Se busca libertador
En América Latina se celebran este año 2018 al menos seis elecciones presidenciales. El sur del continente comparte con el Norte y con el resto del planeta varias tendencias evidentes: la desconfianza en los partidos políticos, un aumento de la bolsa de personas que se sienten olvidadas por la política y la aparición de un nuevo tipo de liderazgo y de formato para los proyectos políticos, basado en la movilización popular y el aval por firmas. En cada elección podemos comprobar que triunfan los candidatos a la contra, incluso sin proyecto y solo bajo la promesa de liberar al país de un gobierno corrupto e ineficaz. Este es prácticamente el relato en la mayoría de países.
Los que hacemos campañas electorales sabemos la necesidad de dibujar un enemigo fuerte frente al que polarizar y contrastar nuestra acción, presentarnos como los buenos en el relato de protagonistas y antagonistas. Eso está pasando en México. Hasta hace solo unos pocos años, el ahora primer candidato en intención de voto, Andrés Manuel López Obrador, era presentado como un peligro para México por sus propuestas radicales próximas a la línea del “castrochavismo”. Con él, México podría entrar en la deriva económica y su divorcio con los poderes más arraigados del país haría hundir el entramado que sujetaba la convivencia.
Ahora -¡cómo ha cambiado el relato!- faltan semanas para que empiece la campaña electoral y los mexicanos que dicen darle apoyo lo perciben como un libertador del yugo del PRI (Partido Revolucionario Institucional) el partido que más años ha gobernado México, sobre el que recaen los peores calificativos a los aspectos con que se evalúa la política: ineficaces y corruptos. EL PRI, y por ello su candidato, el mejor preparado de los aspirantes, José Antonio Meade, ahora representa el yugo del pueblo, de un país aún más desigual y más inseguro que cuando llegó el actual presidente, Enrique Peña Nieto. La gente en México está enfadada con el PRI y quieren castigarle fuerte. De ese río está pescando López Obrador. Sin embargo, este relato tan afianzado cuenta con un problema. En esta polarización, aparece un tercero que es Ricardo Anaya, del PAN, la opción perfecta para un enorme grupo que no quiere al PRI pero sigue temiendo a López Obrador. Todo está abierto a que cada uno logre mostrar quién es el libertador para un pueblo que ya ha perdido la paciencia.
En España también se busca un libertador. La gran pregunta de la política electoral hoy es ¿quién puede desalojar de la Moncloa al PP? El que tenga esa respuesta captará toda la esperanza, el “sí, se puede” que hasta hace un año representaba, y no solo por su eslogan, el partido de Pablo Iglesias. Las últimas encuestas, las optimistas, dan la victoria a Ciudadanos, empujado por la ola de euforia (y decepción) anti-independentista. No parece que ningún otro partido pueda ofrecer la suma de buenos resultados en voto, pero carece de fuertes aliados para trenzar proyectos de gobierno. Su único aliado es el mismo partido al que intenta desalojar del gobierno. En esa contradicción tan determinante tienen que vivir todavía mucho tiempo. El PSOE no muestra la cara del libertador y su capacidad para sumar votos y alianzas está en debate dentro del propio partido. Parece que sus barones y baronesas tienen más potencia electoral que el propio partido liderado por Pedro Sánchez.
Si bien es cierto que se necesita un enemigo común y la demostración de la capacidad de vencerlo, no podemos olvidar que sin generar ilusión, sin colectivizar el proyecto y hacerlo de todos, las apuestas electorales son pan para hoy y hambre para mañana. Háganselo ver, señores Iglesias, Rivera y Sánchez.