IU obtienen 67 escaños (por 59 alcanzados por PSOE+IU en 2012). PP+Ciudadanos se quedan en 42 escaños frente a los 50 obtenidos por el PP (que, además ganó las elecciones) en 2012. Y ni que decir tiene que no es exactamente la misma derecha la representada por Ciudadanos que el núcleo duro de votantes del PP (recuerden que el gran argumento del PP andaluz para no votar a Ciudadanos es que eran… ¡catalanes! ¡Horror!).
Es un cambio también esperado, pronosticado en las encuestas, y que además ya pudimos ver en las Elecciones Europeas de 2014, pero cuyos efectos es difícil minusvalorar. La crisis económica y el fracaso de la gestión del PP (que llegó al poder en 2011, recordémoslo, prometiendo acabar con el paro y superar la crisis económica) han contribuido enormemente a cambiar no sólo las preferencias electorales, sino también las prioridades de los ciudadanos.
El electorado español es hoy más progresista que en 1996, que en 2004 y –desde luego– que en 2011. Lo es porque, ante la degradación de los servicios públicos y de las redes de protección social, ante el hundimiento del delirante modelo del ladrillo (propugnado por el PP y asumido por el PSOE en las dos legislaturas de Zapatero) y la constatación de que el PP tampoco es capaz de solventar la crisis, muchos se han vuelto, como es lógico, ante las opciones electorales que se acercan más a sus intereses y necesidades actuales.
Por eso hay espacio para la irrupción de Podemos, sin que afecte demasiado al PSOE (en Andalucía), y sin que IU desaparezca totalmente, pero la entrada de Ciudadanos sí que afecta –y mucho– al PP, y también provoca la desaparición de UPyD; no hay tantos votantes conservadores como antaño, y además no son tan conservadores como hace unos años (más que nada, ocioso es decirlo, porque a muchos de ellos les da vergüenza volver a votar al PP).
En resumen: los resultados, con matices, han sido más o menos los previstos. No ha habido grandes sorpresas. Sin embargo, estos resultados tan aburridos y previsibles tendrán, a buen seguro, importantes consecuencias políticas, y muy particularmente electorales. En Andalucía, evidentemente, pero también en el resto de España. Y el problema no es, principalmente (salvo, claro está, para los andaluces), el resultado que han obtenido los diferentes partidos políticos en Andalucía. El problema es lo que esto pueda afectar a sus expectativas de futuro. Después de todo, piensen en el año político que llevamos desde que, allá por mayo de 2014, Podemos irrumpió en el escenario político español con un sorprendente 8% de los votos en las elecciones europeas (es decir, más o menos la mitad de lo que ahora ha logrado en Andalucía).