“La era esta pariendo un corazón
No puede más, se muere de dolor
Y hay que acudir corriendo
Pues se cae el porvenir“
Silvio Rodríguez
Siempre pensaron que lo natural, lo esperable, lo ortodoxo, lo decente, es gobernar ellos, que gobiernen los suyos o, en su defecto, aquellos que consideran aceptables. Nos han tenido un par de años en el negociado de lo único posible, de lo deseable, de lo que debe ser. Para ello han sembrado de líneas rojas, de prohibiciones, de falsas acusaciones, de falsas traiciones, de inciertas coaliciones la vida política de un país que consideran suyo. España es lo que ellos determinen y si no son ellos, o los que ellos toleren, es el diluvio, es la debacle, es el abismo. Así lo ha querido contar ese chico que intenta liderarlos, pero se armó un lío con los caballos. El lenguaje y, sobre todo, las ideas no son potros fáciles de domeñar.
Mientras nos sirven en titulares, en programas, en declaraciones el Apocalipsis Rojo que tan bien les vendría para mantener el tipo, hay millones de españoles que se guiñan el ojo llenos de esperanza. Somos españoles también. No podemos dejar que nos arrebaten el país ni la identidad ni la cultura. España somos también los que creemos que nuestro país necesita un gobierno de progreso que purifique el fango que nos ha caído encima, las cenizas en las que nos están enterrando, la pétrea idea de lo correcto en la que pretenden ahogarnos. En España hay millones de españoles que no ponen velas a otro dios que la libertad y los derechos humanos y el diálogo y el respeto y la igualdad y la posibilidad de hacer un espacio en el que todos quepamos y desde el que todos podamos empezar de nuevo el camino ha quedado paralizado durante estos últimos años.
Hay millones de personas que esperan que los magos este año nos traigan un apocalipsis pero de esperanza. Todos aquellos que llevaban, urna tras urna, depositando su voto y pensando que nunca iban a conseguir revertir esa máquina de grisura y de gomina, de chaleco y sonrisa altanera, de suficiencia económica y personal, de insolidaridad, de rigidez y de desprecio. Hay millones de españoles esperando a que nuestro país vuelva a parecerse al que fue. Un país más justo y más igualitario, un país ilusionado, un país en el que todos caben y todos pueden empujar, sin importar su origen ni su edad ni su sexo. Un país sin maldiciones ni malditos, un país abierto al mundo y pegado al planeta. Un país en el que se pueda creer porque sea más que una patria y más que una bandera y más que un muro. Un país que sea un hogar y una fuente de futuro.
Así que el reto es muy grande. Nos jugamos mucho. No sólo los políticos que han conseguido forjar un pacto y a los que quiero felicitar por lo que tiene de grande y de humano el ser capaz de hablar y de transigir y de entender y de ceder. Eso es la política como arte no sólo de lo posible, sino de lo más noble que tenemos. Es inútil recordarles que esto ha sido sólo un primer paso, un pequeño parto de los montes porque de él deben surgir aún muchas promesas cumplidas y mucha pedagogía para explicar lo que devenga improbable o acaso imposible. La apuesta es muy alta. Un fracaso sería tanto como decirle a millones de personas que su visión del mundo, sus ideales o su forma de entender la vida no tienen futuro. Por eso, por la esperanza, es tan importante que el trabajo sea bien hecho aun a costa de grandes sacrificios como, sin duda, precisará un gobierno de características nuevas.
Y no sólo por eso, sino porque no habrá paz ni habrá sosiego ni siquiera habrá tregua o verdad. Las fuerzas que querían evitar este gobierno progresista son muchas y son muy poderosas y, desde luego, nadie puede pensar que han cesado en su empeño de hacer zozobrar la barca en la que navega todo aquello que no sólo no comparten, sino que perjudica sus intereses. Se trata de eso, fundamentalmente. En la transformación va a ser preciso tocar muchas narices, asomarse a muchos privilegios, cambiar muchos status quo y muchas prebendas. Todos ellos se irán sumando al corifeo de los agraviados. Si me van a quitar el destino, ¡mueran los traidores que dan unas transferencias de tráfico que estaban previstas!. Si me van a tocar mi estatus o mis veleidades –¡oh, yo el opositor!– esos traidores no quieren sino politizar la judicatura. Si van a pretender subir los impuestos al 1% de la población, entonces van a sangrarnos a todos. Si se va a avanzar en el laicismo, ¡los comunistas quieren acabar con nuestro derecho a educar a nuestros hijos! Y así hasta el infinito. No hace falta que se lo enumere. Si se convierten en leyes las normas necesarias para que las mujeres seamos la mitad de una población digna e igual, entonces, ¡entonces se está agrediendo a los hombres!
La apuesta es muy alta porque la esperanza lo es. No se trata sólo de implantar unas u otras medidas, que también, sino de volver a limpiar el espacio público, de invertir la espiral de silencio para que vuelva a ser posible defender los derechos universales y vuelva a ser un estigma el racismo, la xenofobia, el machismo y todo lo que nos embrutece y nos aleja de nuestra dignidad como seres humanos.
No lo van a ver en muchos titulares pero yo veo muchos rostros que lo proclaman. El año empieza con una revolución, pero con una revolución de esperanza. Estén a la altura.