“¿Se arrepiente?”, le preguntaron a Bertolucci después de que confesara que la violación a Maria Schneider en 'El último tango en París' por parte de Marlon Brando fue real. No estaba en el guión. Maria no lo sabía porque fue una ocurrencia de última hora de ambos: Brando y él.
Bertolucci contestó delante de las cámaras: “No me arrepiento, pero me siento culpable. Hacer películas es también eso, conseguir cosas. Tenemos que ser completamente fríos. Yo no quería que Maria interpretara la rabia y la humillación, quería que las sintiera”.
Todas las escenas del resto de películas de Bertolucci fueron interpretadas, se conformó con eso el buen señor, pero ésta no podía ser sólo fingida. En ésta él quería realidad. Sólo en ésta. Todas las lágrimas en sus películas fueron fingidas, todas las peleas, toda la rabia y la humillación de sus otros personajes lo fueron. ¿Por qué en esta escena no? Porque se puede. Porque no pasa nada. Porque él es un afamado director y Brando un actor reconocido y famoso. Y porque Maria Schneider era una mujer joven. Una mujer que, además, ni siquiera sabía que podría haber denunciado lo que pasó, ya que ninguna actriz tiene que hacer algo que no aparece en el guión. “En ese entonces ni siquiera lo sabía”, dijo Schneider cuando, años después, se armó de valor y contó que aquella escena fue una violación real.
Se puede jugar así con las mujeres. Humillarlas, denigrarlas y hasta violarlas (si hubo o no penetración no lo sabemos ahora ni probablemente nunca). Se puede denostarlas y mofarse de ellas. Usarlas. Se puede hacer todo esto incluso públicamente, delante de cámaras y en películas que luego verán millones de personas. No sólo se puede, además les es divertido. Quien crea que él o Brando sufrieron muchísimo por tener que hacer aquello es que no ha entendido que jamás tuvieron que hacerlo, es que quisieron hacerlo. Y quisieron porque la humillación y la rabia las iba a sentir sólo ella.
Cuando Bertolucci dice “tenemos que ser fríos” miente a los demás y se miente a él mismo. Él no tuvo que ser frío, fue ella a la que untaron con mantequilla, fue sólo su cuerpo el que tuvo que soportar todo el peso de Brando, inmovilizándola, abusando de ella. Ni el director ni el actor fueron fríos, sólo violaron a la actriz. La fría fue ella, que incluso así rodó la escena.
“Hacer películas es también eso, conseguir cosas”, se vanagloria el mismo que ideó la violación, la grabó y la emitió. Ni siquiera tuvo la decencia de reconocerlo con ella viva, sino que se decidió a hacerlo una vez murió. La enésima humillación que le tenía preparada. Podría no haberlo dicho nunca, como nunca lo hizo Marlon Brando, pero ¿por qué no? Si él sabe que no pasa nada. Sabía que no pasaría si la violaban y, a día de hoy, sabe que tampoco iba a pasar absolutamente nada si lo decía públicamente. Y así es.
No se trata ya de que haya gente que todavía niega la cultura de la violación, sino que son muchísimos más aún quienes jamás han oído siquiera hablar de ella, ni tampoco percibido cuando la han presenciado.
Las mujeres seguimos siendo cosas. Objetos que se usan, se tiran, se penetran, se violan. Cosas que se utilizan para “saciar instintos” –instintos que sólo ellos tienen, claro–, para decorar espacios, para desahogar frustraciones, para rodar películas. Servimos para cualquier cosa, porque las mujeres tenemos la virtud de ser el único elemento en el mundo que sirve para todo y, sin embargo, no sirve para nada.
Pero no se confíen aquellos que viven cómodamente en ese patriarcado que “no existe”, porque esto no va a ser siempre así. Y estoy segura de que ya empiezan ustedes a notarlo.