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El amor todo lo puede

Barbijaputa

Que la violencia contra las mujeres se puede ejercer de muchas maneras y respaldar de muchas otras es algo que todavía, a día de hoy, muchísima gente o niega o no entiende. Normalmente hombres, claro. Hombres incapaces no sólo de empatizar con la otra mitad de la población, sino también repletos de excusas cuando esta violencia se manifiesta tan claramente que es imposible no verla.

Para ejercer violencia contra una mujer no es necesario levantarle la mano. Ni bajarla. No es necesario tocarla. Por ejemplo, un hombre ha sido detenido recientemente en Valencia. Un hombre de 46 años, español, heterosexual y blanco. Un hombre que no tenía antecedentes, un hombre normal, un español medio. Un hombre que durante tres años se desvió de su camino al trabajo para poder toparse con una menor en su camino al instituto.

Al principio, la encontraba sola. La seguía y le gritaba su número de teléfono. Daba igual que la chica tuviera 16 años, que le repitiera por activa o por pasiva que la dejara en paz. Porque ya se sabe que las mujeres nunca saben lo que quieren, y cuando decimos NO, queremos decir que sí. Entonces ellos se ven obligados a hacernos entender. Se ven en la obligación de guiarnos. Y es que “el amor es así”. Si no vemos por nosotras mismas que, en realidad, le correspondemos, ellos han de insistir hasta que lo veamos. Porque “quien la sigue la consigue”. Vean si no 'El diario de Noa'. La historia de amor por excelencia. Noa se enamora de la chica tan locamente, sólo con verla, que la persigue y la coacciona incluso cuando ésta está con su novio. Noa es otro varón blanco heterosexual encantador que, por cierto, consigue su propósito. Porque “el amor todo lo puede”. Y tú, que estás viendo la peli, quieres que lo consiga. Porque te han enseñado así, el amor es eso que te pasa nada más ver a alguien, sin conocerlo o conocerla. Es un flechazo que debes materializar en algo. En el caso de las chicas, nos enseñan a desear que se convierta en una relación, boda e hijos. A los chicos les enseñan a materializarlo en persecución, relación que les asegure un polvo fijo y ya luego, si eso, hijos. Hijos que cuidarán ellas... Bueno, ahora estamos en tiempos modernos, ahora ellos ya “ayudan”.

Esta chica a la que han acosado durante tres años, de la que no sabemos el nombre ni falta que nos hace porque podría ser cualquiera, empezó a pedir ayuda a sus hermanos y a su padre, quienes la acompañaron al instituto durante los últimos dos años. La presencia masculina es lo único que nos puede salvar del acoso. No hubiera sido lo mismo si la hubiera acompañado una amiga. En ese caso, se hubiera dicho que “dos chicas solas...”, como aquella vez que mataron a dos amigas que viajaron “solas” a Ecuador. Es que, a quién se le ocurre. Todos sabemos que si estás con un hombre estás con alguien, pero si estás con una mujer, estáis solas. Tú y ella. Las dos. Solas. No os servís de nada la una a la otra.

La chica denunció al acosador, pero la denuncia no prosperó. También acudió al médico, debido a las crisis de ansiedad que le generaba la situación de acoso prolongada en el tiempo, por la cual tuvo que recibir tratamiento. Pero es que “quien bien te quiere, te hará llorar”. Él debía de quererla a rabiar. Es decir, esta menor fue abandonada primero por la justicia y más tarde por la sanidad, porque quien la medicó tampoco alertó a la policía. Aunque ya cabe preguntarse que para qué, si ya una denuncia no solucionó nada.

Pero ella siguió yendo al instituto y sufriendo el acoso del hombre día tras día. Hasta ayer, que como tantos otros días, su acosador la estaba esperando. Esta vez, él llevaba una “carta de amor” que necesitaba darle para que ella la leyera (ya lo había intentado alguna vez sin éxito, según los periódicos). Y como “en el amor y en la guerra todo vale”, la cogió por el brazo y le instó a que le prestara atención. Como si a ella se le hubiera pasado desapercibida su existencia, vaya.

El hermano, que la acompañaba, llamó entonces a la policía. Menos mal que había un hombre que levantó el teléfono, si hubiera sido una amiga, una se pregunta si el sistema le hubiera vuelto a fallar a la joven, como ha venido haciendo estos años. El acosador fue detenido allí mismo, pero sólo después de que él mismo confesara que sí, que llevaba tres años persiguiéndola y que sí, que a diario le gritaba por la calle, la paraba y la acosaba, porque “estaba enamorado y obsesionado”. También reconoció que no sabía ni su nombre. Pero es que si “el amor no entiende de edad, de sexo o de religión”, ¿por qué va a entender de nombres propios?

Cuando decimos que la violencia contra las mujeres es estructural nos referimos a esto. No sólo a que vivimos en una sociedad donde los ciudadanos se creen con derechos sobre las ciudadanas, sino que estamos inmersos en un sistema que lo consiente y lo fomenta. Un sistema que permite que la justicia se desentienda de las mujeres (porque al contrario de lo que muchos piensan, no, no se detiene y se mete en el calabozo a cualquiera sólo porque una mujer lo diga). Un sistema con unas instituciones cuyos protocolos fallan sin que nadie asuma responsabilidades. Un sistema con una sanidad sin perspectiva de género que medica por defecto a la mujer cuando hay señales de trastornos psicológicos, sin más rodeos, pero que pide pruebas y más pruebas cuando el paciente es un hombre. Un sistema que no sólo genera violencia, sino que la perpetúa. Un sistema que seguimos sin cuestionarnos.

Un sistema patriarcal, a fin de cuentas.

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