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Su broma acaba de empezar

El candidato del PP a la presidencia de la Generalitat, Xavier García Albiol, frente al portavoz parlamentario del PP, Rafael Hernando. / Efe

Maruja Torres

Aparte del escándalo jurídico ya expuesto por los entendidos, aparte de la grave torpeza que supone hacer mártir avant la lettre a Artur Mas –y de envolver con un nuevo vaho patriótico el asunto de las comisiones del 3% que se sospecha recibía Convergència–, aparte del miedo que da un Gobierno que ha manipulado la Justicia hasta convertirla en un azote para la ciudadanía… Aparte de tantos apartes, y al margen de todo ello, que no es cáscara ni polvo, lo verdaderamente aterrador de las últimas noticias del Partido Popular es que nuestra derecha sea una formación capaz de admitir, albergar, alimentar y premiar a un personaje como Xavier García Albiol.

Y ello sucede porque no es verdad que el PP esté gobernando cada vez más para su sector ultra, sobre todo en las postrimerías de su reinado absoluto. Lo cierto es que todo el PP es sector ultra, y mostrar su verdadero rostro le está funcionando: sube en las encuestas. Lo que demuestra que un sector importante de los votantes, casi un tercio, está por la radicalización, la confrontación, el banderilleo al ciudadano y la corrida de progres. García Albiol, al igual que su versión soft, el ángel rubio Cristina Cifuentes –que va de lánguida, pero subió en el escalafón tras embrear a manifestantes– forma parte de ese futurible pepero que puede convertir a Aznar en la caricatura de un centrista. Siempre ateniéndonos a la particular concepción de distribución de sensibilidades que tienen los azules: de Torquemada a C. C., pasando por un largo y cavernoso espectro.

Si os fijáis, García Albiol es el hombre ideal para un partido de amianto moral, en una España desabrida y confusa, dentro de una Europa egoísta y encallecida, y en un mundo que va a peor por todas sus costuras. Se descongeló el huevo de la serpiente y apareció él. Un espécimen sin complejos que tuvo en una Badalona nutrida de migraciones un laboratorio en el que pudo desarrollar la teoría más audaz del pensamiento más retrógrado. Esto es: que, en las sociedades que viene, atenazadas por el miedo al inmigrante –temor que ya podemos hacer extensivo al refugiado–, una porción de la ciudadanía cada día más sólida, más pesada y más beligerante apoyará a los políticos “que dicen las cosas claras”, y que “no se andan con paños calientes”.

La broma de García Albiol acaba de empezar y es de mucho temer, porque es la del Partido Popular. Está en su discurso del miedo, en esas insidiosas advertencias contra todo lo que se mueve aunque sea ligeramente a su izquierda.

¿Qué podemos hacer? Aparte de votar con la cabeza clara –y de que no confundamos, jamás, los votos con el amor, como se dice en la estupenda miniserie de David Simon Show me a Hero–, habrá que cultivar la inteligencia, mantener y alimentar la sensibilidad, aprender a distinguir el ruido y la furia, y a los cascanueces y, por encima de todo, saber cubrir con ceniza la llama de nuestra esperanza cuando se acerque al galope el jinete de su Apocalipsis. Para que no se nos mee encima, entre otras cosas.

No somos más débiles que ayer. Desde municipios y comunidades podemos establecer frentes humanistas.

Es un no parar. Y no hay que hacerlo.

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