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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Buenistas

“Buenista”, “buenismo”, se repite como el ajo. Sale hasta en la sopa. Se lleva “buenistas” como descalificativo en esta temporada primavera-verano. Lo dice Casado, Rivera, algún radiopredicador de la mañana... Te quedaste desfasado si no incorporas “buenista” a tu diccionario de ataque. A lo de “populistas”, “radicales”, “comunistas”, “los amigos de los terroristas” y “los golpistas” le falta la sal si no le metes “buenismo”. Ay, qué tiempos aquellos cuando todos los malos éramos simplemente “ETA”, “el populismo” o “el chavismo”. “Buenistas” suena menos canalla.

A mí me cuesta mogollón que me llamen “buenista” por decir que hay que rescatar a los africanos que se están jugando la vida en el mar. Y que me lo digan algunas personas que luego irán el domingo a misa y comulgarán cantando canciones de amor al prójimo. Critican el “buenismo” algunos buenos católicos que repiten que vienen “millones de inmigrantes”, que “no hay papeles para todos” o que “amenazan nuestro Estado del bienestar”. Son mentirijillas y debieran confesarse, pero la amenaza son los “buenistas”.

No es verdad que haya millones por llegar. Tampoco que se les den papeles a todos. Ni que amenacen nuestra sanidad o nuestra educación. Más hicieron los recortes contra la enseñanza o la salud pública y nadie llama “buenistas” a los que dicen que han “salvado a España”. No hay “amenaza de la inmigración”, lo que hay que es un rebrote de un discurso manipulado, xenófobo y racista, que resulta irresponsable. Lo primero es salvar vidas humanas y, después, urge hacer políticas serias.

Lo fácil es buscar un puñado de votos y confundir al personal. Lo complejo es remar juntos para que Europa se lo tome más en serio, que Marruecos coopere o que la política migratoria sea un pacto de Estado. No se lleva. A menudo, vemos que los dirigentes se están rigiendo más por el marketing político, por lo que piensan que conviene para rascar unos puntos en las encuestas, que por decisiones que puedan hacer un país mejor.

No tiene mucho sentido que Pablo Casado hable de la política de Pedro Sánchez de “hacerse fotos” con la llegada del Aquarius y que luego el líder del PP vaya con las cámaras a saludar a los africanos que acaban de llegar en patera a las costas españolas. Ni el presidente del Gobierno se hizo esas fotografías, ni cuadra que Casado estreche la mano a los migrantes, rodeado de reporteros, después de llevar días con un discurso alarmista, plagado de datos inciertos.

El nuevo líder del PP sí que acierta en una cosa: “En materia de inmigración no cabe la demagogia, porque hay que ser responsables y no populistas”. A ver si predica con el ejemplo. Casado llegó a la presidencia del Partido Popular con un discurso que apelaba a las raíces cristianas del partido, pero ese mensaje chirría con declaraciones que ponen en el disparadero a quienes se juegan la vida huyendo de la guerra y el hambre.

Sería deseable que la estrategia de Casado no se moviera por azuzar el miedo. Ni que parezca que busca cortinas de humo a sus problemas para explicar cómo aprobó la carrera de Derecho o el máster. Si le puede el cortoplacismo de llegar y querer hacer ruido, será pan para hoy y hambre para mañana. Creo que el pueblo español rechaza el doble lenguaje. Ya lo ensayó Fernández Díaz, que consideraba heridas “leves” los desgarros de las concertinas y luego se las daba de católico practicante.

Prefiero pensar que el pueblo es mayoritariamente solidario y bueno. Que no “buenista”. Y mucho mejor es gastar una parte del dinero público en rescatar a pobres que se juegan la vida en el mar, que permitir que nos lo roben con gúrteles, taulas, púnicas y lezos.