Cambio climático, inflación actual, y cómo salvar al mundo
El actual período de repuntes de tipos de interés por parte de los bancos centrales occidentales pasará a la historia como el enésimo ejemplo de la ignominia inducida por la corriente de pensamiento económico dominante. Jamás la distancia entre la teoría macroeconómica hegemónica –pseudociencia en palabras del otrora premio Nobel Paul Romer-, y su utilidad social había estado tan alejada. Los economistas que han recetado frenar la demanda, y por ende el crecimiento económico, para hacer frente a la inflación actual siguen sin entender qué la ha provocado. Por lo tanto, muy difícilmente comprenderán las consecuencias de sus actos, reflejados en unas recomendaciones de políticas económicas completamente distópicas.
Las causas de la inflación actual, pero también del desastre climático, son consecuencia de las recomendaciones que durante las últimas tres décadas han llevado a cabo. Y las soluciones a las mismas no pasan por una subida de los tipos de interés oficiales. Son más sencillas y menos dañinas. Pasan por revertir ciertas desregulaciones promovidas en los mercados financieros y en los sistemas bancarios, así como echar atrás multitud de procesos de liberalización de mercados, y políticas que han promovido la financiarización de la economía global. Obviamente no lo harán. Pero ya les advierto, la inflación no mejorará, la irreversibilidad del cambio climático continuará, mientras sus subidas de tipos de interés no valdrán para nada, salvo aumentar el desempleo, la desigualdad y la pobreza.
¿Y si en realidad los economistas de la corriente dominante son decrecimentistas ocultos?
Por eso, intento darle vueltas a tanta irracionalidad, y trato de ser posibilista, pensando incluso que en realidad es el altruismo la guía oculta de quienes así actúan. Entonces me da por buscar otras explicaciones más positivas y optimistas. Sueño que, en realidad, conscientes de que el actual modelo de crecimiento económico en las economías capitalistas más avanzadas nos lleva al colapso climático, los economistas de la corriente dominante concluyen que es necesario un decrecimiento ya. Sueño con que no solo se han leído los abundantes documentos publicados por el Banco de Inglaterra, y que, bajo la batuta de Mark Carney, analizaban los riesgos financieros asociados al cambio climático. ¡Qué va! Por soñar, que no quede, soñemos a lo grande. Soñemos que han dado varios pasos más, y tras ponerse en contacto con ciertos departamentos de universidades que analizan los puntos de inflexión climáticos, como por ejemplo el “Global Systems Institute” de la Universidad de Exeter, dirigido por Tim Lenton, o el “Institute for Environmental Science and Technology” de la Universidad Autónoma de Barcelona, y donde trabaja Jason Hickle, antropólogo económico, y miembro de la Royal Society of Arts, asumen la irreversibilidad del cambio climático y la necesidad de un decrecimiento. Ya no basta con cambiar el modelo de crecimiento.
Pero entonces me despierto, y el sueño se transforma en una pesadilla. El decrecimiento, necesario para salvar al mundo, requiere, obligatoriamente, compensar a todos aquellos que se verán afectados negativamente, millones de familias y trabajadores, millones de pequeños empresarios. Y para ello solo la Teoría Monetaria Moderna (TMM) tiene la solución. Pero la mayoría de los economistas de la corriente dominante, bajo un comportamiento gregario, muestran su desprecio a la TMM, sin entender en realidad de qué va.
Al menos permítanme compartir con ustedes un artículo académico recién salido del hornos, y publicado en la revista Ecological Economics, “How to pay for saving the world: Modern Monetary Theory for a degrowth transition”, donde los autores, todos ellos pertenecientes a Institutos Económicos que analizan el cambio climático, concluyen que el decrecimiento y la Teoría Monetaria Moderna (TMM) forman una simbiosis estratégica para abordar las crisis sociales y ecológicas. Demasiado para los economistas “mainstream”.
Concretamente en el resumen del artículo se señala: “El decrecimiento carece de una teoría sobre cómo el Estado puede financiar políticas socioecológicas ambiciosas y sistemas de provisión pública, manteniendo al mismo tiempo la estabilidad macroeconómica durante una reducción de la actividad económica. Para abordar esta cuestión, presentamos una síntesis de los estudios sobre decrecimiento y la Teoría Monetaria Moderna (TMM) basada en su concepción común del dinero como bien público y su oposición común a la escasez artificial. Presentamos dos argumentos. En primer lugar, nos basamos en la TMM para argumentar que los Estados con suficiente soberanía monetaria no se enfrentan a ningún obstáculo para financiar las políticas necesarias para una transición justa y sostenible hacia el decrecimiento.
El aumento del gasto público no requiere ni implica crecimiento del PIB. En segundo lugar, nos basamos en la investigación sobre el decrecimiento para adaptar la TMM a la realidad ecológica. La TMM postula que el gasto fiscal sólo está limitado por la inflación y, por tanto, por la capacidad productiva de la economía. Nosotros sostenemos que los esfuerzos para hacer frente a esta limitación también deben prestar atención a los límites sociales y ecológicos. Basándonos en esta síntesis, proponemos un conjunto de políticas monetarias y fiscales adecuadas para una transición estable hacia el decrecimiento, que incluyen una regulación más estricta de las finanzas privadas, reformas fiscales, controles de precios, sistemas públicos de aprovisionamiento y una garantía de empleo emancipador. Este enfoque puede apoyar una amplia movilización democrática en favor de una transición hacia el decrecimiento.“
Pero, el comportamiento gregario de quienes ya deberían haber dado un paso atrás, por las consecuencias sociales, económicas y ecológicas de sus recomendaciones, lo impedirán, al menos temporalmente. Digo temporalmente porque ya hay alternativas puestas en marcha de política monetaria y fiscal al desastre occidental. Me refiero a la política de tipos cero y expansión fiscal de Japón, cuyo resultado actual es de menos inflación que en Europa y Estados Unidos, y de un mayor crecimiento, mientras se protege a familias y empresas. Lo sé, como siempre, soy excesivamente optimista.
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