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Año nuevo: mismos retos, nuevo enfoque

Comenzamos el año donde dejamos 2015, con las mismas dificultades para millones de personas en nuestro país, que afrontan situaciones de desempleo, precariedad laboral, pobreza, exclusión social y desigualdades. Estos son algunos datos que hemos conocido recientemente:

El número de personas en paro asciende a 4.850.000 (EPA III Trimestre 2015), de las que 2.900.000 llevan más de un año sin trabajar. De ellas, tan solo el 27,9%, poco más de una de cada cuatro, recibe algún tipo de prestación (Fundación 1º de Mayo). El número de hogares con todos sus miembros en paro es de 1.573.000, y el de hogares sin ningún ingreso es de 721.900. El paro juvenil alcanza el 50% de los y las jóvenes de 15 a 24 años, el más alto entre los países de la OCDE.

Las personas empleadas han experimentado una pérdida de poder adquisitivo del 5,3% desde 2009, debido a la devaluación salarial impuesta, pero son el 10% de asalariados de menores ingresos los que están soportando las mayores pérdidas: el 25,6% de su poder adquisitivo (Fundación 1º de Mayo).

El 90% de los nuevos contratos son temporales, precarios y mal pagados. La tasa de temporalidad viene incrementándose en los últimos años y alcanza ya al 26% de los trabajadores y trabajadoras. Como consecuencia, el número de trabajadores pobres va en aumento, alcanzando a un 14,2% en 2014 (EAPN).

El 29,2% de la población española se encuentra en riesgo de pobreza y/o exclusión, lo que supone un total de 13.657.232 personas. Desde 2009 esta cifra ha aumentado 4,5 puntos porcentuales. Asimismo, el 67,9% de las personas tiene dificultades para llegar a fin de mes. En cuanto a la pobreza severa, que impide alcanzar unos estándares de vida mínimos, la sufren más de tres millones de personas, lo que supone el 6,9% de la población española (EAPN).

El gasto social en educación no universitaria y en sanidad ha experimentado un recorte de 17.000 millones de euros desde 2009 y, como consecuencia, la enseñanza pública no universitaria y la sanidad pública han perdido cerca de 50.000 enseñantes y personal sanitario desde 2011, mientras aumentaba el número de estudiantes y pacientes (Ministerio de Hacienda).

Se constata un aumento de la desigualdad desde el inicio de la crisis. En la actualidad, el 10% más rico obtiene aproximadamente la misma renta total que la mitad de la población española, y la renta del 20% más rico es casi siete veces superior a la renta del 20% más pobre (EAPN), lo que nos sitúa como el segundo país más desigual de la Unión Europea, solo por detrás de Rumanía. Mientras, los ejecutivos y consejeros de las empresas del IBEX-35 aumentaron sus retribuciones totales entre un 15% (el conjunto de directivos) y un 80% (los principales ejecutivos) en 2014 (CCOO).

Según los últimos datos de Naciones Unidas, el impacto de la desigualdad en el progreso de España es de los más altos entre los países de su mismo nivel de desarrollo humano. El Índice de Gini, que mide la desigualdad en la distribución de la renta dentro de un país (0 representaría la máxima igualdad, 100 la máxima desigualdad), ha venido creciendo en los últimos años, y se sitúa ya en 35,8%. El índice para la UE es 30,9 (Eurostat), casi 5 puntos inferior.

Pero la pobreza y la desigualdad que sufren millones de personas en España son padecidas también por miles de millones de personas en el mundo, en especial en los países empobrecidos, pero no solo. También suceden en los llamados países ricos.

El informe de Naciones Unidas antes mencionado pone en evidencia que Estados Unidos, el octavo país con mayor Índice de Desarrollo Humano (IDH, indicador del progreso de un país que contempla tres dimensiones básicas del desarrollo humano: disfrutar de una vida larga y saludable, medido por la esperanza de vida; acceso a educación, calculado por los años de escolarización; y nivel de vida digno, estimado por los ingresos), pierde 20 posiciones en la clasificación cuando dicho índice se ajusta por la desigualdad, posicionándose entonces en valores de desarrollo humano similares a los que muestran Grecia o Polonia, por ejemplo. Si se utiliza el Índice de Gini para medir la desigualdad, Estados Unidos alcanza un nivel del 41,1%. En la parte superior del ranking de concentración de ingresos se sitúan países como Sudáfrica (65,0), Namibia (61,3), Botsuana (60,5) o Haití (59,2).

En cuanto a la pobreza, según estimaciones del Banco Mundial 702 millones de personas en el mundo viven en condición de extrema pobreza, lo que representa el 9,6% de la población mundial. Y de nuevo, en todos los países del mundo existe pobreza, si bien el récord lo sustentan los países de África Subsahariana, donde el ratio de pobreza es del 35,2% de la población.

Asimismo, al igual que sucede en España, tener un empleo no soluciona el problema de la pobreza: a nivel mundial, 3.200 millones de personas están empleadas, pero el 61% lo está sin contrato, y tan sólo el 27% cuenta con protección social. Existen 830 millones de trabajadores y trabajadoras pobres (que perciben menos de 2 dólares al día), y 1.500 millones de empleos son vulnerables, sin condiciones dignas de trabajo ni ningún tipo de seguridad social (PNUD).  

Estas situaciones de pobreza y marginación, que se dan en mayor o menor medida en todos los países del mundo, deberían hacernos reflexionar sobre la existencia de elementos comunes a todas ellas. Y existen. El principal elemento común es el sistema económico neoliberal en el que se desenvuelven prácticamente todas las economías del mundo y la imposición de una globalización capitalista que beneficia a unos pocos en detrimento de la inmensa mayoría.

La peculiar e injusta organización económica del  mundo solo ha sido posible gracias al inmenso, y creciente, poder que ostentan los que más tienen, fundamentalmente las grandes fortunas y las empresas transnacionales que, basándose en falsos dogmas, como los beneficios del libre mercado, son capaces de supeditar instituciones, gobiernos y políticas públicas a sus intereses.

Así pues, el principal y urgente problema a abordar debería ser la enorme concentración del poder y la riqueza en unos pocos individuos que actúan en su propio beneficio. Es muy poco lo que se está consiguiendo con los grandes acuerdos mundiales, como los extintos Objetivos de Desarrollo del Milenio, que durante los últimos 15 años han marcado el camino para reducir la pobreza en el mundo, y cuyos resultados dejan tanto que desear. Los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible, que los han sustituido a partir del 1 de enero de 2016, son bastante más ambiciosos, pero su cumplimiento exige, a mi entender, un cambio de sistema que no van a permitir las élites globales mientras detenten el poder con que cuentan en la actualidad.

Se hace necesario modificar la actual correlación de fuerzas a favor de la gran mayoría de la población. Para ello, se debe empezar (ya se ha empezado) desde abajo, transmitiendo el conocimiento y la información que los grandes medios de comunicación, controlados por las élites, se empeñan en ocultarnos, con el fin de conseguir una masa crítica de activistas que cree redes locales y mundiales de contrapoder, capaces de influir tanto en gobiernos como instituciones internacionales, con el fin de lograr el respeto y la promoción de los derechos humanos, incluidos los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales que permitan a todas las personas disfrutar de una vida digna y en armonía con su entorno. Y es este el objetivo al que cada vez más personas nos dedicamos desde organizaciones de la sociedad civil como Economistas sin Fronteras.  

Este artículo refleja la opinión y es responsabilidad de su autora. Economistas sin Fronteras no necesariamente coincide con su contenido.