Desde el inicio de la crisis se han destruido 3.190.274 de empleos en España: un 15,55% de toda la fuerza laboral. Hemos pasado de más 20 millones de personas con trabajo a finales de 2007 hasta poco más de 17 millones, según los últimos datos de la EPA. Sin embargo, el paro no ha castigado a todos por igual. Una pequeña radiografía permite entender mejor el aumento en el paro, una tragedia que no ha afectado del mismo modo a toda la sociedad.
Por sectores, la construcción ha destruido 1.580.674 puestos de trabajo (un 58,68% del total), la industria 816.978 empleos (un 25,29%), el sector servicios 627.635 (un 4,68%) y la agricultura 164.987 (un 18,77%).
Si nos fijamos en el genero de los puestos de trabajo perdidos, 2.621.125 son hombres y 569.149 son mujeres.
Por nivel educativo, se han destruido 1.414.734 de empleos entre los trabajadores con educación primaria o inferior y 1.945.434 entre los trabajadores con educación secundario. Sin embargo, han aumentado en 169.895 los empleos de los trabajadores con educación superior desde el final de 2007 hasta hoy.
Por tipo de contrato, se han destruido 669.845 empleos con contrato indefinido y 1.966.803 con contrato temporal.
Y, por último, por edad: el 73,6% del total de la destrucción de empleo eran jóvenes menores de 30 años. Es decir entre este colectivo se han destruido 2.347.682 empleos. Sin duda, son los jóvenes quienes más están pagando la crisis.
Las cifras son aterradoras y su impacto en la sociedad, más allá de los números, es un drama difícil de medir. Pero toda esta destrucción en el empleo ¿qué impacto ha tenido en el PIB? Es decir, ¿cuanto producíamos en un año antes de la crisis y cuanto producimos ahora? Los datos son llamativos: en el tercer trimestre de 2007 el PIB era de 0,972 billones de euros y ahora es de 0,947 billones (medidos en términos reales con base 2005). Es decir, hoy producimos tan sólo un 2,52% menos que antes de la crisis.
¿Cómo es posible que se haya destruido el 16% del empleo con tan sólo una caída del 2,5% de la producción? Esto solo puede pasar si se destruyen aquellos empleos que tienen una productividad muy inferior a la media; es lo que ha pasado, por dos razones. Primero, porque la burbuja inmobiliaria no solo era insostenible, sino también muy intensa en mano de obra y, por lo tanto, con una productividad muy baja. Y segundo, por el abuso de la temporalidad, que provoca que no existan incentivos ni por parte del trabajador ni por parte del empresario para la inversión en el capital humano especifico de las empresas. No hay muchas razones para mejorar la formación de los empleados con contrato temporal y, sin esta inversión, su productividad es muy baja. No olvidemos que seis de cada ocho puestos de trabajo destruidos eran temporales.
Nuestro mercado de trabajo dual –con uno de cada tres trabajadores con contrato temporal– ya existía antes de la burbuja. De hecho, probablemente la burbuja surgió con tanta intensidad porque el abuso de la temporalidad hizo aún más rentable construir viviendas. Por ello, si no hacemos nada al respecto, la temporalidad volverá a surgir con fuerza tan pronto como se recupere la economía. Es más, si no cambiamos nada, surgirán de nuevo actividades para las cuales la contratación temporal no es un obstáculo, sino una ventaja: actividades de escaso valor añadido que no requieren formación. Si queremos cambiar el modelo productivo hacia otro más sostenible, deberíamos empezar por cambiar aquellas instituciones que fomentan actividades insostenibles.
¿Existe alguna justificación para que España tenga la tasa de temporalidad más alta de Europa? Sabemos que no. Algunos dirán que es debido a que nuestra economía tiene actividades estacionales, como agricultura y turismo. Pero es falso, porque la alta temporalidad está presente en todas las actividades, sean estacionales o no.
Entonces, ¿por qué tenemos una tasa de temporalidad tan elevada? Las empresas necesitan un marco regulatorio flexible para adaptarse a un mundo cada vez mas globalizado y, si no es posible conseguirlo con la contratación indefinida, usan la temporal. Algunos dirán que no es un grave problema porque es la forma de entrar en el mercado de trabajo: empiezas con un contrato temporal y luego te hacen otro indefinido. Es una respuesta común pero también es falsa: más de un 40% de los que tenían un contrato temporal a la edad de veinte años continúan con contratos temporales cuando llegan a los cuarenta.
¿Cuál es la solución? Desde el mundo académico, siempre hemos defendido que se deberían prohibir los contratos temporales y, por lo tanto, solo debería existir un contrato único. Es la manera de evitar que las empresas abusen de los contratos temporales, que siempre son más baratos que los indefinidos.
Un contrato único no supone abaratar el despido. De hecho, en mi opinión, el nuevo marco contractual debería estar diseñado de tal forma que el coste agregado que soportan las empresas por despido no disminuya ni aumente, solo se reparta de manera más justa entre todos los trabajadores. Para ello, el contrato único debería tener un perfil de indemnizaciones por despido creciente con la antigüedad. Es decir, empezar con un coste de despido similar al de los contratos temporales e ir subiendo hasta un nivel similar al de los actuales contratos indefinidos. De esta forma evitaríamos tener un mercado de trabajo dual, donde los trabajadores con contrato temporal sean siempre los que soportan la mayor parte del coste de la flexibilidad que necesitan las empresas, rotando de trabajo en trabajo, con salarios bajos y con largas temporadas en el paro. Este nuevo contrato podría llamarse, como han sugerido algunos académicos, “contrato de igualdad de oportunidades”.
¿Por qué no se hace el contrato único? Algunos dirán que no es constitucional, pero es falso: sabemos que hay formas de diseñarlo para que encaje sin problemas en la legislación vigente. Otros creen que los académicos defienden el despido libre y es ahí donde nos quieren llevar. También es falso. De hecho, la teoría económica nos dice que eliminar los costes de despido es ineficiente porque las empresas despiden más de lo que seria óptimo. Y no faltará quien sostenga que la temporalidad a día de hoy esta en mínimos históricos, lo que es una media verdad: estamos en un 24% de temporalidad, pero la media europea es del 14%.
Hay también quien cree que no importa como sea el contrato porque lo importante es que se contrate. Pero, como he indicado antes, un marco laboral más eficiente sería una activo importante en la decisión de las empresas de invertir en nuestro país y la inversión, como anticipo del crecimiento, es justo lo que tenemos que fomentar.
En mi opinión, la solución no se toma porque supone redistribuir el coste de la inseguridad laboral entre todos trabajadores. Es decir, no se aborda el problema por el conflicto entre insiders y outsiders, entre los que tienen un puesto de trabajo indefinido y quienes están en el paro o con un contrato precario ¿Quiénes son los que se verían más favorecidos? Claramente, aquellos trabajadores con mayor probabilidad de vivir rotando de contrato temporal en contrato temporal, pasando por el desempleo. ¿Y quienes son estos trabajadores? Los jóvenes. No olvidemos que antes de la crisis, mas de la mitad de los jóvenes menores de 30 años que estaban trabajando lo hacían con un contrato temporal. Si no hacemos nada, cuando la economía se recupere, que sin duda lo hará, los jóvenes seguirán pagando el coste de la precariedad.