Las mujeres podemos ser más malas que cualquier hombre malo. No les ganamos a nada, pero a eso sí. Todo el mundo lo sabe. Somos peligrosas de una forma muy sutil y ellos, sin embargo, son más nobles, no llegan a ser tan retorcidos como nosotras. Por eso están doblemente indefensos: somos peligrosas y, además, ellos -impregnados de tanta nobleza- pueden no darse cuenta, por lo que son presa fácil de nuestra perversión. Ya lo avisó aquel alcalde del PP: “Piensa que entras en un ascensor y hay una chica con ganas de buscarte las vueltas, se mete contigo, se arranca el sujetador o la falda y sale dando gritos diciendo que le has intentado agredir. Ojo con ese tema”.
Y es verdad, porque todo el mundo sabe que a solas con un extraño hay muchas que se arrancan el sujetador, la falda y lo que haga falta. Y ellos no gozan de ningún recurso para librarse ni de eso ni de la condena asegurada que les caería. Es normal, por lo tanto, dudar siempre de las mujeres que denuncian agresiones sexuales, e incluso asegurar que mienten. Por eso hay que asegurarse de si cerramos bien las rodillas (aunque da un poco igual, en realidad, porque si las cerramos, lo cierto es que necesitamos también haber estado muy borrachas para que algo así nos pasase).
Tampoco podemos esperar otra cosa cuando, cada pocos días, se anuncia que un hombre matado a su pareja. Vale que en este caso ella no está mintiendo, pero habrá que ver también por qué el señor ha llegado a ese límite, no podemos precipitarnos, que ya sabemos cómo nos las gastamos las mujeres. Y lo nobles que son ellos.
La Historia (que escribieron ellos, y hay que fiarse de su sesgo porque son nobles) está llena de pruebas: desde las brujas a las viudas negras, nos muestra cómo las mujeres tenemos la capacidad de hacer daño por placer. La ficción también refleja esta realidad: desde la maldad escalofriante de mujeres tipo 'La mano que mece la cuna' hasta todas las malas y madrastras de Disney.
Ojalá pudiéramos usar nuestra inteligencia para algo más que para hacer el mal, así quizás ellos podrían darnos más Premio Nobel y no sólo 47 de los casi 900 otorgados. Así podríamos conseguir más puestos de responsabilidad, mayores sueldos, más reconocimiento y, en definitiva, menos discriminación. Pero somos incapaces, las mujeres seguimos siendo a día de hoy mucho más peligrosas que ellos. Sólo con nuestro cuerpo podemos traerles la desgracia, y es por eso que existen institutos donde se expulsa a alumnas por ir sin sujetador a clase, ya que podrían “distraer a los profesores”.
Las mujeres no necesitan ser ni mujeres aún, las adolescentes, como ven, también. Y las niñas, que posan en las fotos como putas, porque aprenden rapidísimo. Luego “pueden venir las violaciones”. Violaciones que perpetran hombres, es cierto, pero no hombres así en general, que son buenos y nobles, sino más bien “locos”. Eso aqueja mucho al género masculino, la “locura”, porque sólo en España salen más de mil “locos” cada año, pero no son hombres al uso. Son miles y miles de locos que no cuenta para nada. Así como los feminicidas, que también son “locos”, centenas de otros locos, que tampoco pueden contar como hombres, porque ser hombre es otra cosa.
Cuando no son hombres aún, sino chavales todavía, ya no son locos, son gamberretes. Y a esto entonces lo llamamos “novatadas”.
A pesar de todo, por algún motivo que nadie sabe explicar, las mujeres parecen ser las idóneas para encargarse de la crianza de las niñas y de los niños, y de cuidar también a nuestros mayores. Somos nosotras, de las que todos dudan y culpan, las más adecuadas en todo lo que tiene que ver con cuidar a los demás, de educarlos. Por eso somos las niñeras, las cuidadoras, las que limpian y ordenan los hogares, las que lavan y cuidan a las personas ingresadas en hospitales y asilos, las que se van de au-pair, en quienes confían hasta los extraños para que cuidemos a sus criaturas.
A una mayor parte de la ciudadanía le parece de sentido común seguir dudando de las mujeres cuando denuncian violaciones, agresiones, maltrato, cuando se las mata, cuando acusan a un hombre de cualquier cosa. Y también de sentido común seguir culpándolas de la violencia que han recibido aun cuando ya no están, aun cuando no les ha dado tiempo a “mentir”, aun cuando el hombre confiesa que la mató porque estaba harto de tanta denuncia. Es tan de sentido común, que en común votan a un partido que invierte nuestro dinero en preguntarle a los asesinos qué les llevó a esa “locura”, ya que hablar de machismo es “quedarse en la superficie”.
El feminismo está denostado porque no es de sentido común, porque son pocas personas en sus filas en comparación con el resto, y las que hay son mujeres. Y, ya sabe, cualquiera de fía de nosotras.