Cómo cargarse a un presidente
Esto es graciosísimo, o sea, en realidad no tiene ni puñetera gracia, pero dicho así, como estoy a punto de decirlo, lo que le pasa al Perú con sus presidentes es de traca. Y, por qué no, vale como una especie de laboratorio muy gráfico de los truculentos senderos del poder aplicable casi a cualquier contexto. Por eso os cuento: hay un expresidente que está ahora mismo en la cárcel y también su primera dama. Sobre otro expresidente pesa ahora mismo una orden de extradición y debe entrar en prisión preventiva en cualquier momento. Un tercer expresidente está siendo investigado por los mismos asuntos que los dos anteriores pero, a diferencia de los dos primeros, se las ha arreglado entre tanto para ser vecino de Madrid y tan ancho. Además, hasta hace poco el Perú podía presumir de haber metido a un exdictador en la cárcel por crímenes de Estado y violación de derechos humanos, hasta que el presidente, también investigado, indultó a ese dictador como una especie de canje político, para evitar que lo echaran a él del Gobierno a causa de sus negocios sucios y lo libró así de una pena de 25 años de la que solo había cumplido diez. Al indultador, sin embargo, le salió el tiro por la culata y el Congreso intentó destituirlo otra vez por incapacidad moral y porque francamente era un presidente que no servía para nada. En un giro sin precedentes, se hizo público un video en el que se evidenciaba un intento de compra de votos para evitar su inminente vacancia. Y ese presidente dejó de ser presidente.
Si mi país tiene un sello propio, que ya es parte de su folclore político, es que los mandatarios caigan por videos. Así como lo oyen. Las grabaciones de cámara escondida tienen la larga tradición de tumbarse régimenes en el Perú. Por eso se acuñó la frase local “videito manda”. Hace 18 años un video que revelaba la compra de congresistas tránsfugas y todo un aparato de inteligencia estatal corruptor para sobornar y chantajear autoridades corruptas –un plan organizado y puntillosamente documentado por el Servicio de Inteligencia Nacional, a cargo del asesor presidencial, Valdimiro Montesinos en sus (vladi) videos de cámara escondida– obligó a Alberto Fujimori a fugarse y renunciar por fax. Hoy se repite la historia. Los hijos de Fujimori, estratégicamente enfrentados pero ambos herederos directos del fujimontesinismo, con los mismos métodos que hicieron caer a su padre en el 2000, se tumbaban esta vez a Pedro Pablo Kuczynski, quien tuvo que renunciar en un mensaje a la nación. Durante unas horas nos quedamos sin presidente. Hoy lunes, el recién nombrado presidente, Martín Vizcarra, presentará a su flamante gabinete.
Como en muchos lugares, en el Perú la justicia es una línea torcida que se intercepta en varios tramos con la absoluta impunidad. En ese rosario de componendas, y en tres décadas de gobiernos consecutivos, al menos algunos presidentes han pisado el talego y otros podrían hacerlo en poco tiempo. Si se llegara a probar la tira de denuncias de cohecho, colusión, sobornos y corrupción de diverso calado de estos señores –y el gobierno del Perú acatara la próxima sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que todo indica rechazará el indulto humanitario a Fujimori–, podríamos llegar a batir como país un récord sin lugar a dudas mundial con cinco jefes de Estado metidos simultáneamente en prisión: Humala, Toledo, García, Fujimori y Kuczynski. Algo que me produce un morbo inconcebible.
La pregunta de por qué cada vez que un presidente deja el poder en el Perú acaba en la cárcel se la ha hecho hasta el Papa. No es un misterio bíblico, claro. Recuerdo mucho unas esculturas de varios presidentes peruanos entre rejas que encontré un día en el jardín de un restaurante de mi barrio en Lima. La idea de que esa ficción pueda hacerse realidad un día no muy lejano hace que se nos pinte en la cara de desengaño un rictus de estúpida esperanza institucional. Que en un país del sur andino, amazónico, excolonia, haya algunos presidentes en la cárcel, puede verse por un lado como un fracaso del sistema político, un relativo triunfo del sistema de justicia, a veces como un auténtico ejemplo de una ciudadanía vigilante, consciente de sus derechos, al menos en parte (como en el caso del fin de la dictadura de Fujimori) y otras como producto de una encarnizada batalla por el poder entre mafias (el caso de los Fujimori y Kuczynski).
Pero si ocurre que hay presidentes que han cometido crímenes, los han apañado y siguen viviendo en la completa impunidad solo puede tratarse de un fracaso orquestado, y ese fracaso salpica y responsabiliza a todos los poderes, también al ciudadano. El otro día se me ocurrió pensar qué hubiera pasado si todas las más clamorosas acusaciones contra los presidentes de España hubieran tenido un videito en el que apoyarse. Se lo dije a una amiga, incluso, bromeando, “a ustedes lo que les falta son sus videitos...”. Entonces, quizá, con un videito que mande, Felipe González tendría que haber explicado más acerca de los asesinatos de los GAL. Aznar no hubiera salido tan ileso de los primeros pasitos de la trama Gürtel que ya se dieron con él en el poder. Tal vez se le hubiera hecho caso a la Fiscalía cuando aseguró en un dictamen que el Partido Popular era “una organización para delinquir”. Y Rajoy habría tenido una oportunidad de renunciar a la presidencia por cada videito que hubiera aparecido de los casos de Bárcenas, Gürtel, Púnica, Lezo, y siguen nombres, sobre todo por sus sobres llenos de dinero de la caja B. Y lo más importante, a lo mejor todos los presidentes y el monarca que pactaron la Ley de Amnistía del 77 y los que no se atrevieron a derogarla –y mira que hasta la ONU lo exigió– tendrían que ir al banquillo a dar explicaciones sobre unos cuantos miles de crímenes de lesa humanidad.
Pero qué diablos, yo creo que ni siquiera un video mandaría en España o nada nos asegura que la prueba del delito flagrante sirva ya para hacer justicia. Sin ir muy lejos, hace ya tiempo que desfila ante nuestras narices la trama del PP al desnudo. Los jueces a dedo que vetan investigaciones, los jueces dignos que son apartados de los principales casos, los aliados de los malhechores enquistados en el Tribunal Constitucional y en la Fiscalía General, las enmiendas oportunistas a la Constitución y la reforma del código penal que cierra el círculo reprimiendo, la oposición tibia que tiene también algo que esconder, los pactos bajo la mesa para protegerse entre ellos, garantizan la inmunidad de un presidente que no sirve para nada y su renuncia que nunca llega y que ya huele. Y entonces, recuerdo, que claro que aquí tenemos videitos que mandan, que desenmascaran. Son los videos de la brutalidad policial, la prueba de que quien hoy ostenta el monopolio de la violencia tiene todo atado y bien atado para perpetuarse en el poder. Pero no olvidar que lo que intenta anular la potencia revulsiva de la gente, lo que hoy amordaza, mañana subleva.