La verdad y las armas

26 de mayo de 2022 22:50 h

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A las pocas horas del asesinato de 19 niños y dos profesoras en una escuela primaria de Uvalde, en Texas, políticos, usuarios anónimos de redes y robots repetían mentiras sobre lo que había sucedido y sobre quién era el asesino. Como pasó hace diez años con la masacre en la escuela de Sandy Hook, parte de esas fantasías crueles y peligrosas sugerían que el tiroteo era simulado en un intento de remover las conciencias sobre el hecho de que un chico cualquiera pueda comprar varias armas de guerra sin apenas papeleo o límite. Otras retrataban ahora al asesino como un inmigrante indocumentado o se inventaban detalles sobre su vida sexual. 

En contra de los clichés sobre la cultura de las armas de Estados Unidos, la mayoría de la población está en contra de la tenencia de pistolas, fusiles de asalto y otras armas propias de militares y policías sin restricciones ni controles. Las explicaciones de por qué, a pesar de esto, en las últimas dos décadas el Congreso de Estados Unidos sólo ha hecho más fácil para los civiles adquirir armas tienen que ver con las lagunas cada vez más anti-democráticas de un sistema político que prima la representación de los estados menos poblados, alimenta las primarias de los partidos con los candidatos más extremos y produce instituciones que cada vez se parecen menos al país en cuanto a composición demográfica y opiniones políticas. Pero el miedo incluso al debate sobre el asunto en cualquier foro también tiene que ver con el desprecio por los hechos más básicos. Y esto va calando en la población: también vemos que el apoyo a medidas básicas como la prohibición de las armas de asalto en manos de civiles ha ido bajando con el tiempo y cada vez se corresponde más con el partido al que uno apoye. Casi el 80% de los encuestados por Gallup decía en 1991 que quería leyes más estrictas de control de armas; ahora, según el último dato disponible, es el 52%.

Hace unas semanas entrevisté a Elizabeth Williamson, periodista del New York Times y autora de un revelador libro sobre la masacre de Sandy Hook y, en particular, sobre la lucha de los padres de los niños asesinados contra los inventores y promotores de las mentiras sobre la masacre que añadieron dolor a su tragedia insondable. Lo valioso del libro de Williamson es que refleja cómo a menudo se trata de unas pocas personas con la ayuda esencial de plataformas irresponsables las que son capaces de difundir con fuerza locuras y, como mínimo, sembrar dudas sobre la realidad. El resultado es una pequeña minoría convencida, pero también un ambiente que contribuye a la apatía generalizada frente al activismo de quienes estos días se volverán a mover para luchar contra una lacra que, como bien dice el periódico satírico The Onion, sólo sucede de esta manera en Estados Unidos, el país más rico, con más talento y en teoría más medios para atajar cualquier problema.

La erosión de los hechos más básicos es el mar de fondo que nos debería preocupar más a todos suceda donde suceda.