España desde la izquierda

¿Desde la izquierda? ¿Existe un común denominador, una propuesta general sobre España? ¿Se avanza en ella? En mi opinión, a pesar de propuestas parciales y limitadas se debe concluir que las izquierdas no han madurado, con autonomía, una oferta clara para España como tampoco lo han hecho sobre otros ejes ideológicos vertebradores de una alternativa. La hegemonía conservadora se ha adueñado de lo global desde una mirada elitista y tecnocrática y ha arrinconado a la izquierda y acortado su mirada, subordinándola a los lugares comunes de sus propias burguesías y sus pequeños mitos e intereses, a su idea de nación y de patria, a su forma de ser catalán o vasco y/o español. O lo que es lo mismo, a su forma de ver desde el centro la periferia nacionalista y el “problema catalán”.

En la España actual el nacionalismo no es más que el prólogo que anticipa unas izquierdas gallegas, andaluzas, vascas, valencianas, catalanas, canarias, extremeñas... pegadas a sus particularismos, defensoras acríticas de una idea de lo popular idealizado y plagado de historias reconstruidas y tradiciones embellecidas, ensoñadoras de formas de vida pasadas. En realidad, el predominio de nacionalismos y particularismos son ya el reflejo de un modo de ser común que demuestra la subordinación de las izquierdas, incapaces de construir una “voluntad colectiva nacional-popular” en el sentido pensado por Gramsci, es decir, despojando lo tradicional de sus pequeños elementos reaccionarios y aislacionistas, dispuesta a sumar en la construcción de un imaginario global transformado y una cultura integradora, moderna y laica.

Ocurre en un momento en que lo nacional no se disuelve, como parecía, en pautas integradoras, sino todo lo contrario: cuando la crisis está evolucionando de tal forma que vuelve a situar la voluntad nacional como principio activo de la política al incrementar las tensiones entre los países centrales y los periféricos. En un momento también, en que cada comunidad necesita, más que nunca, planteamientos que detecten lo que les une a las multitudes de los más diversos lugares, que superen cierta ensimismamiento de lo local para entender la idea de lo global impuesta por el capitalismo excluyente, algo que sí ha conseguido el 15M, propiciando una dinámica mundial capaz de enlazar e inspirar luchas en Londres, Nueva York, Turquía, Brasil o Egipto. No se puede, obviamente, decir lo mismo de nuestras pequeñas y diversas izquierdas que prefieren seguir enredadas en las experiencias singulares de sus políticas locales, sin una referencia clara de lo que es hoy el avance social. Incapaces de compartir un relato territorial, lo máximo que parece pueden aspirar es al común divisor de un pacto entre barones o a un entramado de alianzas con forma de “confederación de las izquierdas autónomas”.

La ideología exige coherencia democrática. El debate federalista suena a tardío e impostado mientras no se asuma que España no es indisoluble. Ese mito está detrás de la incapacidad para que emerja un sentimiento federal, que solo considera la unidad como el resultado de la voluntad de estar juntos. Algo que sabemos existe en Extremadura o Andalucía pero puede que no en Cataluña o el País Vasco. Para ser federal, a la España futura le sobra “patria indivisible” algo que la izquierda ha jaleado también, elevándolo incluso a la categoría de “principio” asociado a un internacionalismo de pacotilla. En realidad son solo mensajes de usar y tirar. Cuando el PSOE extremeño crítica al PSC, suele alardear de realizarlo en defensa de unos principios que proclama superiores al agiornamiento electoralista del otro; en realidad lo hace porque le da votos presentarse como antinacionalista catalán. Lo que se presentan como argumentos universales son solo ardides particulares.

La ausencia de una actitud crítica con la transición es una de las razones que impide un pensamiento autónomo y que lleva a enredarse hoy con el “derecho a decidir”. La izquierda no puede enfrentarse al nacionalismo desde un entramado institucional que remache una y otra vez, con música y letra militar, “la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Soy toledano pero si fuera catalán me provocaría un rechazo espontáneo, una invitación a romper el molde.

Buena parte de la izquierda asume como virtud eterna lo que fue necesidad coyuntural impuesta por los poderes fácticos. El principio democrático es justo el contrario y, en contra de lo que se dice, está muy extendido entre las clases populares, representado en la expresión 'si quieren irse que se vayan'. Solo falta dotarle de racionalidad y darle la vuelta para que sea una invitación franca a quedarse. Porque sin la posibilidad de separarse es imposible que surja el sentimiento voluntario de estar juntos. 'Un matrimonio no se arregla porque alguien declare ilegal el divorcio' nos recordaba un artículo del Financial Times en el que se reclamaba que España deje votar a los catalanes y deje de enredarse en “legalismos sin sentido”.

Esa referencia al divorcio le servía a Jose María Ruiz Soroa para criticar el “derecho a decidir” como una idea borrosa. Aunque “casarse o divorciarse es una decisión unilateral de cada sujeto, difícilmente podrá sostenerse que una parte tiene el derecho a definir unilateralmente su estatus dentro de un matrimonio”. Cataluña debe poder votar si quiere independizarse, votar sí o no en un referéndum pactado (la pregunta, los tiempos, los resultados) pero no puede decidir sola la forma en que se une al resto de España. Esa decisión tiene que ser, necesariamente votada y compartida por todos. La ausencia de una posición clara en la izquierda española está en el origen de la confusión propiciada por Mas y sus socios al reclamar el “derecho a decidir”. Esa es la esencia de la democracia y coincide con el planteamiento que Cameron, como primer ministro del Reino Unido, ha hecho a Escocia. Mientras es legítimo plantear la secesión y la independencia como decisión unilateral no lo es el modo en que uno pertenece unido a otros, eso corresponde a las normas comunes del club.

Zapatero acertó en intentar abrir una vía evolutiva federal desde la Constitución y pagaremos caro no haberla seguido, aunque erró al decir que “aceptaría cualquier decisión que aprobara el parlamento catalán” porque la vida en común requiere normas comunes. Cataluña solo puede integrarse en España participando de unas pautas compartidas que corresponde decidir a todos los españoles. Pero tiene derecho a votar si quiere independizarse mediante una consulta legal.

Aclarar este asunto es el principio de los principios de la convivencia en común. Después, la izquierda debe aprender a desmitificar los llamados derechos históricos (cuya pervivencia no está lejos de razones militares o premios a la no sublevación) y criticar abiertamente la práctica corrupta de los cupos; entender la lógica de las igualdades sociales y las desigualdades territoriales y convenir que la solidaridad no puede lastrar el bien común que se fomenta desde los diversos polos de desarrollo e innovación, abordar los déficit de calidad democrática en la España autonómica… Muchas cosas que deben vertebrar una causa común progresista. Pero lo primero de lo primero, el principio de todo es establecer las bases democráticas de la convivencia.