Al tercer día Manuel Valls resucitó. El exprimer ministro francés había guardado silencio desde que, tras facilitar que Ada Colau fuese reelegida alcaldesa de Barcelona, Ciudadanos le aplicó la política de excomunión y renegó de él. Tres días callado y cuando ha hablado se ha quedado descansado, aunque como en todos los divorcios cada parte tiene su razón y sus razones.
Esta es la historia de un matrimonio de conveniencia: Valls necesitaba un partido y Ciudadanos vio en él al candidato que no tenía para Barcelona. Al final, tras meses de tensiones y una vez constatado el fracaso electoral, ya no se necesitan. Valls vino para ser alcalde, ungido por apellidos ilustres y firmas influyentes, y se ha quedado con dos concejales (los mismos que el PP). Ciudadanos obtuvo cinco la pasada legislatura y ahora tendrá uno menos. Como operación política no pasaría a la historia si no fuese porque la sorprendente jugada de Valls para cerrar el paso al independentismo en el consistorio barcelonés le ha otorgado el protagonismo que las urnas le negaron.
Valls argumenta que no reconoce a Ciudadanos y que este partido no es cómo él creía. Puede ser, aunque existe la duda razonable de que a lo mejor preguntó poco. O que no tenía otra alternativa puesto que ni el PSC ni el PP quisieron complacerle en su propósito de erigirse en el único candidato constitucionalista a la alcaldía de Barcelona.
“La estrategia del cuanto peor mejor es equivocada y deja huérfanas a todas las personas que el 21D confiaron en el mensaje de coraje de Arrimadas. La tensión y el conflicto sin proponer una alternativa no conducen a nada más que al conflicto”, afirma Valls. Es cierto. La estrategia del cuanto peor mejor es equivocada. Pero en el caso de Ciudadanos no es nueva.
Ciudadanos es una formación que ha hecho del conflicto su razón de ser y es lo que le ha permitido crecer en Catalunya. Entiende la política en términos de conflicto. Es su método y una pobre manera de aportar a la política. La excusa de que otros actúan del mismo modo es solo eso, una excusa que no justifica el permanente 'conmigo o contra mí'. Pero es una fórmula que en Catalunya ha dado réditos durante mucho tiempo. El secesionismo, que todavía tiene también una parte instalada en ese mismo cuanto peor mejor, se lo puso muy fácil.
El partido de Rivera supo aprovechar la ocasión y aglutinar el voto antiindependentista sin ofrecer otra alternativa que no fuese más enfrentamiento, tildando al PSC y a los 'comuns' de ser demasiado tibios con los separatistas. De todos modos, el último ciclo electoral indica que es una estrategia que empieza a plantear síntomas de agotamiento. El mal resultado en la ciudad de Barcelona no es una excepción y sirva de dato que Ciudadanos sigue sin tener ni una sola alcaldía en Catalunya.
“Ciudadanos se ha convertido en el partido que pacta con una formación reaccionaria y antieuropea”. En esto también razón para Valls. Pero él y mucha gente que ahora se rasga las vestiduras por los acuerdos de Ciudadanos con Vox parecen haber olvidado que Rivera ya pactó en el 2009 con una formación reaccionaria y antieuropea. ¿O acaso Libertas era socialdemócrata? Esa coalición obtuvo un 0'15% de los votos en las elecciones europeas, pero el acuerdo ya indicó dos cosas: si puede escoger, Rivera siempre prefiere a la derecha y no hace ascos a la derecha extrema. Y segundo: Rivera no lleva bien la contestación interna. El acuerdo con Libertas se firmó porque él lo exigió pese a que dentro del partido había mucha gente que se opuso. Claro que la mayoría de ellos ya no están ahora en Ciudadanos.
“¿Es Colau la misma cosa que Maragall?”, se pregunta ahora Valls. “No, no son lo mismo, ni ella ni las bases de Barcelona en Comú, ni sus electores. Ignorar eso es absurdo o mentir”, responde. En esto también acierta. La cuestión es que se pasó la campaña diciendo lo contrario. Hace justo un mes la frase que pronunció fue la siguiente: “Para mí, Maragall y Colau son la misma cosa. Dos caras diferentes de la misma moneda”. Vale que las campañas son campañas pero la pregunta que debería contestar ahora es si, descontado un error porque él mismo dijo que o era un absurdo o era mentir, por qué hace un mes Colau y Maragall eran lo mismo y ahora no. Igual hay algún elector que esperaría una respuesta.
Conclusión: posiblemente Valls se equivocó con Rivera y Rivera se equivocó con Valls. El exprimer ministro francés sabe muy bien qué es gobernar y también qué es negociar con propios adversarios. Esa es una primera diferencia no menor a la hora de plantear qué había que hacer con la investidura de Colau, más allá de las claves municipales. Barcelona es una capital global y una alcaldía en manos del independentismo era un mensaje a Europa que Valls no estaba dispuesto a permitir. Podía evitarlo, lo intentó y lo consiguió (el mérito es compartido con Colau).
Mientras, Rivera, despojado de todo barniz socialdemócrata, quiere acaparar poder a cualquier precio, ya sea sacrificando Catalunya, como le reprocha Valls, o negando que lo consigue gracias a Vox, por más que le desmientan fotos como la de la plaza Colón, acuerdos con logos incluidos como en los presupuestos en Andalucía o repartos de cargos como en la Mesa de la Asamblea de Madrid.