Llevamos ya demasiado tiempo enterrando a Mariano Rajoy. Empieza a quedar más largo que la exhumación de los restos de Franco, que cuanto más dice el gobierno que va para ya y es inminente, más parece que se retrasa. Deberíamos empezar a asumir con normalidad que Mariano ya no está, por muy fácil que siga resultando culparle de todo.
Primero molestó que se fuera a Santa Pola en vez de andar macarreando su sucesión con un cuaderno de colores, o que renunciara al aforamiento después de que tanto justiciero de las ondas pronosticase que no lo haría por puro miedo. Después irritaba que, efectivamente, se hubiera ido a Santa Pola y se mantuviese tan neutral que ni siquiera acudió a votar en el simulacro de primarias abiertas a los militantes, para acabar eligiendo al líder como se ha hecho siempre en los partidos de orden: en un congreso petado por el aparato. Ahora parece que escuece que, discretamente, haya efectuado unas cuantas llamadas telefónicas para animar a la unidad y para defenderse de la moción de censura al Marianismo que Pablo Casado ha enarbolado como bandera.
Tanta contradicción debería caerse por si sola, pero esto es España. Hagas lo que hagas, Mariano, te vamos a poner como chupa de dominé así que acostúmbrate, va con la condición de expresidente. Hasta Pedro Sánchez se ha vuelto a subir a la tribuna del Congreso para enterrarlo otra vez. Más que comprometerse a deshacer las políticas de sufrimiento masivo de los gobiernos marianistas, ha prometido no volver a hacerlas. No es mucho pero por algo se empieza. Para muchos resulta más que suficiente, lo que se le puede pedir a un gobierno apoyado en 84 diputados. Quedan pocos realistas que pidan lo imposible.
El marianismo parece más en riesgo en el seno del propio Partido Popular que en Moncloa. La prueba es que Rajoy ha emergido, a su manera, para responder a Pablo Casado, no a Pedro Sánchez. No es de extrañar. Que Pablo Casado sea reivindicado como el candidato que promueve un verdadero programa ideológico para el PP, mientras Sáenz de Santamaría solo encarna al marianismo puro y tener el poder por tenerlo, es tanto como decir que su famoso postgrado en Harvard es de verdad, no una chochona comprada en la feria de la universidad privada. Que la oposición se lleve por delante tu legado resulta lo normal, la política es así. Que lo derrumben los tuyos supone más de lo que hasta Mariano puede soportar.