“La conversación cara a cara es el acto más humano, y más humanizador que podemos realizar. Cuando estamos plenamente presentes ante otro, aprendemos a escuchar. Es así como desarrollamos la capacidad de sentir empatía. Este es el modo de experimentar el gozo de ser escuchados, de ser comprendidos”.
Es un fragmento del libro “En defensa de la conversación” de Sherry Turkle profesora de Estudios Sociales y tecnología del Instituto de Tecnología de Masachussets. Turkle hizo una investigación exhaustiva sobre el uso de las tecnologías en nuestras comunicaciones, y paradójicamente, la pérdida de esa vía esencial tan humana para “conectar” como es la conversación.
Comprobó que un teléfono en silencio entre dos personas en la mesa del restaurante en el que han quedado para comer condiciona no tan solo la atención, sino también les hace menos propensas a compartir comida.
Nos escondemos los unos de los otros, a pesar de estar más conectados que nunca los unos con los otros. Estamos tan habituados a ese flujo continuo de conexión y de actualizaciones que somos incapaces de no mirar cada poco tiempo nuestras app, y redes sociales. ¿Cuánto hace que no dejan volar, vagar, su pensamiento cuando está esperando o sin hacer nada concreto? Echamos mano compulsivamente al móvil para abrir Instragram o Twitter… Quedamos a comer y dejamos los móviles en la mesa, que van iluminando la pantalla con mensajes o vibrando con llamadas, mientras se hace imposible concentrarse en lo que nos está contando la persona que tenemos en frente.
El efecto de esta falta de conversación en la política lo estamos viviendo, no tan solo en España. Los políticos a menudo se pronuncian y posicionan en las redes sociales con frases de caracteres contados y por tanto con mensajes simples. Los ciudadanos reaccionamos, militamos y somos activistas en esa identidad virtual que nos hemos creado tal y como soñamos ser. Pero, luego ¿quiénes somos cara a cara?
Ahora mismo muchos problemas políticos se solucionarían con una conversación. Un sentarse cara a cara a escuchar. Unos reclaman una mesa de diálogo para hablar, no sé si con la voluntad de escuchar. Otros ponen condiciones antes de sentarse a esa mesa, quieren escuchar con garantías. Pero es evidente que la conversación es la única solución. Y que se discuta, se intercambien pareceres y acaben empatizando con las posiciones de unos y otros. Mientras se escucha, se comprende, se reflexiona para rebatir, o simplemente para cambiar de opinión. Porque en nuestro país está muy mal visto cambiar de opinión. Y últimamente también decir, en según qué temas, que no tienes una opinión de un solo color o de una sola trinchera.
Llevamos demasiado tiempo poniendo líneas rojas, no cogiendo teléfonos. O tapándonos la cara con pancartas y banderas para no vernos y hablar. Pongamos en silencio los móviles, dejemos Twitter y los mensajes de traidores y monedas de plata… Y que se hable, que se converse…
Un inglés en un restaurante de Barcelona me dijo el otro día que los españoles hablábamos muy alto, porque no sabemos escuchar y creemos que para que ser escuchados tenemos que alzar la voz. Quizás tenga razón, pero aun así con esa vehemencia que conversábamos mis amigas y yo, se debería hablar más cara a cara.
Por cierto, este libro, “En defensa de la conversación”, me lo recomendó el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, que sabe escuchar y conversar de forma sosegada.