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Catalunya está pidiendo guerra

La primera, en el entrecejo. Marhuenda mandó parar las rotativas para que la portada de La Razón se hiciera eco de la penúltima afrenta: “Barcelona se niega a «apadrinar» el buque insignia Juan Carlos I”. ¿Cómo? ¡Hasta ahí podíamos llegar! Marchando un minieditorial para callar la bocaza a esos catalufos levantiscos: “Al rechazar lo que para cualquier otra ciudad sería un honor, el alcalde Trías desaira a millones de barceloneses que se sienten orgullosos de nuestra Armada”. Ya verán cómo eso último lo confirma mañana una encuesta de NC Report.

Como recuerda en las páginas azulonas el afedericado Alfonso Merlos, lo peor es que llueve sobre mojado. Antes de hacerle el feo al tal buque insignia estuvo lo de protestar por los aviones que les librarán de las intenciones expansionistas de Andorra. Pues se van a enterar: “A los iluminados que denuncian con ardor pacifista y paleto que los peligrosos cazas del Ejército del Aire son una amenaza para Barcelona por su ruido y sus bombas hay que sacarles de su ignorancia y, por desagradable que sea, limpiarles su mala baba. Porque se da la circunstancia de que son esos temidos aparatos, ahora blanco de la ira estelada, los designados para defender esa hermosa región en caso de ataque”.

Abierta la tapa de la escudella, a ver quién se resiste a meter el cucharón. Desde ABC se apunta José María Carrascal, que trae sus propios condimentos. Sal, pimienta y dinamita: “Los nacionalistas no tienen sentido del ridículo. Se trata una suerte de borrachera y enamoramiento. Deliriumtrémens y chifladura colectiva. De hecho, una pesadez. Mejor no hacerles caso, pero no te dejan en paz y se inventan cualquier cosa para seguir con su matraca, sea creerse Napoleón o convencerte de que su chica es la más bella, elegante y espiritual del mundo. La diferencia es que las borracheras y los enamoramientos, pasan, pero los nacionalismos, no”. Especialmente el español, como salta a la vista.

Lo peor, tercia el editorialista de El Mundo, es que quien tiene que pararlos no lo hace. Efectivamente, llega el consabido recadito pedrojotesco para Mariano: “Rajoy se limitaba a pedir «diálogo» y «altura de miras» para resolver el problema con Cataluña. Hará falta mucho más que eso porque Artur Mas avanza cada día paso a paso, mientras Rajoy -al que el 67% de nuestros lectores reprochan una actitud «demasiado blanda»- sigue sin responder a su desafío”.

Eso es casi un pase de la muerte para que remate a la red el ariete que escribe los editoriales de Libertad Digital. Con José Mari vivíamos mejor, ni lo duden: “Aznar ha tenido el coraje de decir en la escena pública lo que piensa la inmensa mayoría de los españoles respecto al disparate autonómico y el proceso disgregador planteado por los nacionalismos periféricos”.

¿Y qué es eso que piensa la aludida inmensa mayoría de los españoles? En La Gaceta lo tienen muy claro. Con un par de divisiones acorazadas, estos ni se atreven a toser: “Que el Estado posea el monopolio legal de la violencia significa que sólo él puede hacer uso de la fuerza pública, y ello específicamente en defensa de la ley. Cuando alguien amenaza con convocatorias populares ilegales, medidas administrativas ilegales, acciones políticas ilegales o ataques ilegales a los derechos ciudadanos, entonces el Estado debe intervenir”. Un momentito, que queda la propina: “El recurso a la capacidad coercitiva del Estado no es ningún pecado, al revés: es una virtud”. ¿Entendido? Pues mucho ojito.